Vacaciones para tiesos (II): entendiendo la Semana Santa

Vacaciones para tiesos (II): entendiendo la Semana Santa

Parece que han sido muchos los abogados y abogadas que leyeron el post de ayer, lo que me confirma que el número de tiesos y tiesas que hay en nuestra profesión estos días es muy alto; esto me anima a seguir en mi tarea de ayudarles a desentrañar los secretos de la Semana Santa para poder disfrutarla sin gastarse un euro y, para ello, nada mejor que terminar de conocer cómo eran, cómo pensaban y en qué creían las gentes de la sociedad en que nació Jesús de Nazaret.

Ayer dejamos a los judíos felices, recién liberados por Ciro el Grande de su cautiverio en Babilonia y prestos a reconstruir el templo de Jerusalén. Habían vuelto de Babilonia llenos de nuevas creencias y tradiciones y hasta hablando un idioma nuevo llamado arameo (de «Aram» Siria) y, aunque miraban el futuro con esperanza, se equivocaban.

Se equivocaban porque en Macedonia, al norte de Grecia, unos años después, el rey Filipo y su esposa Olympia tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Alejandro y que habría de cambiar la forma de pensar y la cultura del mundo.

Como Filipo y Olympia eran gente de posibles y tenían un buen pasar, en vez de mandar al chiquillo a un colegio público lo que hicieron fue contratar al tío más listo de aquel momento, un tal Aristóteles, un griego que se tiraba todo el día pensando y que lo mismo te demostraba que la tierra era redonda que te escribía dos o tres tratados de política. Como el zagal era listo y el profesor más aún el chiquillo nos salió una lumbrera que, además de guapo y bien plantado, tenía más gusto por las batallas que un tonto por un lápiz. Fue por eso que, en cuanto tuvo cosa de veinte años, se le puso en la cabeza conquistar el mundo. Y a ello se aplicó.

Relatar las conquistas de Alejandro sería tarea interminable, a nuestros efectos lo que importa es que en poco más de diez años conquistó Egipto, el Imperio Persa hasta India y la tierra que había entre ambos imperios: Canaán. Así pues, los judíos, allá por el año 300 y pico antes de nuestra era, recibieron a Alejandro y sus griegos alborozados pensando que les liberarían de la influencia persa pero se equivocaban y su alegría duró poco, al menos para una parte de los judíos, porque los griegos habían venido para quedarse.

Lo más llamativo de los griegos es que, allá donde llegaban, contagiaban su cultura y pronto en todos los dominios griegos, en Persia, Bactriana, Ecbatana y donde menos se pudiese pensar, de la noche a la mañana se construyeron teatros donde se podía asistir a obras de unos tales Esquilo, Sófocles y Eurípides y la población abrazó con la pasión de los adolescentes las modas griegas y esto, a un judío como Yahweh manda, no podía gustarle.

—¿Has visto, Efrain, que han construido en la ciudad de David un gimnasio?
—¿Y eso qué es?
—Un lugar donde la gente se queda en pelotas y se dedica a dar saltos y perigallos.
—¡Yahweh nos proteja!

Y no es que fueran sólo los gimnasios, los griegos, con sus enloquecidas ideas, permitían a las mujeres que presentasen por sí solas pruebas en juicio e incluso les habían permitido ser «Arcontas» (Mandamases) en varias ciudades…

—¡Dónde vamos a llegar Efraín! ¡Válganme los querubines del Arca!

La fiebre helenística llegó a tal punto que si no hablabas griego eras un «loser» y el que más y la que menos le daban a la cosa de la filosofía que era una actividad que se puso muy de moda y que era como hoy el rap pero con más flou. Un tal Platón se puso muy, muy, de moda.

—Efraín dicen que a los griegos les gusta la coyunda a pelo y a lana…
—¿Pero qué barbaridades dices Neftalí?
—Lo que oyes, sé que todos practican una cosa que llaman homomanfloritismo y que las mujeres son todas libanesas…
—Será lesbianas…
—¡Calla blasfemo!

Era evidente que la llegada de la cultura griega a Judea, el «helenismo», no podía acabar bien.

Y no podía acabar bien porque mientras la mitad de la población abrazó la cultura y costumbres griegas la otra mitad se arriscó en sus costumbres judías y la cosa llegó a tanto que ambas facciones empezaron a beberse el vino de espaldas. Sólo les doy un dato. Según el Evangelio la familia de Jesús vive en Nazaret, una minúscula población de Galilea que, sin más que unas decenas de habitantes, se encontraba a apenas cinco kilómetros de una gran ciudad fuertemente poblada por decenas de miles de habitantes: Séforis.

Con toda probabilidad José trabajó como constructor en Séforis (se conservan recibos de pago de constructores como José por obras en Séforis) pero, si se fijan, Séforis ni una sola vez es mencionada en los evangelios siendo la principal ciudad de la zona a gran distancia de las demás. ¿Por qué? Por el nombre pueden imaginarlo, Séforis era una ciudad habitada por una población fuertemente helenizada.

Dispuestos a acabar con ese sindiós unos patrióticos judíos, los hermanos Macabeos, se conjuraron para acabar con tanto libertinaje y de paso con el dominio griego y, gracias a ellos, hoy tenemos rollos macabeos y Maccabi de Tel Aviv. Sin estos hombres y sus acciones no puede entenderse la época de Jesús.

Vamos a ello.

Aprovechando que Judea estaba enmedio de los dominios de los Seleucidas (sucesores de Seleuco, general de Alejandro, gobernadores de Persia) y de los Ptolemaicos (sucesores de Ptolomeo, otro general de Alejandro y gobernadores de Egipto) los Macabeos fueron abriéndose paso a base de «palicos y cañicas» hasta lograr tomar bajo su control Jerusalén. Llegados allí se dispusieron a poner en orden las cosas y lo primero que hicieron fue ir al templo donde el Sumo Sacerdote los recibió alborozado…

—Loado sea el cuerno del altar de Elohim, por fin unos judíos como Yahweh manda por aquí…
—Déjate de bendiciones que venimos a solucionar la cosa sacerdotal y a poner en claro quién manda aquí.
—Por la barbas de Elías, ¿pues quién va a mandar? ¡el que dicen las escrituras! Hay que buscar un descendiente de David, ungirlo y…
—Para, para, para… Que nosotros no somos descendientes de David, que somos Macabeos…
—Pues entonces no va a poder ser porque la Torá es muy clara en esto y…
—Espera, que te vamos a enseñar lo que dice la Torá… ¡Judas! ¡Ve sacando el sable de degollar curas y enséñaselo aquí al amigo!

Como pueden imaginar la clase sacerdotal que gobernaba el recién recuperado templo tardó poco en ser destituida y expulsada al tiempo que los Macabeos la sustituyeron con otro grupo de gentes afines y que antes les obedecían a ellos que a las escrituras sagradas. Esta acomodaticia clase dirigente sacerdotal se establecerá en el templo y protagonizará buena parte de los sucesos que se narran en la Semana Santa, son los conocidos como «saduceos».

Y ¿qué ocurrió con la clase sacerdotal depuesta?

Al parecer marcharon al desierto donde alimentaron la idea de que el templo estaba corrompido y sus sacerdotes usurpadores también. Sus creencias —y hasta hay quien dice que ellos mismos— están en la base de la comunidad Esenia, autora de los Manuscritos del Mar Muerto a los que, en algún momento, volveremos.

Y dicho esto creo que ya pueden ir ustedes haciéndose una idea de cómo estaba el patio en los años que Jesús vino al mundo: por un lado una población judía fuertemente helenizada y que en algunos casos ni siquiera hablaba arameo (por aquellos años se tradujeron todas las escrituras al griego pues había judíos que ya no podían leerlas en hebreo, la llamada «Septuaginta» base del Antiguo Testamento cristiano) y, al lado de esos judíos helenizados, estaban también los judíos patanegra que creían a pie juntillas en las tradiciones traidas del exilio y que se expresaban en arameo sin perjuicio de saber griego y hasta hebreo también. Pero no crean que los judíos patanegra estaban unidos, no señor, entre ellos y a cuenta del gobierno del templo, aparecieron tres sectas principales: los saduceos, los aristócratas que controlaban el templo y eran maestros en la ciencia de ponerse al sol que más calienta; los esenios, gentes tan íntegras y cumplidoras de las escrituras que andaban por los desiertos preparando los caminos del Señor y una nueva clase de gente, los fariseos, que, al igual que los esenios repudiaban a los usurpadores que se habían hecho con el poder del templo. Estos fariseos, a diferencia de los saduceos que solo creían en el mundo presente, ya creían en la resurrección.

Como ves el ambientillo era espeso en Judea en esos años pero, gracias a esto, se entiende mejor, por ejemplo, por qué Jesús se lió a trompadas en el templo. De hecho fariseos y esenios de buen grado hubiesen hecho lo mismo.

Y Jesús ¿que era? ¿helenista, fariseo, saduceo o esenio?

Buena pregunta, lo que pasa es que, para terminar de guisar este potaje, nos falta un elemento primordial: los romanos; unos tipos que llegaron a Canaán apenas 63 (sesenta y tres) años antes del nacimiento de Jesús de Nazaret, pero de eso nos ocuparemos mañana.

Vacaciones para tiesos: entendiendo la semana santa

Vacaciones para tiesos: entendiendo la semana santa

Si eres un abogado o abogada patanegra, de esos que ejercen solos o en un despacho pequeño con unos pocos compañeros, a estas alturas tienes que estar tieso, muy tieso, pero… ¡Sssshhhh! ¡que no se entere nadie! tú, abogada, saca el bolso y los zapatos buenos y tú, abogado, ponte la chaqueta y la corbata; los clientes no quieren tener abogados sin blanca y no es bueno que estando tieso dejes ver, aunque sea Semana Santa, que no que es que estés a dos velas, sino a dos cirios pascuales.

Yo, para ayudarte a pasar esta mala época, te sugiero que, en lugar de encerrarte en casa y simular que te has ido a esquiar a Baqueira Beret, comiences a propalar por tu ciudad que este año quieres disfrutar de la experiencia cultural de la Semana Santa de tu ciudad, de la cual no disfrutas hace años debido a la pandemia y a que antes solías pasar las pascuas esquiando en Chamonix.

Propalando la idea de que te quedarás en tu pueblo o ciudad no por necesidad sino por un imperativo cultural tus amigos y clientes te mirarán con respeto y podrás pasar estas semanas que faltan para que la huelga concluya gastando poco y sin desdoro de tu condición.

Ahora bien, esta estrategia tiene un peligro, cada pueblo o ciudad tiene un sinnúmero de personas entregadas a su semana santa, que la consideran la mejor del mundo y que se saben desde el año que se coronó canónicamente a la Virgen de la Amargura hasta las palabras exactas que dijo el desvergonzado de Poncio Pilatos cuando condenó a Jesús de Nazaret. Y claro, siendo tú un letrado o una letrada, no puedes dejar traslucir tu desconocimiento del tema de forma que, para que puedas salvar las formas y salir del paso exhibiendo conocimientos históricos no frecuentes, te brindo esta serie de post que comienzo hoy a fin de que puedas vivir una Semana Santa consciente y en la que puedas distinguir el rito ortodoxo de las barbaridades de cada pueblo o ciudad y que te resultarán válidas tanto si eres un creyente fervoroso, como un ateo militante o un agnóstico lleno de dudas.

Pero, como aún no ha llegado en sí la semana santa, antes que nada hemos de tratar de conocer cómo eran y que pensaban los habitantes de Canaán, de Palestina, del viejo territorio del Reino de Israel o como prefiráis llamarle. La semana santa no se entiende sin saber cómo eran los habitantes de los lugares que menciona el evangelio, así que vamos, primero que nada, a conocer al paisanaje que rodeó a Jesús de Nazaret para lo cual será preciso hacer un poco de historia y remontarnos a unos 580 años antes del nacimiento de Jesús, justo ese momento que cantó el grupo de música disco Boney M. en su famosa canción «The rivers o Babylon» y que decía:

«By the rivers of Babylon
there we sat down
Yeah! We wept
when we remembered Sion».

Si no identificas la canción búscala en Youtube y verás cómo la has oído muchas veces. Su letra, nos cuenta cómo allá, por los ríos de Babilonia, «nos sentábamos y llorábamos al recordar Sión». Boney M. no inventó nada, es una canción escrita medio milenio antes del nacimiento de Jesús, concretamente es el Salmo 137 y se lleva cantando más de 2000 años.

A ver cómo te lo explico.

Seguro que en tu cabeza te rondan conceptos como «Israel», «Judá», «Las tribus de Israel» o la «Tribu de Judá» sin que sepas exactamente por qué a todos los israelíes se les llama «judíos» y cosas así. Si me lo permites voy a resolver todas tus dudas.

Israel, desde la mítica época de David y Salomón (de cuya existencia real se duda), que podemos colocar grosso modo unos mil años antes de Jesús, nunca fue un solo reino. Tal y como ves en la imagen existía un rico Reino del Norte (Israel) en el que vivían principalmente las tribus de Rubén, Simeón, Gad, Aser, Dan, Neftalí, Isacar, Zabulón y las tribus de la estirpe de José, Efraín y Manasés.

Al sur de este reino existía un reino más pobre, con capital en Jerusalén, en el que vivían principalmente las tribus de Judá y Benjamín y que es el territorio que conocemos como Judea.

Por si alguien siente comezón o piensa que he olvidado a los levitas diré que a esta tribu, según la Torá, nunca se le adjudicó un territorio sino que, en cuanto que sacerdotes, los descendientes de Leví vivían desperdigados por ambos reinos dedicados a sus funciones sagradas.

Y ahora vamos al turrón.

Los reinos de Israel y Judá (el reino del norte y el reino del sur) se encontraban situados entre las dos grandes potencias de la época, Babilonia al oriente y Egipto al oeste, de forma que fueron a lo largo de la historia un territorio en permanente disputa y hubieron de sufrir las arremetidas de unos y de otros. Como consecuencia de estas arremetidas el Reino del Norte (Israel y las 10 tribus que lo poblaban) desapareció para siempre de la historia porque, doscientos años antes de los hechos que voy a contarles, los asirios cayeron sobre el Reino del Norte (Israel), lo derrotaron y deportaron a su población, las diez tribus, a Nínive donde fueron asimilados desapareciendo para siempre de la historia.

No es de extrañar que el mundo a partir de esa fecha conozca a los descendientes de Jacob (Israel) como «judíos» pues, excepción hecha de los descendientes de Benjamín y unos pocos levitas, la gran masa de la población del reino del sur era judía, como Jesús.

Es verdad que muchos habitantes del reino del norte huyeron despavoridos buscando en el Reino del Sur refugio de los asirios y es verdad que este éxodo de norteños hacia el sur tuvo consecuencias religioso políticas como veremos enseguida, pero también es verdad que el Reino del Norte recibió nuevos habitantes traidos por los asirios y conservó algún resto de población israelí originaria. Pues bien, esta amalgama de gente es la que la historia conocerá más tarde como «Samaritanos».

Creo que me estoy extendiendo de más pero merece la pena saber que en este momento el pueblo de Israel y el de Judá eran pueblos principalmente politeístas.

Sí politeístas.

No te dejes engañar por lo que parecen querer decirte en tu iglesia o culto sobre el eterno monoteísmo del pueblo de Israel o sobre el monoteísmo de David o de Salomón, si lees los textos con cuidado verás que no es así, que en Israel se adoraban toda la pléyade de dioses comunes a la región de Canaán y, además de Yahweh se adoraba a dioses como Baal o El y a diosas como Ashera.

Vale, no me crees, permíteme que te transcriba unas lineas del Antiguo Testamento, concretamente del segundo libro de los Reyes, capítulo 23 versículos de 4 en adelante. Sólo citaré un trozo porque la ristra de dioses que adoraban los judíos era interminable:

«Entonces mandó el rey al sumo sacerdote Hilcías, a los sacerdotes de segundo orden, y a los guardianes de la puerta, que sacasen del templo de Jehová todos los utensilios que habían sido hechos para Baal, para Asera y para todo el ejército de los cielos; y los quemó fuera de Jerusalén en el campo del Cedrón, e hizo llevar las cenizas de ellos a Bet-el. 5 Y quitó a los sacerdotes idólatras que habían puesto los reyes de Judá para que quemasen incienso en los lugares altos en las ciudades de Judá, y en los alrededores de Jerusalén; y asimismo a los que quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, y a los signos del zodíaco, y a todo el ejército de los cielos. 6 Hizo también sacar la imagen de Asera fuera de la casa de Jehová, fuera de Jerusalén, al valle del Cedrón, y la quemó en el valle del Cedrón, y la convirtió en polvo, y echó el polvo sobre los sepulcros de los hijos del pueblo. 7 Además derribó los lugares de prostitución idolátrica que estaban en la casa de Jehová, en los cuales tejían las mujeres tiendas para Asera. 8 E hizo venir todos los sacerdotes de las ciudades de Judá, y profanó los lugares altos donde los sacerdotes quemaban incienso, desde Geba hasta Beerseba; y derribó los altares de las puertas que estaban a la entrada de la puerta de Josué, gobernador de la ciudad, que estaban a la mano izquierda, a la puerta de la ciudad. 9 Pero los sacerdotes de los lugares altos no subían al altar de Jehová en Jerusalén, sino que comían panes sin levadura entre sus hermanos. 10 Asimismo profanó a Tofet, que está en el valle del hijo de Hinom, para que ninguno pasase su hijo o su hija por fuego a Moloc. 11 Quitó también los caballos que los reyes de Judá habían dedicado al sol a la entrada del templo de Jehová, junto a la cámara de Natán-melec eunuco, el cual tenía a su cargo los ejidos; y quemó al fuego los carros del sol. 12 Derribó además el rey los altares que estaban sobre la azotea de la sala de Acaz, que los reyes de Judá habían hecho, y los altares que había hecho Manasés en los dos atrios de la casa de Jehová; y de allí corrió y arrojó el polvo al arroyo del Cedrón. 13 Asimismo profanó el rey los lugares altos que estaban delante de Jerusalén, a la mano derecha del monte de la destrucción, los cuales Salomón rey de Israel había edificado a Astoret ídolo abominable de los sidonios, a Quemos ídolo abominable de Moab, y a Milcom ídolo abominable de los hijos de Amón. 14 Y quebró las estatuas, y derribó las imágenes de Asera, y llenó el lugar de ellos de huesos de hombres».

Como puedes ver el templo de Salomón era un centro comercial con religiones y dioses de todos los gustos, desde ídolos levantados por el mismísimo Salomón (Astoret), hasta prostitutas sagradas consagradas a la diosa Ashera, pasando por el infame dios Moloc, al que los judíos sacrificaban su primer hijo recién nacido.

Tratemos de ser serios, antes del exilio en Babilonia que veremos después los judíos nunca fueron un pueblo monoteista (o monolatrista) y ello a pesar de los esfuerzos del bueno del rey Josías que fue quien ordenó sacar del templo y destruir todos los dioses a excepción de Yahweh.

Por otro lado fue también Josías quien dijo haber encontrado dentro del templo, donde se hallaba perdido, «el libro de la ley» que se decidió a imponer a todo su pueblo. La mayoría de los historiadores sostienen que este «libro de la ley» a que hace referencia Josías es el llamado «Deuteronomio», el quinto de los libros de la Torá o Pentatéuco que, según esta tesis, sería el primer libro escrito de la Biblia. El Génesis, el Éxodo y otros libros se forjaron, como veremos, durante el exilio en Babilonia y más tarde aún hasta etapas casi contemporáneas al propio Jesús.

Se supone que Josías destruyó los idolos y trató de construir un pueblo en torno a un libro acuciado por la necesidad de dotar de unidad a los judíos y a todos cuantos israelitas habían llegado del Reino del Norte huyendo de los asirios pero todo su trabajo se vendría abajo poco tiempo después, cuando el poder asirio fue sustituido por un nuevo poder emergente: Babilonia.

Como ya les adelanté en torno al 580 antes de nuestra era Babilonia cayó sobre el Reino del Sur, sobre Judea y tras derrotarla llevó al cautiverio al pueblo judío. ¿A todo? No. Sólamente a las clases más preparadas, a la nobleza, a la familia real, a los técnicos y personas mejor preparadas dejando al pueblo llano en una conquistada judea.

Son esos deportados a Babilonia quienes lloran su ausencia en salmos como el que Boney M. cantó 2500 años después y, sin embargo, fue este exilio en Babilonia el que verdaderamemte dotó de señas de identidad al pueblo judío.

Por un lado los judíos entraron en contacto con una civilización mucho más avanzada que la suya y allí aprendieron un nuevo idioma de forma que dejaron de hablar hebreo, que quedó reservado a los textos religiosos, para pasar a hablar arameo, el idioma materno de Jesús.

Por otro lado los judíos pudieron conocer los textos sagrados y las ceremonias babilónicas que, con las consiguientes adaptaciones, hicieron suyos. Así llegaron a la tradición judía textos babilonios como el «Enuma Elish» del que se tomaron bastantes ideas para el Génesis, o del «Poema de Gilgamesh» del que se tomó toda la historia del diluvio universal, o del «Ludlul Bel Nemeki» con todo su planteamiento teórico sobre el mal, u observaron en la propia Babilonia el Entenenanki, el zigurat erigido en Babilonia en honor del Dios Marduk, edificado por dioses según los textos babilónicos y que alcanzaba el cielo que sirvió de origen para el relato de la Torre de Babel. Observen que Babel es la misma palabra que dio origen al nombre Babilonia. «Bab» (puerta) «ilu» (de dios) o mas aún «Bab» (puerta) «ilani» (de los dioses). Todavía hoy «Bab» significa «puerta» en las lenguas semíticas de forma que, cuando oigas hablar del Estrecho de Bab El Mandeb a la entrada sur del Mar Rojo, ya puedes especular con lo que significa.

En Babilonia los judíos mantuvieron su identidad como pueblo gracias a la ley, a esa ley que les dio Josías y que ellos fueron corrigiendo y aumentando con leyendas, relatos y mitos babilonios debidamente adaptados.

Para cuando el emperador Ciro el Grande, fundador de la dinastía persa aqueménida, liberó a los judíos y les permitió volver a su país estos habían sufrido una profundísima transformación cultural. Salieron politeistas y hablando hebreo de Judea y ochenta años más tarde volvieron allí hablando arameo y decididos partidarios del monoteísmo.

Ciro el Grande, además, les permitió reconstruir el templo de Yahweh que Nabucodonosor en babilonio había arrasado y no es de extrañar que uno de los libros capitales del Antiguo Testamento, el del profeta Isaías, se otorgue a este emperador, Ciro el Grande, la condición de «Mesías».

¿No me crees?

Acudamos al libro del profeta Isaías, capítulo 45 y leerás:

«Así dice Jehová a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha, para sujetar naciones delante de él y desatar lomos de reyes; para abrir delante de él puertas, y las puertas no se cerrarán: 2 Yo iré delante de ti, y enderezaré los lugares torcidos; quebrantaré puertas de bronce, y cerrojos de hierro haré pedazos; 3 y te daré los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados».

Es importante que sepas que donde lees «ungido» debes leer «Mesías» porque «Mesías» (Masiah) es la palabra hebrea que se traduce al español como ungido. Dicho de otra forma, la palabra Mesías, se dice en castellano «ungido» del mismo modo que en griego se dice «Cristo» (Χριστός, Christós). Es decir, Mesías, Ungido y Cristo significan exactamente lo mismo. Mesías, Ungido y Cristo designan a cualquier persona sobre la que se ha derramado el aceite de oliva preparado en la forma que nos enseña el Antiguo Testamento.

—Pero yo no recuerdo que a Jesús de Nazaret nadie le echase aceite.
—Tranquilo, ya veremos eso otro día.

Por hoy debe bastarte saber que Ciro respetó a todos los dioses de los diversos pueblos de su imperio. Él, que adoraba a Ahura Mazda, el dios de los zoroastristas, respetó al dios babilonio Marduk y al judío Yahweh. Para Ciro, al parecer, bajo diversos nombres todos eran uno y el único dios… No es de extrañar que Isaías le considerase como «ungido» de Yahweh pues su posición espiritual indica ya el monoteísmo que acabará cuajando en el pueblo judío.

A la vuelta de Babilonia, el pueblo judío así transformado culturalmente, reedificó bajo el reinado de Zorobabel el templo de Yahweh y se dispuso a vivir feliz sin saber que por las tierras de Macedonia pronto habría de nacer un niño que, educado por Aristóteles, estaba a punto de adueñarse de casi todo el mundo conocido y cambiar de forma determinante las creencias y la forma de pensar de una parte importantísima del pueblo judío.

Pero eso os lo cuento en la segunda parte de esta serie. Por hoy bastante hemos tenido con Babilonia, el exilio y Boney M.

Sopa con fideos, la comida de los grandes juristas

Sopa con fideos, la comida de los grandes juristas

Cualquiera que haya leído las tonterías que escribo sabrá, a estas alturas, que la expresión latina «ius» significa literalmente «sopa» y que está directamente emparentada con palabras que significan «unir» de ahí que llamemos «yunta» (iunta) al equipo de animales que tira de un peso; «cónyuges» (con-iu-ges) a las personas que se unen en matrimonio; «yoga» a esa práctica de unión espiritual o «yugo» (iugo) al artefacto que une a los bueyes. El «ius» une los sabores en forma de sopa o a la sociedad merced a normas justas.

Hoy que me estoy comiendo una sopa de fideos yo podría inventarme —o sostener— una falsa etimología de la palabra «fideo» y decirles que la comida de los buenos juristas es la sopa de fideos pues en ella se une el ius (sopa) con la fides (fideos) creando un símbolo gastronómico inigualable de la justicia (iustitia).

En el siglo XIX se quiso hacer derivar la palabra fideo de «fides», pero de una forma especial de ella, pues la cuerda de la lira, en etrusco, se decía fides.

Pero les engañaría. En realidad los fideos son el producto del mestizaje cultural peninsular entre cristianos, árabes, mozárabes y judíos.

A la acción de utilizar el escáner los castellanohablantes la bautizamos como «escanear», del mismo modo, a la práctica del surf la llamamos «surfear». Y es por eso que no les sorprenderá si les digo que, la expresión verbal «fid», los judíos sefardíes la conjugaron como «fidear» pues, como hemos visto en escanear y surfear, los castellanoparlantes, cuando convertimos en verbo alguna palabra extranjera lo solemos hacer añadiento la terminación «-ar» o «-ear».

Ocurre que esta vez «fid» es palabra semítica que en el árabe clásico dio «fad» y en imperativo «fid» (crecer, aumentar de tamaño) y de ahí pasó al mozárabe, y de ahí al sefardí fidear y de esa forma de espñol judío a todo el mundo.

En la sopa de fideos, pues, anote que no todo se lo debemos al ius romano, los romanos no conocían los fideos y sus sopas eran, por tanto, tristes y desangelados caldos; fue necesario el impulso del islam español, en conjunción con los judíos de esa España que ellos llamaban Sefarad y las muy cristianas hambres, para que viniese al mundo el fideo.

Es por eso que ahora, mientras rebaño los restos de la sopa con un trozo de pan, me admiro reflexionando en cuanta historia se esconde en un plato de sopa con fideos.

La Semana Santa y Mesopotamia

La Semana Santa y Mesopotamia

Aunque muchas veces les cuento que todo empezó en Mesopotamia, algunos de ustedes —lectores descreídos— aún no acaban de admitirlo. Así que hoy, que ya se va oliendo a primavera, voy a dar una vuelta de tuerca más en mis argumentaciones y voy a demostrarles que la semana santa (sí, la semana santa) también la inventaron los habitantes de aquel lugar y, por supuesto, mucho antes del nacimiento de Cristo. Ahí es nada.

Lo primero en que tenemos que fijarnos es cuándo se celebra la semana santa. ¿Lo sabe usted? ¿No? Pues tranquilo que ahora mismo se lo explico.

Las fechas y festividades de la semana santa se fijan teniendo en cuenta el día en que se celebra el Domingo de Resurrección y ¿cómo se decide qué domingo es el Domingo de Resurrección? Pues… De la misma forma que acadios, babilonios, asirios y persas lo hacían: mirando a la luna.

Los meses no duran entre 28 y 31 días por casualidad, ni es casualidad que las semanas tengan siete días, esto es así porque en la vieja Mesopotamía los meses se computaban según el ciclo de la luna y, durante este, se distinguían cuatro momentos fundamentales, las lunas nuevas, las lunas llenas y las medias lunas de los cuartos creciente y menguante. Un ciclo de 28 días dividido en cuatro cuartos, según las fases de la luna, nos arrojan cuatro períodos de siete días (nuestras semanas) al cabo de cada una de las cuales hay una fase siginificativa del ciclo lunar (luna llena, nueva, creciente o menguante) que los mesopotámicos designaron con la palabra «Shabatu» una palabra que, traducida, significa «cesar», «parar» o «barrer». En esos días, necesariamente, había que dejar de trabajar pues, por razones astrológicas, no eran aptos para hacer nada.

El puebo judío, esclavizado en Babilonia del 597 al 538 AEC, hizo suya está costumbre del «Shabatu» y hasta hoy día el calendario hebreo conserva el importantísimo «Shabat» (rito básico de su fe pero copia reelaborada del viejo «shabatu») así como el cómputo lunar de los meses.

Nosotros, ciudadanos occidentales, también celebramos el shabatu mesopotámico (nuestro Sábado, Saturday, Samedi…) y, aunque nuestros meses ya no son lunares, nuestras semanas siguen siendo esos períodos de siete días que los mesopotámicos establecieron.

¿Y por qué hay una semana santa?

Para los mesopotámicos la semana en que el año comenzaba era especial y la celebraban de formas que aún hoy día se celebran multitudinariamente en Iran, Turquía, Uzbequistán y en todas aquellas regiones que un día fueron parte de Persia: el «Nouruz» o año nuevo persa.

En el Nouruz las gentes se disfrazan para que la mala suerte no les reconozca en el año entrante, celebran fiestas, beben en abundancia, se hacen regalos y, en general, todo es motivo de fiesta y alegría. Esta celebración ha pervivido y aún en países dominados por el Islam se celebra de forma multitudinaria (si no me cree googlee «Nouruz») y, claro, como no, también por los judíos.

Vale, muy bien, pero ¿cuándo comienza el año en Mesopotamia?

Pues, cuando debe de ser: cuando todo renace, resucita y vuelve a la vida, con la primavera.

Aclaremos los conceptos: la primavera comienza cuando se produce el llamado «equinoccio de primavera» (cuando día y noche duran exactamente lo mismo) y, el primer mes del año mesopotámico, comienza con la primera luna llena de primavera. ¿Lo entiende? Es primero de año la primera luna llena de la primavera. Ahí comienza el año mesopotámico.

¿Y cuándo es domingo de resurrección?

Pues lo mismo: es Domingo de Resurrección el primer domingo después de la primera luna llena de la primavera. Si no me cree busque los decretos eclesiásticos que fijan la semana santa o compruebe usted como, este año, el equinoccio de primavera es el día 20 de marzo —Sábado— y que la primera luna llena tras él se produce el domingo 28 de marzo —Domingo de Ramos—, razón por la cual el domingo siguiente —primer domingo TRAS la primera luna llena de la primavera— es Domingo de Resurrección.

Y ¿cuándo es la pascua judía? Pues básicamente lo mismo: la primera luna llena de la primavera y esto es así simplemente porque es lo que el pueblo judío aprendió durante su cautiverio en Babilonia, asociándolo luego a la fiesta en que conmemoraban su salida de Egipto. De hecho, aunque los israelitas computan el año a partir del domingo 7 de octubre del año 3760 a. C., fecha equivalente al 1° del mes de Tishrei del año 1 (fecha del primer día de la creación) la Biblia Hebrea computa el año a partir del 1 del mes de Nisán (los nombrecitos de los meses son también mesopotámicos) que no es sino la primera luna llena de la primavera de cada año. Para la Biblia Hebrea los años comienzan el 1 de Nisán, es decir, con la primera luna llena de la primavera.

Bien, ahora que ya sabemos por qué la Pascua Judía, la Pascua Cristiana y el principio de año mesopotámico coinciden y ahora, estoy seguro, que ya sabrá usted por qué TODAS las semanas santas que usted haya vivido las ha celebrado mientras en el cielo una inmensa luna llena preside las celebraciones. No es casual, esto lo inventaron hace 5000 años en Mesopotamia (como todo) y nosotros no hacemos más que celebrar, de forma reelaborada, ese rito.

Los judíos, sin embargo, comienzan a celebrar el principio de año dos semanas antes de la luna de Nisán, es decir, los días 14 y 15 del mes de Adar (el último mes de su año mesopotámico) y lo hacen mediante una festividad llamada «Purim», donde reina la alegría. Lo malo es que esta festividad de «Purim» pues, también tiene significado mesopotámico y halla su fundamento en el controvertido «Libro de Ester», el cual forma parte de las Biblias hebrea y cristiana.

Vaya por delante que ninguno de los nombres de los principales protagonistas del libro es hebreo, pues ni el malvadísimo Amán, ni Mordekay ni Ester son nombres judíos.

Ester no es un nombre judío, sino mesopotámico, y se corresponde con el de la diosa Istar (en las lenguas semíticad las vocales no se escriben de forma que Ester e Istar se escriben igual —STR—) al igual que el del otro protagonista del libro, el judío «Mordekay» o «Mardokeo», cuyas consonantes —MRDK— son las del supremo dios «Marduk». Curiosamente en el libro de Ester no aparece ni una sola vez la palabra Yahweh, Jehowah, o Dios y, se especula, con que el libro fuese no Yahwista sino más bien conforme con la importante comunidad de judíos adoradores de la diosa madre.

En fin que esta fiesta de Purim, que se celebra el 14 de Adar, tiene también su antecedente mesopotámico (como todo, obviamente) y es fiesta de alegría, de disfraces —recuerden Nouruz— de dar limosna, de repartir comida y de beber vino y licores.

Y en este punto (como conozco a muchos de mis lectores y sé que les gusta el pitraque) déjenme aclararles cuándo y hasta qué punto se puede consumir vino y licores.

El cuándo se responde pronto: hoy estamos a 11 de Adar, luego este Viernes será 14 de Adar, fecha de la celebración. Si quiere hacer el Mardokeo o Mordekay este fin de semana es su momento. Prepare regalos, comida y su hígado porque el punto exacto hasta el que puede beber se lo digo ahora.

El punto exacto también tiene su límite en el muy mesopotámico libro de Ester: puede consumirse vino hasta que en sus entendederas se confundan los nombres del malvado Amán y el bueno de Mordekay. Es decir que, o mucho me equivoco, o se puede coger una folloneta considerable.

Y… Hablando de vino, hoy me he gobernado para comer este vino manchego, «Canforrales», en el establecimiento del Callejón de Campos que regenta José, un contumaz manchego ejerciente. El vino es un varietal de Syrah que, como todo, también me conduce a Mesopotamia pues es esta uva la que se cultivaba allí en la época en la que el hijo de un carpintero de Nazaret celebró su última Pascua, bajo la luna llena de Nisán, poco antes de que fuese ajusticiado por los romanos.

Fue el principio de una nueva era y de un nuevo calendario: el nuestro.

En fin, a su salud, hoy la Mancha ha de devolverme sabores de hace dos mil años, casi los mismos que trece hombres saborearon una noche bajo la luna de Nisán.

Hackers de hace 1200 años

Manuscrito de Al Kindi. Texto cifrado.

Sir Isaac Newton entendía bien cómo funcionaba el progreso humano y por eso, cuando le preguntaron cómo había conseguido realizar toda la ingente cantidad de descubrimientos que —no siempre con acierto— se le atribuyen, en una carta a su «amigo» Robert Hooke respondió simplemente: «Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes».

Estos gigantes a que se refería Sir Isaac eran, sin duda, hombres de la talla de Copérnico, Galileo o Johannes Kepler; pero, incluso cuando dio esta humilde respuesta, Sir Isaac cabalgaba sobre las espaldas de otro gigante menos conocido, el filósofo Bernardo de Chartrés, quien, alrededor del 1130, ya había dejado escrito que:

«…somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.»

Y esta cita me viene al pelo porque hoy, a través de un artículo de la revista Forbes, me he enterado de que un investigador de seguridad de Microsoft (Keny Samara) junto con sus colegas Muhammad Naveed (de la Universidad de Illinois) y Charles Wright (de la Portland State University), han demostrado cómo eran capaces de extraer información de las bases de datos de diversos hospitales incluso cuando estas estaban protegidas por los más avanzados sistemas de cifrado.

No les fatigaré con datos técnicos, sólo les diré que, al final, el «abracadabra» que permitía romper la encriptación es un sistema clásico de criptoanálisis que, aunque estudiado hoy en el ámbito de las llamadas «nuevas tecnologías», es conocido desde hace aproximadamente 1200 años gracias a la creatividad de los sabios del califato Abasí que, reunidos en la llamada «Casa de la Sabiduría» (Bayt al-Hikmah), analizaron textos cifrados y establecieron técnicas de criptoanálisis que todavía están en la base de los ataques hacker. El primer director de la biblioteca y el cetro de traducción de la «Casa de la sabiduría» se llamó Abū Yūsuf Ya´qūb ibn Isḥāq al-Kindī, conocido simplemente como Al-Kindi, y a él se atribuye la autoría de los más antiguos documentos que se conservan en materia de criptología. En uno de sus manuscritos sobre la forma de descifrar mensajes cifrados se contienen los fundamentos del que todavía es uno de los métodos básicos de descifrado: el análisis de frecuencia.

Entender los fundamentos de este sistema de descifrado no es difícil, supongamos que usted cifra un texto cuyo original está escrito en español, pues bien, sabiendo la frecuencia con que en español se utilizan las diversas letras (por ejemplo la letra «e» aparece con una frecuencia de 13,68% y la «a» de 12,53%), uno puede suponer que, los caracteres que aparezcan en el texto cifrado con tal frecuencia, han de tratarse de las letras que en castellano aparecen con esa frecuencia dada.

Obviamente los sistemas de cifrado han tratado de eliminar esa debilidad pero, al final, ocurre que bajo todas las sofisticaciones introducidas acabamos recurriendo a la herramienta que Al Kindi nos regaló hace 1200 años y es un manuscrito de Al Kindi el que vemos en la imagen que abre este post: el trabajo de uno de los primeros hackers de la historia y que, junto con trabajos de otros eminentes gigantes musulmanes como el uzbeko Abu Abdallah Muḥammad ibn Mūsā al-Jwārizmī, han hecho posible que enanos como nosotros nos hayamos podido asomar al mundo de las matemáticas, del álgebra, de la criptografía y de todas esas herramientas sin las cuales nuestra «sociedad del conocimiento» sería imposible.

Han pasado 1200 años desde que vivieron gigantes como Al Kindi o Al Waritzmi (el que dio nombre a los algoritmos y al álgebra) y aun seguimos sentados sobres sus hombros, aunque nuestra ignorancia y nuestro orgullo de enanos nos impida darnos cuenta.

Nuestros números son árabes, nuestro dios es judío, nuestro alfabeto es latino… ¿a quiénes llamamos, entonces, «extranjeros»?