“La otra tarde vi llover,
vi gente correr,
y no estabas tú…”
Las letras de los boleros resultan a menudo sorprendentes y, por qué no decirlo, a un oyente sensato suelen producirle cierta perplejidad. Por ejemplo, en este primer fragmento que he transcrito de un conocido bolero, la verdad es que no alcanzo a comprender qué nos quiere decir exactamente el autor, pues, dado el panorama meteorológico que nos pinta, (llueve, la gente sale por piernas…) lo verdaderamente raro sería que ella estuviese aguantando a pié firme bajo la lluvia y en medio de gente que corre de un lado a otro. Las posibilidades de encontrarte con tu amor cuando está jarreando y caen chuzos de punta son -sin duda alguna- bastante escasas, por lo que uno no alcanza a comprender con exactitud por qué se sorprende o de qué se queja el autor.
Si el ejemplo anterior parece carecer de lógica, otros resultan un tanto, digamos, desconcertantes. Así, el autor del archiconocido bolero “Nosotros”, da un paso más en el campo del sinsentido poético y nos deja una antológica muestra de protoinsensatez y archiincoherencia. Ojo a la letra.
“Nosotros, que nos queremos tanto, debemos separarnos…”
Con un par, sí señor, nos queremos, pero “debemos separarnos”, que me aspeen si lo entiendo… En este punto, el oyente sensato imagina al afectado/a por el plante críptico preguntando al amante que se va a najar: pero… ¡si nos queremos! ¿por qué narices debemos separarnos?
El autor del bolero, hombre astuto y que sin duda debió prever la perplejidad del oyente, al parecer no acabó de encontrar una buena respuesta para tan inmotivada huída amatoria y decidió que lo mejor era zanjar el asunto sin mayores explicaciones; al loro:
“Nosotros, que nos queremos tanto, debemos separarnos… ¡¡No me preguntes más!!”
Y aquí es cuando el oyente (y no digamos el amante despechado) se huele que hay tomate: porque, si el najante dice que le quiere pero que tiene que irse y que no le jorobe con preguntas, decididamente es porque aquí tiene que haber gato encerrado.
El autor, que no puede dejar de notar que su credibilidad hace aguas, decide que, puestos a decir insensateces, lo mejor es decirlas bien gordas de forma que, con un poco de suerte, quizá resulten poéticas y, con eso, gane un tiempo precioso para poder tomar el portante. Es por eso que, llegados a este punto, el autor del bolero se lanza a tumba abierta y le viene a decir a la plantada/o: te dejo, sí, y no te voy a dar explicaciones, porque la verdad es que, como te quiero tanto, sólo responderé a las preguntas de mi abogado. Véase lo que le larga el autor:
"No es falta de cariño, te quiero con el alma, te juro que te adoro y, en nombre de este amor y por tu bien, te digo adiós”
Uno imagina que, a estas alturas, el amante abandonado/a ha debido quedar en estado de catatonia debido a la estupefacción y que, tras oír lo “ut supra” transcrito, se debate en la duda de si arrimarle un par de bofetadas al/la caradura o, por el contrario, de arrimárselas a sí mismo/a por haber cometido la majadería de estar liado/a con un/a botarate/botaratesa de semejante calibre.
El caso es que he pasado la vida escuchando boleros con letras como esas y aún peores y, tanto tiempo disfrutando de ese amor, ha hecho que, cuando llueve y la gente corre como posesa a guarecerse en los portales, yo aún siga preguntándome por qué narices alguien tendría que estar, ahí en medio, esperando a que un chalado se pusiese a escribir un bolero sobre gente que espera el amor bajo la lluvia. Hoy es 20 de diciembre, lleva cuatro días lloviendo en Cartagena y, como es lógico, tú no estabas.
PD: ya publicado el post una amable lectora me ha hecho llegar sus quejas por el, según su criterio, injusto olvido en este post del bolero “somos novios”. Veamos lo que nos dice nuestra amable corresponsal:
Se ha olvidado usted del celebérrimo “Somos novios” , bolero en el que un par de tolais se procuran el momento más oscuro para recordar de que color son los cerezos. Siempre me he preguntado si eso era alguna extraña práctica sexual, o es que los novios de marras son tontos de baba.
Ciertamente la razón asiste a la lectora: ha sido un olvido imperdonable de mi parte. Evidente resulta que para saber de qué color son los cerezos lo procedente es consultar una enciclopedia ilustrada o, más recientemente, escribir en el buscador google las palabras “cerezos” y “color” lo que, sin ningún género de dudas, aclararía el dilema a los amantes sin necesidad de correr el riesgo de perderse en la oscuridad.
Finalmente debo añadir, en abono de las tesis de mi interlocutora, que este bolero “somos novios” roza la perfección cuando, tras relatar el oscuro episodio cromático de los cerezos, añade: «sin hacer más comentarios: somos novios». No puede sino agradecerse al autor que, tras lo de la búsqueda de la oscuridad y la investigación del color de los cerezos, nos aclare que los protagonistas son novios pues, de efectuar un comentario más como los anteriores, hubiésemos acabado sospechando que en realidad los protagonistas del bolero son espeleólogos, botánicos o ingenieros agrónomos. Creo haber satisfecho con estos comentarios la deuda contraída con esta amable lectora.
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