Leer para cambiar

Somos esclavos de nuestras palabras y una fuerza irresistible nos obliga a adherirnos a ellas y mantenerlas como si en ello nos fuese la vida y la honra; es por eso que, en ningún debate con nadie nos detendremos a reflexionar, a sopesar sus argumentos y a cambiar de ideas.

Y es por eso también que la lectura es imprescindible, porque en solitario, con tiempo y sin la presión de quienes nos han oído profesar antes verdades distintas, podemos cambiar de opinión, reprogramarnos, planear cómo enfrentaremos el duro trance de explicar al mundo que estábamos equivocados y estrenar una nueva vida con algunas convicciones nuevas.

No hay nada malo en cambiar de ideas, cambiamos todos los días con cada nueva experiencia, ¿por qué no hemos de tener derecho a cambiar de convicciones?

Por eso es importante escribir y es importante leer, porque es así como, en la mayoría de los casos, podemos desprendernos de la piel vieja y renacer.

La lectura de la hipoteca


Esta vez no iban a cogerle por sorpresa; el notario leía monótonamente la escritura de préstamo hipotecario hasta que llegó al terrible párrafo que contenía la fórmula maldita. Sin embargo, esta vez, estaba preparado. Miró al prestatario por encima de la montura de sus gafas de cerca y, tras coger aire discretamente, dirigió su mirada de nuevo al maléfico algoritmo y atacó con voz firme el pasaje:

-«Sepa usted que la cuota es igual a «C» mayúscula, multiplicada por la inversa del sumatorio desde «m» minúscula igual a uno, hasta «n» minúscula del productorio desde «p» minúscula igual a uno hasta «m» minúscula de la inversa de la suma de uno más el cociente del producto de «i» minúscula por «d» minúscula sub «p» minúscula dividido entre 36.000…»

(…)

-¿Lo ha entendido usted? 

El prestatario, que había ido abriendo progresivamente los ojos hasta adquirir la expresión de un pez abisal, respondió con un hilo de voz…

-Perfectamente, está claro como el agua… ¿dónde hay que firmar?