Confucio y la cooperación

Cuando le pidieron a Confucio que manifestase el término que mejor caracterizaba una saludable vida en sociedad, dicen que Confucio contestó:

—Reciprocidad.

Lo que quizá no supiese Confucio es que ese término representa la base de la convivencia no sólo humana sino animal y vegetal, macroscópica y microscópica.

La cooperación no es una estrategia que exija un acuerdo previo entre seres conscientes; la cooperación es una estratgia biológica que se impone en entornos que reúnen unas determinadas caracteríaticas. Déjenme que les ponga un ejemplo.

Hace unos años el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicó los resultados de un estudio llevado a cabo por un grupo de científicos con levaduras, aprovechando que en estas, a diferencia de los humanos, al ser unicelulares, su “comportamiento” no está determinado por un sistema nervioso o un código cultural o racional de conducta: La conducta de las levaduras es meramente genética.

Estos científicos desarrollaron un experimento que empleaba a las ya citadas levaduras y el metabolismo de la sacarosa, o azúcar común.

La sacarosa no es el azúcar favorito de las levaduras como fuente de alimento, pero pueden metabolizarla si no hay glucosa disponible. Para poder hacerlo necesitan romper ese disacárido en bloques más pequeños que la levadura puede metabolizar mejor. Para ello necesita producir una enzima que se encargue de esta tarea. Gran parte de estos subproductos son dispersados libremente al medio y otras levaduras los pueden aprovechar. Pero la producción de la enzima exige el gasto de unos recursos.

De este modo podemos llamar levaduras cooperantes a aquellas que degradan la sacarosa segregando la enzima y no cooperantes o tramposas a aquellas que no lo hacen y simplemente se aprovechan del trabajo de las demás. Si todo el subproducto se difunde entonces no hay acceso preferente para las cooperantes y éstas mueren y desaparecen junto a los genes que determinan ese comportamiento.

Los investigadores observaron que las levaduras cooperantes tienen un acceso preferente de aproximadamente el 1% de lo que producen. El beneficio sobrepasa el coste de ayudar a los demás, permitiéndoles así competir con éxito frente a las levaduras tramposas.

Si esta conducta «cooperadora» o «altruista» entre seres unicelulares no le impresiona déjeme que le hable de usted mismo y de su cuerpo: usted es la mejor prueba de que la historia de la vida no es una historia de garras, colmillos y sangre, sino de cooperación y reciprocidad.

Todas y cada una de las células que componen su cuerpo son células de las llamadas «eucariotas», células que, además del ADN de su núcleo contienen otro ADN —por cierto muy utilizado en los juzgados y tribunales— que es el llamado ADN mitocondrial. ¿Cómo es que hay dos ADN distintos en una misma célula aparente? Pues porque esa célula no es más que el producto del trabajo en equipo de dos células que antes vivían separadas: la célula principal y la mitocondria. El proceso por el cual esas dos células se pusieron a trabajar juntas suele llamarse «endosimbiosis seriada», pero, independientemente de los nombres, sepa usted que todo su cuerpo se lo debe usted a la cooperación y a la reciprocidad. Anote usted que saber esto se lo debemos a una mujer, Lynn Margulis, a quien quizá usted no conozca a pesar de su capital importancia aunque, seguramente, sí conoce a su televisivo marido: Carl Sagan.

Es por eso que me habrá oído usted decir tantas veces que el pacto social es un camelo, que lo de Rousseau, Hobbes y Rawls es algo tan acientífico como la entrega en el Sinaí de los diez mandamientos o el episodio del arca de Noé. Para vivir en sociedad no es preciso ningún acuerdo previo, la cooperación es una estrategia que se impone en la naturaleza siempre que en un determinado entorno se den una serie de condiciones. Si quieren puedo ofrecerles aquí las ecuaciones pero no creo que sea necesario, creo que tal como lo he contado se entiende.

Así pues el ser humano no vivió nunca solo, no se reunió un día o una noche a firmar ningún pacto social, no cedió parte de su autonomía al grupo… El ser humano, lo mismo que las bacterias unicelulares de que les hablé al principio, lo mismo que los trillones de células eucariotas que lo componen, es un «zoon politikon» que siempre, desde antes de ser incluso humano ya vivía en sociedad para lo cual, la naturaleza, había fijado en sus genes los principios de esta estrategia de cooperación que también había fijado en los genes de esos seres unicelulares o esa células procariotas de que les he hablado.

Del mismo modo que, a partir de seres primitivos (LUCA —Last Universal Common Ancestor—) evolucionaron el resto de los seres que conocemos, los animales sociales no sólo evolucionaron físicamente, sino que con su cuerpo también evolucionaron complejas estrategias de cooperación que, a poco que mires la naturaleza, puedes distinguir.

En el mundo del derecho nadie estudia esto y prefieren sustituir la verdad científica por la especulación filosófica y así los juristas hemos llegado al siglo XXI sin entender la moral humana y sin conocer los fundamentos biológicos se la justicia. No es de extrañar que hagamos leyes y las hagamos mal.

Sé que a muchos juristas les molestará esto que digo; pero es lo que creo y la primera misión de alguien que ama su trabajo es decir exactamente aquello que cree.

Lynn Margulis

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Ayer hube de dar una microconferencia sobre internet dentro de un ciclo de jornadas donde, junto a mí, intervenían verdaderos expertos en estos asuntos de los negocios en internet; no me sorprendió que los demás intervinientes hablasen de oportunidades de negocio y competitividad, pero a mí que internet nunca me pareció tanto un lugar donde competir como un espacio donde cooperar, me apetecía hablar de otras cosas. Por eso no pude evitar comenzar mi microintervención hablando del trabajo de una mujer cuyas ideas me fascinan desde hace tiempo: Lynn Margulis.

Frente al cocepto de evolución entendido como un proceso de competición, sangre y lucha, Lynn Margulis propuso una historia de cooperación y simbiosis que me parece mucho más inspiradora.

Lynn Margulis fue una bióloga estadounidense soprendente que, entre otras curiosidades, estuvo casada 9 años con Carl Sagan y a quien debemos uno de los descubrimientos más relevantes en la historia de la biología: la teoría sobre la aparición de las células eucariotas como consecuencia de la incorporación simbiótica de diversas células procariotas (endosimbiosis seriada).

La práctica totalidad de los seres vivos que conocemos están constituídos por células eucariotas, células que contienen en su interior otras células (mitocondrias) que, en un tiempo, fueron células independientes (de hecho conservan su ADN diferenciado) pero que, en algún momento de la evolución, cooperaron con otras células hasta dar lugar a las células eucariotas que forman los seres vivos que comúnmente conocemos. Sin ese proceso de cooperación no habría sido posible el mundo que conocemos ni hubiera sido posible el propio ser humano.

Lynn Margulis, también postuló la hipótesis según la cual la simbiogénesis sería la principal fuente de la novedad y diversidad biológica y, aunque es un postulado muy discutido, el mero hecho de poner el acento en la cooperación más que en la competencia dentro de los procesos evolutivos, ya es algo por lo que debemos estar agradecidos a Lynn Margulis.

Ayer construí mi microintervención sobre los trabajos de dos mujeres admirables: la bióloga Lynn Margulis y la premio Nobel de economía Elinor Ostrom quien efectuó un magnífico análisis de la gobernanza económica, especialmente de los recursos compartidos.

Creo más en la “cooperatividad” que en la competitividad y pienso que quizá no sea casual que sea la obra de dos mujeres la que me ha llevado a esta convicción.