Muchos años antes de que existiese internet muchos hombres y mujeres la soñaron. A internet no se llegó por casualidad sino por la voluntad y el trabajo de décadas de quienes persiguieron este sueño. Sobre teorías y tecnologías construídas por hombres como Norbert Wiener («The human use of human beings»), Alan Turing («On computable numbers»), Claude Shannon (» The Mathematical Theory of Communication«), otras personas como Vannevar Bush («As we should think»), Ted Nelson (Xanadu Project), Dough Engelbart («Augmenting Human Intellect: A Conceptual Framework») y muchísimos otros, soñaron este ciberespacio en el que nosotros vivimos ahora. Lo soñaron y lo construyeron, pero también pensaron sus consecuencias para la humanidad y los principios por los que debería de gobernarse para que fuese el principio de un futuro feliz y no el de una distopía cyberpunk.
Sin embargo, mientras todas estas personas soñaban, el dinosaurio aún estaba ahí y los viejos estados decidieron que no iban a morir, que, antes de que todos los seres humanos soñasen el sueño de esos locos, ellos tomarían el control de este nuevo espacio y le impondrían las mismas viejas normas, modos y maneras de hace cinco mil años.
Muchos se resistieron, pero la guerra fue inútil, los estados fueron poco a poco avanzando en todos los frentes: en el de la propiedad intelectual, en el del control de la libertad de expresión y, sobre todo, en el control de la privacidad donde internet, una herramienta pensada para libertad, fue convertida en una herramienta para la viglancia de todos los seres humanos, incluso en sus facetas más íntimas. No dudes de que Facebook o Amazón te conocen casi mejor de lo que tú te conoces y si, Amazón, facebook, Google o Twitter lo saben casi todo de ti, no tengas la menor duda de que los estados lo saben también. Gentes como Julian Assange o Richard Snowden lo pusieron en su día de manifiesto. Ya sabes cómo reaccionaron los estados.
Fue por eso por lo que, ya en fecha tan temprana como 1992, gentes como Eric Hughes, Timothy C. May o John Gilmore comenzaron a reunirse y a gestar lo que, con los años, se acabaría convirtiendo en el movimiento «Cypherpunk».
Se llama cypherpunk a cualquier individuo que defiende el uso generalizado de criptografía fuerte y otras tecnologías de defensa de la privacidad en la red, como medio de conseguir el cambio político y social de la sociedad. Su ideario más extremo se recoge en un documento de 1993 llamado «A Cypherpunk’s Manifesto» redactado por Eric Hughes.
Frases como “La privacidad es necesaria para una sociedad abierta en la era electrónica … No podemos esperar que los gobiernos, las corporaciones u otras organizaciones grandes y sin rostro nos otorguen privacidad … Debemos defender nuestra propia privacidad si esperamos tener alguna. .. Los cypherpunks escriben código. Sabemos que alguien tiene que escribir software para defender la privacidad, y … nosotros lo vamos a escribir «; son sólo algunas de sus frases más características.
Era 1993 pero esos principios quedaron navegando por la red y muchos otros los abrazaron, de forma que, cuando en 2007-2008 los estados y los bancos llevaron a cabo la mayor depredación que ha visto la humanidad reciente con la crisis de las hipotecas, algunos de estos cypherpunks se entregaron a la tarea de programar para ofrecer herramientas a la sociedad con la que esta pudiese defenderse de los estados, de sus bancos centrales, de los fondos monetarios internacionales y los bancos mundiales. Unas herramientas que privasen a los estados de mayor y más fuerte herramienta de engaño y control que habían construido a lo largo de los siglos: el dinero. Es así como en 2009 nació Bitcoin.
Muchos cypherpunks están detrás de esta revolución, personas como Nick Szabo, inventor de los smart contracts; diseñador del bit gold, y precursor del Bitcoin; Hal Finney, criptógrafo, autor principal del programa de cifrado PGP y persona que fue (falleció en 2014 a los 58 años) la primera persona que, el 12 de enero de 2009, recibió la primera transacción de 10 bitcoins de Satoshi Nakamoto. Hal Finney fue un férreo defensor y pionero del Bitcoin (se sabe que fue quien descargó y ejecutó la primera versión de Bitcoin tras el propio Satoshi).
Junto a ellos, cientos de cypherpunks, esas personas que, porque comprenden los peligros de encierra el mal uso de la red para la sociedad quieren ser anónimas, pseudónimas o simplemente desean mantener su privacidad, contribuyeron al desarrollo de lo que hoy tomamos como una herramienta de inversión, de negocio o de divertimento.
Quizá ahora puedas intuir por qué no sabemos quiénes componen ese colectivo de personas que se ocultan tras el pseudónimo de Satoshi Nakamoto y quizá ahora puedas intuir por qué los estados siguen luchando contra conceptos como la libertad y la privacidad en internet. Seguramente, tras todo esto, también puedes comprender esa, de otra forma incomprensible, fe de muchas personas en las tecnologías criptográficas y seguramente podrás entender o intuir que la libertad, la democracia y la justicia se están decidiendo ahora en esa nebulosa nueva frontera a la que llamamos ciberespacio.
Tú estás viviendo en ese mundo que te cuento y, aunque no lo creas, es bueno que, en algún momento todos tomemos conciencia de ello.
Otra cosa no es más que tomarse la cómoda pastilla azul.