Marco Oppio: de oficio abogado


Sus huesos deben andar enterrados cerca de este lugar donde escribo. Se llamaba Marco, como su padre, pertenecía a la gens oppia y era abogado. Ejerció en el siglo I a.c., en plena edad dorada de la República Romana, y pudo compartir foro con Cicerón con quien, por cierto, sí que compartía la muy cartagenera costumbre de comerse alguna que otra letra al hablar[1]. Por qué y cómo la gens oppia había llegado a tener relaciones con nuestra patria cartagenera es algo difícil de saber, aunque hipótesis verosímiles no faltan y con alguna de ellas ando muy entretenido estos días.

Poco sabemos de Marco Oppio salvo lo que de él nos cuenta su epitafio, contenido en una lápida hallada en Cartagena y que literalmente, reza:

M(arcus) Oppius M(arci) f(ilius)
Foresis ars hic est sita
flet titulus se relictum

La traducción, aparentemente sencilla, esconde no pocas sorpresas pues, bajo la primera de las lineas (Marco Oppio hijo de Marco), aparecen dos líneas que constituyen un carmen epigraphicum compuesto por un dímetro yámbico en la segunda línea y un cuaternario yámbico en la tercera, según ha señalado el profesor Ricardo Hernández Pérez[2]. Si seguimos a dicho autor y prescindimos de la traducción directa el epitafio de nuestro abogado vendría a decir lo siguiente:

Marco Oppio, hijo de Marco.
Aquí está enterrado el arte del foro
lloran los que quedan abandonados.

No pretendo que esta traducción sea exacta, literalmente es el “titulus” (la inscripción) la que llora al haber quedado abandonada, pero creo entender el sentido y este debe ser parecido al que propongo. Ser abogado en Roma, en palabras de Cicerón, era una profesión que no tenía más retribución que la admiración de los oyentes, el agradecimiento de los favorecidos y la esperanza de los necesitados y es esta retribución la que encontró Marcus Oppius inscrita en una placa de caliza sobre su sepultura; la admiración (aquí está enterrado el arte del foro) y las lágrimas de los agradecidos y esperanzados. No es mucho, pero quizá tampoco sea mucho más lo que puede esperar un abogado.

Esta noche, mientras escribo esto, pienso en los abogados que conozco, los que ven cómo año a año los gobiernos les reducen sus posibilidades de ganarse la vida sin que nadie alce la voz para denunciarlo, los que no reciben distinciones ni medallas nacidas más de las relaciones cómplices que de los méritos verdaderos, los que aún consideran su trabajo más una profesión que un negocio… y me estremece la voz de Marcus Oppius surgiendo desde la noche de los tiempos; la voz de un abogado, uno de los nuestros.


  1. En su epitafio consta que se dedicaba al “foresis ars” y no al “forensis ars” porque en el siglo I era común “comerse” la “n”; el propio Cicerón, según testimonio de Velio Longo (Gramm. Lat. Keil VII 79, 1.s) pronunciaba foresia et Megalesia et hortesia sine n littera (Gómez Font, X. & Hernández Pérez, R. (2011) Carmina latina epigraphica Carthaginis Novae, Valencia, pp.47–48)  ↩
  2. Hernández Pérez, R. (1997) El epitafio poético del abogado Marco Oppio (CIL II 3493, ad CLE 224: Carthago Noua) Faventia 19/2, 1997 pp. 97–103  ↩

La lápida de Comenciolo, San Isidoro y los cartujos

San Isidoro Biblioteca Nacional
Estatua de San Isidoro en la Biblioteca Nacional


Un buen amigo mío, experto en esto de la historia y de la física, tras leer mi post sobre la lápida de Comenciolo me formuló algunas interesantes objeciones que le animé a escribir como respuesta. No lo ha hecho y como ha pasado ya algún tiempo supongo que no le molestará que sea yo quien lo haga.

En mi post sobre la lápida de Comenciolo analizaba el curioso contenido de una lápida bizantina datada en el año 590 que, traducido del latín, decía:

“Quien quiera que seas, admiraras las partes altas de la torre y el vestíbulo de la ciudad afirmados sobre una doble puerta, a la derecha y a la izquierda lleva dos pórticos con doble arco a los que se superpone una cámara curvo convexa. El patricio Comenciolo mandó hacer esto enviado por Mauricio Augusto contra el enemigo bárbaro. Grande por su virtud, maestro de la milicia hispánica, así siempre Hispania se alegrará por tal rector mientras los polos giren y el sol circunde el orbe. Año VIII de Augusto. Indicción VIII.”

La curiosa  expresión «mientras los polos giren» me llevó a preguntarme si acaso los cartageneros fuimos los primeros en descubrir la redondez o esfericidad  de la tierra y su movimiento de rotación. Yo mismo me contesté que no y aduje que cualquier hombre culto de aquellos años sabía que la tierra era esférica como ya habían dicho antes Aristóteles y Eratóstenes entre otros. Como prueba incontestable esgrimía que, desde la más remota antigüedad, los reyes han sido pintados o esculpidos portando un orbe (esfera) en la mano; orbe o esfera que representaban al mundo.

Mi amigo, en cambio, no estaba demasiado de acuerdo con mi afirmación y me enfrentó a una curiosa contradicción con sólo dos preguntas.

–¿Quien era el hombre reconocidamente más culto de aquellos años?

–San Isidoro, (respondí sin dudarlo un instante)

–¿Y cómo creía San Isidoro que era la tierra?

Y aquí me callé, pues no hacía ni dos días que, buscando en la red una buena reproducción del mapamundi de Juan de la Cosa, me había encontrado con el mapa del mundo que San Isidoro ofrecía y que no era otro que este: Seguir leyendo «La lápida de Comenciolo, San Isidoro y los cartujos»