Desgranar pésoles

Desgranar pésoles

Desgranar guisantes es una actividad que me retrotrae a la infancia y me hace recordar a las mujeres que la poblaron. Hoy, en esta era que ni limpia lentejas ni desgrana guisantes, es imposible revivir la calidad emocional de aquellos tiempos muertos preparando los alimentos para la comida.

El guisante cunde poco y da tiempo a hablar mientras se desgrana, cuando uno veía a su madre prepararse para la tarea huía aunque antes o después llegaba la orden

—¡Pepito! ¡Ayúdame a desgranar!

Y entonces habías de ponerte a la vera de tu abuela o tu madre a desgranar guisantes hasta llenar un lebrillo de ellos con que echar de comer a la legión de maridos, hijos y nietos que se habían de sentar a la mesa. Esos tiempos muertos con tu abuela o tu madre (o tu padre si es que se atrevía a pasar cerca) eran tiempos de comunicación, de escuchar a personas nacidas en el siglo XIX escuchar las historias que les contaron sus padres, nacidos mediado el siglo y de sus abuelos, nacidos incluso antes de la guerra de la independencia.

Para mí, hijo del régimen de Franco, oir hablar del rey o de la república era como escuchar cuentos de una época fabulosa…

—Hoy tenemos un jamón como los de antes de la guerra…

…y todo eso construía una continuidad histórica que hacía que tus padres y abuelos no sólo te solucionasen el presente y te preparasen el futuro, sino que además te regalasen un pasado que diese referencias a tu vida y te permitiese trazar puntos de fuga y lineas de perspectiva.

Desde que compramos los guisantes desgranados eso se ha perdido y desde que vivimos solos, aunque desgranemos guisantes, ya no tenemos nadie a quien contarlo.

Claro que yo tengo un teléfono y redes sociales.

Y aún lo cuento.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

En el pequeño espacio que se ve en la fotografía los cartageneros han dado culto a tres diosas desde hace más de dos mil años. A ustedes puede parecerles algo de poca importancia, a mí me impresiona y me sume en cavilaciones.

En primer término pueden ver el templo de Isis, una deidad egipcia cuyo culto fue mayoritario en el siglo I de nuestra era. Diosa madre, grande en magia, estrella de los mares y protectora de los marineros no cuesta imaginar cómo su culto llegó hasta aquí desde el oriente en los barcos que llegaban desde allá.

A la izquierda, tras una especie de escalinata, se ve la única columna que queda del templo de Atargatis, otra diosa relacionada con el agua, de hecho Atargatis fue una diosa sirena, mitad mujer mitad pez. Fue otra diosa que llegó en barco.

A la derecha se ve la cúpula de la iglesia de la Virgen de la Caridad, la actual patrona de la ciudad, otra figura sacral que también llegó en barco.

Muchas oraciones de muchas personas de muchas fes y credos distintos aún vibran en este pequeño espacio de mi ciudad. ¿Hay algo especial en él que atrae a las diosas?

Esta es una de las muchas partes de que está hecha mi ciudad.

Habladme del futuro

Pronto entraremos en año electoral y los políticos de nuestro entorno comenzarán a gritarnos desde los medios de comunicación que el futuro les preocupa.

Pero es mentira.

Del futuro solo les interesa su suerte electoral, ganar o mantener su cargo, porque, por lo demás, el futuro es un espacio vacío para ellos.

Dicen que les preocupa nuestro futuro, pero es mentira; carentes de toda imaginación los candidatos sólo son capaces de llenar el futuro con frases estereotipadas y ajenas a toda concreción… «Contra el paro fomentaremos el empleo», «queremos «lo mejor» para nuestra ciudad», «nuestra ciudad es lo único importante»… Y así hasta llenar de vacío discursos interminables, tan absurdos y huecos como las declaraciones de un delantero centro tras un partido de fútbol.

Lo que a ellos les gusta no es el futuro, sino el pasado; les gusta el pasado porque no han de hacer esfuerzo alguno para inventar nada, el pasado está lleno de historias que ellos pueden seleccionar a su gusto hasta construir el pasado que les interesa. Con él nos irritan, nos adulan, nos adormecen la razón y, si alguien les critica su irremediable adicción al pasado, responden eso de que «el pueblo que olvida su pasado está condenado a repetirlo». Y es por eso por lo que, para que no olvidemos, ellos nos repiten su pasado, el pasado que ellos mismos han construido espigando de aquí y de allá los hechos, reales o inventados, que convienen a sus intereses electorales.

Es por eso también por lo que, cuando un político comienza a hablar de historia, dejo de escucharle. Me gusta la historia y dedico muchas horas de mi vida a escuchar a historiadores hablar de historia y es por eso que sé que, cuando un político me habla de historia, lo mejor que puedo hacer es dejarle hablando solo.

De los políticos no espero que me hablen del pasado, sino del futuro, de ese espacio vacío y sin escribir que hay ante nosotros y en el que pasaremos el resto de nuestra vida. Y es ahí donde me desespero porque, cuando repaso la «obra literaria» de todos estos políticos ágrafos que me rodean, adquiero la certeza de que, quienes son incapaces de escribir sin contratar a alguien que lo haga por ellos, jamás podrán escribir un futuro que merezca la pena ser vivido, de hecho no serán capaces de escribir futuro alguno y simplemente dejarán que la sociedad lo escriba viendo desde su sillón cómo el mundo evoluciona a pesar de ellos. Y lo harán cobrando, naturalmente.

Necesitamos soñar futuros colectivos, necesitamos empresas que realizar juntos, necesitamos definir objetivos para trazar luego los caminos que nos llevarán a ellos. Si te vas a presentar a una elecciones no me hables de lo que fue, mejor cuéntame lo que sueñas.

Y escríbelo, pero escríbelo tú.

Dos historias de México

Dos historias de México

La historia puede escribirse de muchas formas pero ninguna suele ser neutral. Hagamos un experimento y probemos a resumir la historia de México, por ejemplo, de dos formas diferentes.

Primera. En mesoamérica existía una civilización floreciente con capital en Tenochtitlán que aún hoy día nos sorprende con sus logros pero unos europeos llegados en barco, apoyados por tribus de indígenas traidoras a su patria, cercaron y se apoderaron de Tenochtitlán acabado así con aquella civilización maravillosa.

Tras tres siglos de dominación europea en la que se exterminó a la mayor parte de la población indígena, mexicanos de verdad se levantaron contra los europeos y los expulsaron del país. Un buen ejemplo para la humanidad.

Segunda. En mesoamérica existía una civilización que sistemáticamente capturaba miembros de las tribus vecinas para asesinarlos. Hartas de la situación y aprovechando la llegada de un contingente de europeos estas tribus se liberaron del yugo azteca y atacaron su capital Tenochtitlán apoderándose de ella y librando al país de aquella tiranía.

Tras la victoria indígenas y europeos se mezclaron entre sí hasta hacer de México un país ejemplarmente mestizo donde las razas se aman y no se odian. Un buen ejemplo para la humanidad.

Un mexicano hoy puede sentirse heredero de los mexicas o asumir que es hijo de una civilización mestiza. Las consecuencias de elegir creer en uno u otro relato son decisivas no sólo para determinar cómo se relacionarán con el mundo y entre sí sino incluso su relación consigo mismos y su historia.

Por eso ten cuidado de qué libros lees y qué relatos asumes, los libros son la forma en que se programan los seres humanos. Y recuerda que donde escribí México puedes escribir España… Españoles y mexicanos no somos muy distintos y seguramente a nosotros también tratan de escribirnos una historia que nadie escribe con neutralidad.

Como a los mexicanos.

Humanidades y verdad material

Tengo 60 años y no me han contado sino que he vivido el franquismo y la transición. Ahora escucho opiniones sobre ellos más o menos documentadas y las siento todas inexactas.

Es normal: el mundo, la vida, no caben en un texto, en una foto o en unos videos o unos documentos sonoros.

Cualquier comunicación humanística es sólo la representación de un mundo pasado irrecuperablemente perdido y que ya nunca podremos comprender completamente.

La historia, la literatura y, en general, las humanidades en el fondo sólo estudian el lenguaje, pero no sólo el lenguaje escrito sino el de las artes visuales, la música o la arquitectura, para, a través de ellos, tratar de entender el mundo que otros seres humanos crearon.

No, a día de hoy ya nunca entenderemos plenamente un pasado del que sólo tomamos conocimiento a partir de lenguajes, expresivos pero limitados.

Es así como se recupera el pasado en los procedimientos judiciales y es por eso que sabemos que la verdad oficial está condenada a ser inevitablemente diferente de la verdad material, tanto más cuanto más complejo es el pasado que se juzga.

Caeteris paribus: la historia de Caín y Abel

Caeteris paribus: la historia de Caín y Abel

Estoy leyendo estos días una interesantísima tesis doctoral (¿les he dicho que la Internet es maravillosa?) en la que me encuentro con frecuencia con la expresión latina «ceteris paribus».

«Cæterīs pāribus», frecuentemente escrita como caeterīs, cēterīs o céteris páribus, es una locución latina que significa literalmente «manteniéndose las demás cosas igual» y que se parafrasea en español como «permaneciendo el resto constante».

En ciencias se llama así al método en el que se mantienen constantes todas las variables de una situación, menos aquella cuya influencia se desea estudiar y, a mi juicio,es una valiosa herramienta para desentrañar complejos problemas. Por eso, hoy, mientras reflexionaba sobre la vieja historia bíblica de Caín y Abel, se me ha ocurrido que, quizá, usando este método, podría averiguar las razones del crimen si alteraba una variable de la historia y mantenía (ceteris paribus) las demás constantes. La historia creo que la conocen todos ustedes pero, por si no es así, se la recuerdo: Caín y Abel son los hijos de Adàn y Eva, la primera pareja de humanos creada por Yahweh segùn la Biblia. Caín, el Mayor, es agricultor y Abel, el menor, es pastor.

En un momento dado Caín y Abel hacen un sacrificio a Yahweh; Caín le ofrece los mejores frutos de su trabajo y Abel las mejores reses del suyo. Yahweh aprecia la ofrenda de Abel, más no hace lo mismo con la de Caín; quien, enfermo de celos e ira, asesina a su hermano.

Los celos y la ira son terribles pasiones humanas, eso lo sabemos, pero ¿Por qué habría de preferir Yahweh la ofrenda de Abel frente a la de Caín? ¿Por qué Yahweh desaira de esta forma al mayor de los hermanos siendo así que este le había ofrecido sus mejores frutos?

Les ruego que no pierdan el sentido del humor y tratemos de usar del método ceteris paribus.

Dado que la historia ofrece muy pocas variables a alterar comencemos con la más significativa: las distintas profesiones de los hermanos. Uno agricultor y otro pastor.

Si pensamos en Yahweh como un dios de pastores, su preferencia por Abel estaría predeterminada de antemano. Piensen en un Abel bético y un Caín sevillista, la preferencia por los logros, por las ofrendas de uno u otro, dependerá de si el Yahweh de nuestra historia es verdolaga o palangana. Si Yahweh fuera bético —como muchos sevillanos creen— no cabe duda de que aceptaría las ofrendas de Abel y haría ascos a las de Caín. Y viceversa, no se me vayan a enfadar los parroquianos de Nervión.

Si la única variable de esta historia es la distinta profesión de Caín y Abel no cabe duda de que Yahweh tenía que sentir favoritismo por los pastores en detrimento de los agricultores. ¿Y era eso así?

El momento histórico en que este relato se enmarca es ese en el que el hombre ha aprendido a cultivar la tierra. De un pasado nómada de cazadores recolectores que trashuman por el desierto con sus rebaños (eso y no otra cosa es Abraham) se está pasando a un presente donde los seres humanos se vuelven sedentarios, se establecen en unos mismos lugares y aparecen las primeras ciudades y estas ciudades, para esos nómadas que viven en tiendas y vagan por el desierto con sus rebaños de cabras y ovejas, son usualmente focos de pecado y corrupción.

Es a la historia de Sodoma y Gomorra, de Nínive y Babilonia e incluso de la misma Jerusalén: la corrupción y el pecado se asocia a las ciudades (sedentarismo) la nobleza y la pureza de espíritu al desierto (nomadismo).

Por no contarles ejemplos bíblicos conocidos sobre la relación del pecado y las ciudades permítanme recordarles un interesantísimo ejemplo de esta tensión neolítica entre nómadas y sedentarios, entre pastores y agricultores. La encontramos en el libro del profeta Jeremías, capítulo 35, versículos 1-10. Dice así:

  1. Palabra de Jehová que vino a Jeremías en días de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, diciendo:
  2. Vé a casa de los recabitas y habla con ellos, e introdúcelos en la casa de Jehová, en uno de los aposentos, y dales a beber vino.
  3. Tomé entonces a Jaazanías hijo de Jeremías, hijo de Habasinías, a sus hermanos, a todos sus hijos, y a toda la familia de los recabitas;
  4. y los llevé a la casa de Jehová, al aposento de los hijos de Hanán hijo de Igdalías, varón de Dios, el cual estaba junto al aposento de los príncipes, que estaba sobre el aposento de Maasías hijo de Salum, guarda de la puerta.
  5. Y puse delante de los hijos de la familia de los recabitas tazas y copas llenas de vino, y les dije: Bebed vino.
  6. Mas ellos dijeron: No beberemos vino; porque Jonadab hijo de Recab nuestro padre nos ordenó diciendo: No beberéis jamás vino vosotros ni vuestros hijos;
  7. ni edificaréis casa, ni sembraréis sementera, ni plantaréis viña, ni la retendréis; sino que moraréis en tiendas todos vuestros días, para que viváis muchos días sobre la faz de la tierra donde vosotros habitáis.
  8. Y nosotros hemos obedecido a la voz de nuestro padre Jonadab hijo de Recab en todas las cosas que nos mandó, de no beber vino en todos nuestros días, ni nosotros, ni nuestras mujeres, ni nuestros hijos ni nuestras hijas;
  9. y de no edificar casas para nuestra morada, y de no tener viña, ni heredad, ni sementera.
  10. Moramos, pues, en tiendas, y hemos obedecido y hecho conforme a todas las cosas que nos mandó Jonadab nuestro padre.

Estos recabitas no eran un clan cualquiera, eran el clan que habïa permanecido siempre fiel a Yahweh mientras el resto de Israel caía en la idolatría y eran quienes habían ayudado al gran profeta Elías en sus luchas con los idólatras. Era pues hebreos «pata negra» y, como buenos hebreos pata negra, habían obedecido los mandatos de Jonadab, hijo de Recab, de no beber vino, de no edificar casas para su morada y de no tener viñas, ni heredad, ni sementera.

Los recabitas son un ejemplo fabuloso de lo que era Abel: no conocían la propiedad de la tierra (no tenían heredad ni se apropiaban de ella sembrándola) y no vivían en casas sino en tiendas… como Yahweh. Porque, bueno es recordarlo, Yahweh es el Dios de un pueblo sin tierra que vaga por el desierto, que camina al lado de ellos que vive en una tienda (el «Tabernáculo») que se monta y se desmonta cada vez que el pueblo se pone en marcha cargando sus textos sagrados dentro de un arca.

Los pueblos sedentarios y agrícolas tenían dioses mucho más relacionados con la lluvia, el rayo, las nubes y las estaciones que Yahweh (al final y al cabo esas eran las principales necesidades de los agricultores) y no es de extrañar que los israelitas acaben adorando a Baal o al sol en cualquiera de sus sofisticadas versiones egipcias o mesopotámicas en cuanto se hacen sedentarios y se dedican a la agricultura. Yahweh en ese momento deviene en un dios poco útil para enfado de los profetas y de los redactores del Pentatéuco para quienes el desierto siempre será el lugar preferido de Yahweh, donde se aparecerá o hablará a los hombres y a donde los hombres se retirarán buscando el contacto con él.

Se han escrito mil explicaciones de la incomprensible historia del crimen de Caín, desde las psicoanalíticas de Freud y Jung a las más personales de Herman Hesse o José Saramago. A mí juicio el relato ilustra las tensiones producidas en un momento clave de la historia de la humanidad: el del nacimiento de la agricultura, el sedentarismo y la civilización.

Seguramente no me crees pero, (este es mi último y definitivo argumento) si eres aficionado a las películas del oeste, sin duda recuerdas esas películas que ilustran las tensiones entre vaqueros (cow-boys) y agricultores; estos colocan alambradas, vallan la tierra, impiden el desplazamiento de las manadas de ganado e incluso introducen ganado menor (ovejas) que cambia el hábitat y modo de vida de los cow-boys que, naturalmente, tratan de resolver el problema usando de su herramienta preferida: el revólver.

Es otra versión de la historia de Caín y Abel.

El primer poema de amor

El primer poema de amor

Los sumerios inventaron la escritura y, por eso, la historia empieza en Sumeria. En sus tablillas de barro encontramos por primera vez escrita la palabra libertad o la palabra guerra, los primeros contratos y las primeras leyes.

Produce cierto vértigo leer textos escritos hace más de cuatro mil años y escuchar cercanas las voces de personas que dejaron de existir hace milenios pero cuya voz no se ha extinguido.

Hoy me he topado con este que pasa por ser el primer poema de amor de la historia y no me puedo resistir al deseo de compartirlo aquí. Otro día les daré el contexto de este poema, hoy solo me apetece compartirlo. Díganme qué les parece.


Novio de mi corazón, amado mío;
tu encanto es dulce, dulce como la miel.
Querido de mi corazón, amado mío;
tu encanto es dulce, dulce como la miel.

Tú me has cautivado, libremente iré hasta ti;
novio mío, quiero escapar contigo a la cama.
Tú me has cautivado, libremente iré hasta ti;
querido mío, quiero escapar contigo a la cama.

Novio mío, te haré cosas deliciosas;
dulce tesoro mío, miel te llevaré.
En la alcoba, empapada de miel,
gocemos de tu dulce encanto.
Querido mío, te haré cosas deliciosas;
dulce tesoro mío, miel te llevaré.

Novio mío, si me quieres,
habla con mi madre y a ti me entregaré;
habla con mi padre y me entregará a ti como regalo.

Darte placer… Yo sé cómo darte placer;
novio mío, duerme en mi casa hasta el alba.
Alegrar el corazón… Yo sé cómo alegrar tu corazón;
querido mío, duerme en mi casa hasta el alba.

Si me amas,
amado mío, hazme cosas deliciosas.

Mi señor, mi dios; mi señor y mi dios protector,
mi Shusin, que alegra el corazón de Enlil,
¡ojalá me hicieras cosas deliciosas!
Tu sitio, dulce como la miel… ¡Ojalá pusieras tu mano sobre él!

Pon tu mano sobre él como la tapa de una copa;
extiende tu mano sobre él como la tapa de una copa.»


La identidad y la memoria

Somos lo que recordamos. Nuestra identidad es nuestra biografía y ni siquiera íntegra, sino sólo lo que consciente o inconscientemente recordamos de ella. Si se borra la memoria de una persona su identidad se extingue, como en los enfermos de Alzheimer; si se cambia por otra la doble personalidad y la locura son la consecuencia.

Las personas sabemos quiénes somos porque recordamos nuestra biografía, que, al fin y al cabo, no es tan larga como para no poder recordarla en lo esencial. Es, pues, difícil que nadie pueda engañarnos respecto a quienes somos.

Los grupos humanos, las naciones, los pueblos o comoquiera que les queramos llamar, también son memoria aunque en este caso colectiva; lo que ocurre es que su biografía es más larga que la de los indivíduos y no la recordamos porque la hayamos vivido sino porque nos la cuentan. Es por eso que hay tanta competencia para escribir y reescribir la historia de los pueblos y naciones: porque si se cambia la historia recordada se cambia al mismo tiempo la identidad de ese pueblo y esta es la manera más sencilla de manejar a los grupos humanos.

Memoria individual y memoria colectiva definen nuestra identidad como individuos y como grupos y es por eso por lo que hay que tener tanto cuidado con quienes pretenden contarnos nuestra historia.

Hoy es 18 de julio, el aniversario de una rebelión y del inicio de una salvaje guerra cuya historia me han contado de muchas formas a lo largo de mi vida. Quienes la ganaron quisieron en mi niñez que la recordase de una forma muy determinada y, con posterioridad, dependiendo de la ideología de mis interlocutores, han tratado de contármela de muchísimas formas diferentes.

En realidad, quienes trataban de venderme su visión de esta guerra no me estaban hablando de historia, lo que estaban tratando era de interpretar a su gusto la historia por que así cambiaban, también a su gusto, la identidad de mi país y mis paisanos.

Por eso, cuando oigo a políticos hablar de historia, me pongo en guardia, porque no es que estén tratando de decirnos cómo fueron las cosas, lo que están tratando es de decirnos lo que debemos ser y, mucho más aún, están tratando de legislar lo que somos.

Si quieres que una ideología triunfe sobre las demás déjale contar la historia a su manera, no solo cambiará la realidad sino que, imperceptiblemente, nos cambiará a nosotros mismos.

Memoria individual y memoria colectiva, identidad personal e identidad colectiva, conceptos peligrosos si caen en manos de insensatos o de malvados.


Nota. El 18 de julio de 1936 las Cortes de la nación estaban formadas por 473 diputados, de los cuales 17 (3,5%) eran comunistas y ninguno (0%) falangista.

Gazpachos de historia

Gazpachos de historia

El gazpacho es comida misteriosa y de orígenes oscuros para los gourmands poco avisados. Siempre que un gazpacho está bien hecho y se disfruta en común surge la misma pregunta:

—¿Cómo harían el gazpacho antes de que trajesen de América el tomate? ¿Habría siquiera gazpacho?

Usualmente siempre aparece algún comensal que recuerda a los demás que el ajoblanco es gazpacho y está hecho con almendras. No falta tampoco quien recuerda que existe el gazpacho manchego a base de carne y torta cenceña y ahí languidece la conversación porque nadie acierta a encontrar el denominador común entre preparaciones culinarias tan dispares como lo son el gazpacho manchego y el ordinariamente adjetivado de andaluz.

Para resolver este dilema no hay más remedio que acudir a la etimología que nos enseña que la palabra «gazpacho» se atestigua ya en el castellano del s. XII como «gaspacho», y después en muchas fuentes, incluido el Quijote. Existe también la forma antigua «caspacho» y, según el docto magisterio de Corominas, es lo más probable que deriven de la antigua voz «caspa», en el sentido de escamas o láminas de pan sobrantes a la que se añadió el sufijo mozárabe «-acho». Originariamente se empleaba en plural (se decía comer gazpachos, y no comer gazpacho), porque gazpacho, en origen, no es el nombre del plato, sino de los fragmentos de pan o corteza de pan, o los fragmentos de torta reutilizados y guisados. Si consideramos este dato del pan troceado podemos entender perfectamente porqué gazpachos andaluces y manchegos se llaman igual pues, ya desde antiguo, se elaboraba también una especie de pan ácimo sin levadura, en forma de tortas finas, cocido en el monte a la piedra, especial para gazpachos, que luego se troceaba para ser guisado, y que hoy se llaman tortas cenceñas, los «gazpachos» del gazpacho manchego.

Esto de trocear pan seco y humedecerlo en un líquido es mucho más antiguo que el propio Jesucristo.

Si deconstruimos el gazpacho andaluz y le quitamos los trozos (gazpachos) de cualquier cosa que lleve nos quedará apenas una mezcla de agua, vinagre, sal y quizá aceite. Pues bien, esa mezcla básica de agua y vinagre no es sino la bebida reglamentaria de los legionarios romanos: la «posca». La Historia Augusta nos cuenta como Trajano o su hijo Adriano bebían la «Posca» como cualquier legionario e incluso, en los Evangelios, la «posca» ocupa un lugar destacado cuando un legionario, apiadado de la sed que padece el Crucificado, le acerca con su lanza una esponja rebosante de «posca» para aliviar su sed.

Ocurre que como en griego (el idioma en que se escriben los evangelios) no existía la palabra «posca» usaron la palabra οξος (oxos, «vinagre») para llamar a la «posca» y, cuando estos fueron traducidos al latín en la Vulgata, la palabra «posca» fue definitivamente traducida por «acetum» (vinagre) a pesar de que, por entonces, los soldados del imperio romano de oriente todavía consumían reglamentariamente esta bebida con el nombre de phouska.

El caritativo gesto del legionario romano dando de beber a Cristo para aplacar su sed, merced a esta serie de errores de traducción, acabó injustamente convertido en un episodio más de maltrato.

¿Y por qué bebían agua y vinagre los legionarios romanos?

Por muchos y muy fundados motivos. En primer lugar porque el agua que consumían no siempre era de buena calidad y el vinagre con su ácido acético les ofrecía propiedades bactericidas que hacían más segura la ingesta de agua además de aumentar sus virtudes refrescantes.

¿Invento romano? No. Ya en la propia Biblia, en el Antiguo Testamento, se lee en el libro de Rut que los segadores bebían agua y vinagre como bebida isotónica avant la lettre para recuperarse del esfuerzo realizado bajo el sol y antes, mucho antes, ya desde el 3000 antes de Cristo, está acreditada la producción y consumo de vinagre en Mesopotamia.

Sí, la sopa primigenia del gazpacho ya existía hace cinco mil años en Mesopotamia y, quizá, les guste a ustedes saber que a los acadios (uno de los pueblos que dominó Mesopotamia en los albores de la civilización humana) les gustaba también trocear sus panes y sus alimentos y que a esa acción le llamaban… «kasapu». (¿Les suena parecido a algo?)

Y mientras me como mi kasapu, hecho de hortalizas y 5000 años de historia, pienso en las «esferificaciones», en las «espumas» y demás creaciones de la cocina moderna y me digo que no, que ninguna de esas creaciones me podrá contar nunca tantas historias como me cuenta un plato de kaspasu como este.

La última librería

No creo que el autor de la tablilla de Kish llegase a imaginarlo nunca, tampoco creo que Rómulo Augústulo pensase en ello aquel 4 de septiembre del año 476; quizá Constantino Paleólogo sí tuvo más conciencia de la trascendencia de lo que iba a suceder aquel martes 29 de mayo de 1453 mientras caminaba hacia las murallas de Constantinopla con la firme determinación de morir luchando en ellas al lado de sus hombres. Pero estoy seguro que ninguno de ellos pensó jamás que los hechos que estaban viviendo se convertirían en los hitos con que la humanidad dividiría las edades de la historia en los milenios venideros.

Hoy, mientras leía un artículo de la agencia Univisión a propósito de una magnífica librería de Los Ángeles, me han venido a la cabeza aquellos hechos y he pensado que, tal vez, si hubiésemos de buscar un hito con que cerrar nuestra actual Edad Contemporánea este bien pudiera ser el del cierre de la última librería.

El nombre de la librería de la que trata el artículo es casi una broma macabra: “The last bookstore” y ha sido al conjuro de ese nombre ¿comercial? que se me han venido a la memoria el escriba de Kish escribiendo en su tablilla, Rómulo Augústulo entregando el cetro imperial al bárbaro Odoacro y Constantino XI Paleólogo, espada en mano en las murallas de Constantinopla, esperando la última y decisiva acometida de la infantería jenízara.

Desde que el escriba de Kish trazó sus primeros signos hasta nuestros días han transcurrido 5.500 años, 55 siglos fascinantes en los que el conocimiento humano encontró una nueva patria donde habitar y preservarse. Recluído en el cerebro de los homo sapiens durante 160.000 años, a partir de Kish el conocimiento pobló nuevos continentes en forma de tablillas de barro, papiros o lápidas. Gracias a la escritura el ser humano aumentó su memoria y sus capacidades intelectuales hasta límites insospechados; desde Kish en adelante las nuevas generaciones podrían disponer del conocimiento acumulado por sus ancestros y ya nada volvería a ser igual. Tras 160.000 años durante los cuales la inmensa mayoría de los homo sapiens apenas si habían hecho otra cosa que tallar herramientas en piedra; los 5.500 años que siguieron a aquel remoto día en Kish, vieron a ese mismo homo sapiens aprender los secretos de la naturaleza y dominar las energías naturales hasta, finalmente, lograr salir de la Tierra y alcanzar los confines del sistema solar.

Durante esos 5.500 años todo el saber humano ha estado adherido a un soporte material cuya copia y reproducción era el principal problema. Inventos como la imprenta (1455) cambiaron el mundo mucho más que la caída del último resto del imperio romano en Constantinopla (1453) pero el ser humano es así: necesita la perspectiva que da el tiempo para apreciar el valor de lo que nace y apenas unos instantes para percibir la importancia de lo que muere.

Una cierta melancolía invade al ser humano cuando piensa que, esos soportes que han sido la patria del conocimiento durante 5.500 años, están próximos a ser abandonados. Como Constantino XI Paleólogo al sentir que era el último día de un imperio que había sido patria de los romanos desde hacía 2.200 años, los seres humanos del siglo XXI se enfrentan con melancólica rebeldía a lo que saben inevitable: el conocimiento abandonará lo que ha sido su hogar durante 5.500 años para marchar a habitar unos espacios intangibles, ajenos a la tranquilizadora sensación que el tacto aporta a esta especie que se dedicó 160.000 años a tallar piedras con sus manos.

Y quizá el nombre de esta librería de Los Ángeles de la que les hablo, “The last bookstore”, no sea sino un augurio que, como los augurios que anunciaron la caída de Constantinopla, anuncie también el fin inevitable de una era gloriosa.

Quizá no haya otra opción y el día que cierre la última librería sea el día que los hombres hayan de tomar en cuenta para dar por cerrada la era más fascinante de la vida de la humanidad. Quizá ese destino esté ya escrito en uno de esos libros prontos a ser abandonados pero, si es así, espero que lo veamos… y que sea para bien.