Nombradles con su nombre

Nombradles con su nombre

Los egipcios jamás llamaron a su país Egipto ni entenderían por qué yo, ahora, les llamo egipcios. Tampoco los sirios llamaron Siria nunca a su país al igual que los bizantinos jamás llamaron Bizancio al suyo. Todo es una pura invención de los historiadores.

Para un egipcio su país se llamaba Kemet y sin saber esto es muy difícil poder entender porque Sinhué moría por volver allí o por qué sus habitantes sentían que vivían en el lugar elegido por los dioses.

Para los habitantes de Kemet estaba claro que de sur a norte corría una linea en forma de río sin la cual la vida era impensable en ese lugar. Los habitantes de Kemet sabían también que de Este a Oeste, todos los días, el sol trazaba en el cielo una linea perpendicular a la anterior. Allá donde ambas lineas se cruzaban, como en un gigantesco mapa cósmico, estaba Kemet, su patria. El Nilo con sus crecidas traía tierras fértiles que con su agua y la ayuda del sol daban lugar a una isla de tierra negra en medio de un inhabitable desierto blanco. Por eso, los viejos habitantes de la ribera del Nilo, a esa tierra negra donde vivían y trabajaban le pusieron por nombre «Kemet» (La Negra).

Si usted le cambia el nombre a Kemet y le llama «Egipto» olvidando lo que significa muy probablemente se perderá importantes matices necesarios para entender aquel país.

Tampoco los sirios llamaron nunca Siria a su tierra. El término Siria fue un invento griego —cómo no— con el que designar a una tierra a la que sus habitantes llamaban «Aram Naharaim» o más simplemente Aram. Aram, en lengua semítica, significa algo así como «Parte Alta» y Naharaim la Septuaginta lo tradujo como «Mesopotamia», tierra entre ríos.

Si usted le cambia el nombre a Aram y le llama Siria no acabará de entender nunca por qué Jesús de Nazaret y sus discípulos hablaban arameo ni por qué los evangelios contienen frases en ese idioma.

A Bizancio le pasó lo mismo, el término Imperio bizantino fue creado por los historiadores los siglos XVII y XVIII y jamás fue utilizado por los habitantes de este imperio quienes, sabiéndose parte del Imperio Romano prefirieron denominarlo siempre «Imperio Romano» (en griego: Βασιλεία Ῥωμαίων, Basilía Roméon o Ῥωμανία, Romanía) hasta el mismo día de su desaparición.

Usted no entenderá la Edad Media si no entiende que, hasta 1453 (apenas 40 años antes del descubrimiento de América) el Imperio Romano era todavía una realidad en Europa.

Escribimos la historia acomodada a nuestros gustos. Llamamos transparencia a la opacidad, lealtad a la omertá, sacrificio al parasitismo y prudencia a la cobardía.

¿Qué nos puede extrañar si luego nos cambian billetes por estampitas?

El hombre le puso nombre a los animales (in the begining)

El hombre le puso nombre a los animales (in the begining)

El hombre le puso nombre a los animales (in the begining) pero a los hombres les pusieron nombre los griegos. Por ejemplo, los egipcios jamás llamaron «Egipto» a su país ni ellos se llamaron nunca «egipcios», del mismo modo que los fenicios nunca llamaron «Fenicia» a su país ni ellos se llamaron jamás a sí mismos fenicios. Fueron los griegos los que bautizaron a Egipto y los egipcios, a Fenicia y los fenicios y a un montón de pueblos más, entre ellos y con toda probabilidad también a nuestro país.

Si un habitante del Valle del Nilo en la antigüedad le escuchase a usted llamar a su país «Egipto» se habría partido de risa. Los egipcios eran los sevillanos de la antigüedad: vivían bajo el error invencible de que vivía en el mejor lugar del mundo y el único en que merecía la pena vivir y los dioses así lo habían señalado. De sur a norte una larguísima lengua de agua, el Nilo, trazaba una linea evidente para cualquiera que tuviese ojos en la cara y de Este a Oeste, todos los días, el sol trazaba otra linea perpendicular a la anterior. Ambas lineas se cruzaban sobre un punto: Egipto. ¿Es que no está claro que los dioses habían señalado con esa cruz cósmica dónde estaba el mejor país del mundo?

Pero los egipcios no vivían en cualquier parte, vivían sólo al lado del Nilo y en esas tierras que, tras la crecida, se inundaban y se volvían fértiles en extremo. Ellos eran los habitantes de esa tierra negra que quedaba tras la inundación y, por eso, llamaron a su país «Kemet» («La Negra») la tierra rica y fertil que se contraponía a esa otra tierra estéril a la que llamaron «Deseret» («La Blanca). ¿Parece vieja la palabra «desierto», verdad?

Fueron los griegos los que, haciéndose un lío con el dios Ptah y algunas frases en egipcio que lo incluían, acabaron llamándole «Egipto», una palabra griega que los verdaderos egipcios, los habitantes de «Kemet» no habían pronunciado jamás.

A los pobres fenicios les pasó lo mismo porque, si los egipcios eran los sevillanos del 3000 antes de Cristo, lls fenicios eran los Marrajos del 1000 antes de Cristo.

Los fenicios eran unos comerciantes fabulosos uno de cuyos productos estrella era un tinte morado que fabricaban a partir de unas cañaíllas que crecían sobre todo alrededor de la Isla de Tiro (Santa Lucía, la Isla de los Marrajos aún no existía). Para publicitar el tinte los fenicios se tintaban el cabello, la barba y hasta la cara con él, y por ello no es de extrañar que los griegos les llamasen Φοίνικες (phoinikes) que es la palabra que dio lugar a la palabra con que hoy les conocemos: «fenicios». Y digo que no es de extrañar que les llamasen Φοίνικες porque phoinikes significa exactamente «los púrpura» o «los de púrpura». Yo me imagino a los marineros de los navios fenicios de Mazarrón desembarcando en Santa Lucía con las ropas moradas, el pelo morado, las barbas moradas y la cara morada, con su dios Melkart a cuestas y creo que alguien gritaría en Ibero lo de «¿Quién viene?». Los marrajos me entenderán.

El problemas es que los fenicios jamás se llamaron a sí mismos fenicios, ellos eran gente de 𐤊‏𐤍‏𐤏‏𐤍‏, kanaʿan y, precisamente por eso, se llamaban a sí mismos 𐤊𐤍𐤏𐤍𐤉 (kenaʿani, «canaaneos») o 𐤁‏𐤍‏ 𐤊‏𐤍‏𐤏‏𐤍‏ (bin kenaʿan, «hijos de Canaán») y coincide con el pueblo cananeo citado en la Biblia.

Como ven el hombre le puso nombre a los animales (in the begining) pero fueron los griegos los que le pusieron nombre a los hombres.

Bueno, a todos no, porque mi ciudad tiene nombre fenicio (cananeo) y se llama 𐤇𐤃𐤔𐤕 𐤒𐤓𐤕 («Qrt Hdst», Quart Hadast) lo que en castellano se puede traducir por «Ciudad Nueva» pues el trilítero 𐤒𐤓𐤕 quiere decir ciudad (como en Melkart «El dios de la ciudad») y el grupo consonántico «hdst» que significa «nuevo».

¿Y por qué les cuento yo todo esto?

No lo sé bien, seguramente porque yo soy de aquí y a los de 𐤇𐤃𐤔𐤕 𐤒𐤓𐤕 nos pasa como a los sevillanos y a los egipcios, que vivimos bajo un error invencible del que no queremos que nadie nos saque.

El bitcoin y el Antiguo Egipto

El bitcoin y el Antiguo Egipto

Hoy el bitcoin ha rebasado la barrera de los 25.000 dólares y, como siempre que bitcoin bate records (lo cual últimamente sucede casi todos los días), siempre hay quien me pregunta cómo es posible que una unidad de cuenta sin valor intrínseco alguno pueda alcanzar semejantes precios.

La pregunta es pertinente pero sería del todo pertinente si a esa pregunta se añadiese otra: ¿cómo es posible que un trozo de papel impreso tenga más valor que el valor intrínseco del papel?

Para entender este aparente sinsentido, seguramente, deberemos viajar al pasado hasta el mismo momento en que se inventó el dinero, lo cual, por cierto, sucedió en fecha bastante más reciente de lo que pudiera pensarse, pues las primeras civilizaciones y los primeros imperios que existieron sobre la tierra (sumerios, acadios, egipcios…) simplemente lo desconocieron; al menos en su versión física. Para entender como imperios tan extensos llevaban adelante su economía fijémonos, por ejemplo, en cómo sucedían las cosas en el Antiguo Egipto.

En el Antiguo Egipto no se acuñaba dinero, pero eso no significa que no tuviesen métodos de intercambio suficientemente sofisticados y, para ello, hacían uso de unidades de medida que podían ser de peso, superficie o capacidad. Por su extrema popularidad nos fijaremos en una unidad llamada «Deben» que equivalía a unos 91 gramos y que se dividía en diez partes (kite) de unos 9,1 gramos cada una.

La utilidad del Deben y su uso quedan patentes si nos fijamos, por ejemplo, en el Ostracón (un trozo de cerámica escrito) Turín 9753; en él se documenta la venta de una cabeza de ganado que el jefe de policía egipcio Nebsmen hace a un ciudadanos llamado Hay.

Nebsmen tasa el valor de su animal en 120 deben de cobre (el Deben de cobre era la medida generalmente usada) y Hay, para pagarle, le entrega mercaderías por valor de esos mismos 120 deben de cobre, en concreto dos tarros de grasa, cinco camisas de tejido fino, un vestido de tela del Alto Egipto y una piel.

No tengo la más mínima duda de que usted, inmediatamente, habrá pensado: «pues si las cosas se valoran en deben de cobre, llevando cobre en la bolsa, en forma de monedas, lingotes o en la que sea, el dinero ya estaba inventado». Pues sí, pero no. Los egipcios usaban el deben de cobre como medida de valor pero no cargaban con el cobre preciso para ir haciendo los pagos.

Naturalmente, desde que existía una unidad de valor la posibilidad de aplazar y garantizar las operaciones presentando avalistas o fiadores estaba servida.

Veamos el caso de la ciudadana egipcia Iret Neferet, ocurrido en el año 15 del reinado de Ramsés II (1264 AC) y que nos ha llegado recogido en un papiro de naturaleza judicial (el llamado Papiro Cairo 65739) y en el que se narra una violenta disputa entre dos mujeres.

Hay que hacer notar que el tratamiento que el papiro (un documento oficial) otorga a la acusada Iret Neferet es el de «ciudadana» lo que, junto con la actividad negocial y jurídica que ella y su adversaria llevaron a cabo, nos revela un papel negocial de las mujeres en Egipto mucho más independiente del que podríamos imaginar.

La propia Iret Neferet nos cuenta así el principio de su caso:

En el año 15 (de Ramsés II) siete años después de que yo entrara en la casa del inspector del distrito Samut, el mercader Raia se acercó a mí con la esclava siria Gemeherimentet, siendo ella aún una niña y él me dijo: «Compra a esta chica y dame un precio por ella». Eso me dijo. Y yo le compré a la chica y le di un precio por ella.

Resulta horrible que la vida y la libertad de una niña se valorase en aquel tiempo en 373,1 gramos de plata (unos 310€ a precio de hoy) pero, al margen de este tristísimo hecho, la compra de la esclava siria Gemenherimentet por la ciudadana Iret Neferet nos ilustra muy bien sobre cómo se llevaban a cabo las operaciones comerciales en el antiguo Egipto.

El caso de Iret Neferet no terminó ahí pues otra ciudadana, llamada Bakmut, acusó a Iret Neferet de haber pagado a Raia, el mercader de esclavos, con objetos de su propiedad, lo que dio lugar a un feo litigio en el que Bakmut llevó ante el tribunal hasta seis testigos (tres hombres y tres mujeres) que, según dice el papiro, juraron por su rey y por su dios.

Como vemos, en el caso de Iret Neferet, el precio ya no se paga en deben de cobre sino de plata, lo que nos sugiere que, en ese tiempo, ya debía existir una cotización plata/cobre, y no nos equivocamos, pues ya en época de Ramsés II se sabe que cada deben de plata equivalía a 100 deben de cobre, cotización que bajó durante el reinado de Ramsés III en el que el deben de plata se cambiaba por tan solo 60 deben de cobre. Supongo que los ciudadanos de Ramsés III estarían tan sorprendidos por la bajada de la plata como nosotros por la subida del bitcoin.

Con esta forma de operar era una pura cuestión de tiempo que a alguien se le ocurriese llevar cobre o plata en la bolsa para pagar las mercancías y, quizá por eso y tal y como nos cuenta Herodoto, sobre el año 680 AC los lidios comenzaron a acuñar moneda que no era sino una forma de certificar el peso del metal que contenía la moneda.

Durante más de 2600 años (desde el año 680 AC hasta el 15 de agosto del año 1971 DC), el mundo funcionó de la misma forma que en Egipto y Lidia. Los precios de las cosas se valoraban según un determinado peso en metal (oro o plata) y, si los bancos extendían billetes, estos eran canjeables por la cantidad de metal que representaban.

Pero, para mayo de 1971, la Guerra de Vietnam estaba drenando las reservas estadounidenses y Nixon constató que ya no disponía de las reservas de oro precisas para atender a los jeques árabes, por ejemplo, si estos venían a cambiar sus petrodólares por oro, por lo que, el 15 de agosto de 1971, Richard Nixon decidió que el dólar se desvincularía del patrón oro y que, a partir de ese momento, pasaría a convertirse en un dinero «fiat».

¿Qué significaba esto? Pues, dicho en corto, que el dólar, a partir de ese momento, no tendría más valor que la confianza que en él depositaran las personas que lo usaban. Desde esa fecha el dólar carece de ningún valor intrínseco, es un trozo de papel que, eso sí, genera más fe y más confianza que los más importantes textos sagrados aunque esa fe puede volatilizarse en muy poco tiempo.

A día de hoy podemos decir que el Bitcoin y el Dólar tienen el mismo valor intrínseco: ninguno. Y creo que con esto puedo cerrar hoy este post (que ya va siendo largo de más) y dejar para mañana, o para pasado, comparar las ventajas y desventajas que, como unidades de cuenta, tienen las criptomonedas como bitcoin y las monedas fiat como el dólar y el resto de divisas nacionales.

Pero eso será otro día.

El testamento de Naunakhte

El testamento de Naunakhte

Es difícil saber cómo la condición de la mujer ha podido alcanzar las indignantes cotas de desigualdad a las que ha llegado en nuestra civilización occidental y, a veces, me pregunto si esto siempre fue así o si, simplemente, fue el producto de una sociedad atada a un determinado sistema de valores. Es por eso que, mientras estudio la cultura de antiguas civilizaciones, observo, por el rabillo del ojo, qué me cuentan los datos que aprendo de las mujeres que en ellas vivieron.

Recuerdo cuánto me sorprendió comprobar que el primer legislador conocido (Urukagina de Lagash) a pesar de sus intentos de proteger a pobres y huérfanos, viera turbada la paz de su mandato porque al hombre se le ocurrió prohibir la poliandría (que las mujeres pudieran desposar a varios hombres) y esto causó un follón muy importante en Lagash. De primeras uno simpatiza con Urukagina, a fin de cuentas el hombre protegía a pobres y huérfanos de las depredaciones de los ricos, pero, como me dijo una amiga feminista: ¿Y por qué no prohibió también que los hombres se casasen con varias mujeres?

No supe qué decir, en realidad ni siquiera sé si en Lagash los hombres podían casarse con varias mujeres… Así que hube de archivar a Urukagina.

Dando vueltas por los documentos sumerios, acadios, asirios y babilónicos uno encuentra no pocos ejemplos de contratos en los que intervienen mujeres con total capacidad de obrar (algo que perdieron hasta hace muy poco) y hoy he encontrado un texto legal egipcio que nos señala algo parecido: el testamento de Naunakhte.

Naunakhte, una zagala egipcia de época ramésida a la que imagino morena y guapa, tuvo la mala suerte de ser casada a los doce años con un escriba de más de cincuenta. El escriba no debía carburar muy bien porque murió pronto sin haber dejado embarazada a Naunakhte quien, de este modo, se convirtió en su heredera y se hizo con una fortunita apañada para su tiempo.

Naturalmente Naunakhte, joven y con dinero, tardó poco en volver a casarse en segundas nupcias, fruto de las cuales dio a luz cuatro hijos y cuatro hijas.

Conservamos de Naunakhte su testamento y en él, la voz antigua de una madre de hace más de 3.000 años, nos cuenta cómo sacó a sus ocho hijos adelante y como dio a todos sus hijos e hijas casas donde vivir y enseres para equiparlas pero… Lo de siempre. Naunakhte, en el otoño de su vida, vieja y enferma, vio como algunos de sus hijos e hijas no la cuidaron cuando lo necesitaba y la anciana, en su testamento, nos lo cuenta y afirma que sus bienes irán solo a los hijos que «han puesto sus manos sobre las mías», no así a esas dos hijas y a ese hijo que, vieja y enferma, no la han cuidado.

Fuera de lo emocionante que resulta volver a leer en textos de hace tres mil años esta historia tantas veces contada, para un jurista hay unas cuanta cosas interesantes. La primera que una mujer egipcia testaba con mayor libertad que una mujer europea de hasta hace pocos años y la segunda que, por lo que se lee, no la limitaban legítimas ni tercios de mejora: su herencia, era toda de «libre disposición» y podía disponer de ella de la forma que le viniese en gana.

Claro que Naunakhte era rica y, al igual que otras mujeres que aparecen en documentos acadios o asirios gobernando sus bienes o forzando condiciones ventajosas en los divorcios, estaba protegida por su patrimonio.

Tener o no tener, that is the question.

El faraón Sneferu y las jóvenes remeras

El faraón Sneferu y las jóvenes remeras

Hoy, no sé por qué, me he acordado de Lola Flores y del lío que montó durante un programa de televisión en directo porque, mientras bailaba, se le había caído un pendiente y ella, sin pudor ninguno, paró la actuación y se puso a buscarlo por el escenario. El pendiente era valioso y «La Faraona» no estaba dispuesta a abandonarlo, estuviese presente la televisión o el «sursum corda».

Naturalmente acordarme de «La Faraona» y venir a mi memoria el antiguo Egipto ha sido todo uno.

Los textos antiguos nos hablan de fenómenos de naturaleza milagrosa con la naturalidad con que nosotros referiríamos una operación con rayos láser. No fue Jesucristo el primero en resucitar muertos, antes que él, por ejemplo, el profeta Elías había resucitado a una joven en un milagro que es tan idéntico al relatado por los evangelios siglos después que, incluso los más reputados autores católicos, han puesto en duda su autenticidad. El apócrifo de los «Hechos de Pedro» nos presenta a Simón el Mago levitando y volando frente a Nerón e incluso compitiendo en levitaciones con el mismísimo Pedro y ello por no mencionar al bueno de Moisés separando las aguas con su bastón y haciendo pasar «a pie enjuto» a todo el pueblo elegido por en medio de las aguas.

Bravo milagro es este de separar las aguas pero no tan bravo como para que no hubiese sido realizado antes y, muy probablemente, por la cabezonería de una antepasada de María Dolores Flores Ruíz, «La Faraona».

Cuenta un viejo papiro egipcio (Westcar Papyrus) que, estando aburrido una tarde el Faraón Sneferu, uno de sus magos, Djadjemankh, le sugirió que, para entretenerse, reuniese a 20 bellas jóvenes que ejercieran de remeras de su nave real y se dedicase a navegar con ellas por el lago.

La «ideica» del mago Djadjdemankh le gustó al Faraón quien mandó inmediatamente construir unos remos la mar de trendys y ergonómicos para las remeras y vestirlas con unas redes todo molonas sin duda diseñadas por algún sastre egipcio con inclinaciones fetichistas.

Estaba ya todo preparado para darle unas vueltas al faraón cuando a una de las remeras se le cayó una joya (un «colgante», quizá un pendiente) al lago. El tal pendiente representaba un pez y era tan valioso que la remera (sin duda tatarabuela de Lola Flores) dijo que allí no remaba nadie hasta que no apareciese la joya. El resto de las remeras, viendo la justicia de la reclamación de Lola, le dijeron al faraón que allí, o se encontraba la joya, o iba a tener que remar su señora madre faraónica, pero que ellas no.

Sneferu, que era un faraón poderoso pero que, a lo que se ve, estaba acojonado por el plante de las veinte vírgenes, acabó pidiendo ayuda a Djadjdemankh (juro que no vuelvo a escribir este nombre) y este, viendo que era más sencillo hacer un milagro que calmar a aquella horda, decidió abrir las aguas del lago y a pie enjuto buscar la joya perdida hasta dar con ella, restituirla a su dueña y que todo el mundo quedase contento.

Nihil novum sub solem, escribió el autor del Eclesiastés y, sin duda, tenía razón: ni Moisés fue el primero en separar las aguas ni Lola Flores la primera en montar un espectáculo para buscar un pendiente.

Loado sea Ra.

Ni cartageneros ni murcianos: egipcios

Ni cartageneros ni murcianos: egipcios

A fin de sacar de su error a quienes aún reclaman un origen murcianocarthaginense del michirón, hoy me he determinado a preparar estas legumbres en la forma más difundida por el mundo, llamada universalmente Ful Medammes.

Los ingredientes a prevenir son:

-Michirones cocidos según el método bíblico de cocción. (O eso o los compras ya cocidos).

-Tomate finamente picado

-Perejil ad libitum

-Limón escurrido con toda la generosidad posible

-Comino en polvo usado sin miedo

-Pimentón dulce de La Ñora (si es de otro sitio sirve igual).

-Sal.

-Aceite de oliva del Huerto de Getsemaní. (Si es de Cafarnaún, de Andújar o de Baena, te saldrá más barato y hasta te sabrá mejor).

El michirón a usar en esta preparación conviene que sea un poco más pequeño de lo normal —aunque ello no tenga demasiada importancia— y es imprescindible que sea cocido siguiendo un escrupulosísimo método, probablemente fijado durante el reinado del rey asirio Senaquerib, abuelo de Asurbanipal, aunque no falten autores que, con poco fundamento, lo atribuyan al bestia de Asurnasirpal. El proceso de cocción tiene la particularidad de que ha de llevarse a cabo necesariamente en ollas de cobre pues otros metales no le dan el sabor exacto al michirón y ha de hacerse lentísimamente. El Talmud recoge (y esto no es coña) que estas ollas solían «enterrarse» en las cenizas y brasas del fuego de la noche donde se dejaban hirviendo hasta el día siguiente, de ahí que el plato, en su nombre más común, sea conocido como «Ful Medammes», un compuesto de la palabra egipcia «Ful» (haba) y la voz copta «Medammes» (enterrado).

Esta preparación (Full Medammes) es la comida nacional de los egipcios y es a los habitantes de El Cairo lo que el arroz a los de Pekin. Gracias a los michirones y al Full Medammes los egipcios no sólo construyeron un imperio hace 5000 años sino que incluso en la actualidad promueven disputas entre murcianos y cartageneros.

Pero que el Ful Medammes sea popular en Egipto no significa que sea una comida egipcia; su consumo en las riberas del Tigris y el Eúfrates o incluso en Canaán, está acreditado desde la noche de los tiempos.

Hoy me he decidido a prepararme un plato de Ful Medammes y, para ello, he consultado al mejor consejero aúlico que podía tener, mi amigo el sirio Nasán que, además de regentar una tienda de comestibles debajo de mi casa, es hombre que todos los días, incluso en Ramadán, se desayuna un plato de Full Medammes de forma que, como ven, está el hombre sano y rozagante cual si de un Nemrod o un Hammurabbi se tratase.

Por lo demás el método de preparación del plato es sencillo: se calientan levemente los michirones una vez cocidos y se le añaden el resto de los ingredientes en preparación mezclada, no agitada.

Y créanme, están cojonudos.

La boda de Mibtah

La mujer de quien quiero hablarles, Mibtah, era judía y había nacido en el Egipto del año 480 antes de Cristo, cuando regía los destinos del país del Nilo el «faraón» Artajerjes I, porque, por entonces, los persas trataban a Egipto como a una satrapía.

Mibtah, aunque judía, vivía en Egipto, concretamente en una isla situada en medio del Nilo y ubicada cerca de la primera catarata, en lo que entonces era la frontera del Alto Egipto y la Nubia Inferior y en las aguas de lo que actualmente llamamos Asuán. La isla se llamaba «Elefantina» y allí vivía una próspera y activa colonia judeo-aramáica.

Mibtah nació en el seno de una de las familias judías que prosperaban en esa comunidad y su padre, Mahseiah, se cuidó desde bien pronto de que ella dispusiese de una buena porción de tierras a pesar de las, al parecer, no pocas demandas a que hubo de hacer frente.

Son todos esos documentos legales que la rodearon los que hacen que conozcamos la vida de Mihtab con bastante exactitud. Sabemos, por ejemplo, que fue parte en juicios y que los ganó, sabemos también que tuvo varios maridos de los que se fue divorciando cual si de una Liz Taylor de la época se tratase y es, precisamente, a uno de sus matrimonios al que corresponde este contrato que la unió al arquitecto real Eshor Bar Djeho, contrato que quiero enseñarles hoy pues estoy seguro que a los juristas y no juristas les resultará sorprendente en muchos aspectos. El documento original es el que ven en la fotografía que abre este post y su traducción (no me hago responsable de nada en este punto) dice lo que sigue:

A 24 Tishri, (sexto día del mes de Epeiph), en el decimosexto año del reinado del Rey Artajerjes I [14 de octubre del 449 A.C.], Eshor Bar Djeho, arquitecto real, dijo a Mahseiah, un arameo de Asuán de la División Varyazata, lo que sigue:

He venido a tu casa para casarme con tu hija Mibtah.

Ella es mi esposa y yo su marido desde este día en adelante y para siempre.

Te he entregado como dote por tu hija Mihtab 5 siclos reales que han sido recibidos y aceptados.

Tu hija Mibtah me ha entregado personalmente monedas de plata (12 siclos reales), una prenda de lana nueva teñida y bordada a mano de unos 4 por 2,5 metros y cuyo valor es de 28 siclos reales. Un tejido nuevo de 4 por 2,5 metros que vale 8 siclos reales. Otra prenda de lana finamente tejida de 3 por 2 metros y cuyo valor es 7 siclos. Un espejo de bronce (1,5 siclos). Un cuenco de bronce (1,5 siclos). Dos copas de bronce (2 siclos). Una jarra de bronce (0,5 siclos).

La suma de la plata y el valor de las mercancías es de 65,5 siclos de Real peso que han sido recibidos y aceptados.

Una cama de caña de papiro con cuatro piedras incrustadas. Una bandeja. Dos cucharones. Una caja nueva de hoja de palma. Cuatro cucharadas de aceite de castor. Un par de sandalias.

Si Eshor muriese sin dejar hijos ni hijas durante la vida de Mihtab ella tendrá derecho lefítimo a todas las propiedades de Eshor, su casa, sus bienes, sus propiedades y todo cuanto posea.

Si Mihtab muriese sin hijos ni hijas durante la vida de Eshor, su marido, entonces él heredará todas las propiedades de ella.

Si en el futuro Mihtab va a la corte y dice que se divorcia de Eshor, su marido, ella es responsable de pagar el divorcio. Ella debe entregar a Eshor 7,5 siclos de plata pesados en la balanza.

Después de eso ella se llevará de casa todo aquello que ella haya llevado personalmente, chatarra y cualquier objeto que sea, y podrá irse donde quiera, sin necesidad de que se dicte ninguna norma que la autorice ni de presentar ninguna demanda judicial.

Si Eshor en el futuro fuese a la corte y dijese que se divorcia de Mihtab, su esposa, perderá la dote. Ella podrá llevarse de casa todo cuanto haya llevado personalmente a ella, incluso chatarra y cualquier cachivache, todo de una vez, y podrá ir donde quiera sin necesidad de norma que la autorice y sin que tenga que presentar demanda judicial.

Cualquiera que demande a Mihtab para desalojarla de la casa de Eshor o privarla de los bienes y propiedades de él deberá pagar 200 siclos de plata y estar y pasar por lo pactado en este documento.

Yo Eshor nunca diré que tengo otra esposa además de Mihtab ni otros hijos que los que tenga con Mihtab. Si en algún momento digo que tengo otra mujer u otros hijos tendré que entregar a Mihtab 200 siclos de plata de Real pesada. No podré retener en ese caso mis propiedades frente a ella y si lo hago habré de entregarle 200 siclos de plata de pesada Real.

Autorizado por Nathan bar Ananiah el cual escribió este documento a petición de Eshor. Sustestigos son…

y aparecen a continuación cuatro nombres tras los que el documento se fragmenta y nada más es legible.

Supongo que a ustedes, como a mí, el contrato les resultará sorprendente. No sólo se prevé el divorcio de ambos cónyuges sin más requisito que su propia voluntad sino que se prevén duras sanciones económicas en el caso de que a Eshor se le ocurra ser infiel (no sabemos con qué castigarían las leyes egipcias de esa época el adulterio de Mihtab).

Como vemos el matrimonio ya presenta forma de contrato y se documenta ante un protonotario o escribano (Natham Bar Ananiah) en un acto público al que asisten un buen número de testigos. A pesar de la complejidad del documento, lo que es seguro es que en este caso el derecho romano nada tuvo que ver con él, pues, por estos años, los romanos bastante tenían con las guerras en que andaban siempre liados y con redactar y pasar a limpio la Ley de las XII Tablas.Sospecho que nos estamos perdiendo interesantísimos conceptos jurídicos sumerios, acadios, babilónicos y hasta egipcios… y textos como este de la boda de Mihtab estoy seguro que nos harán mirar de otra manera a los habitantes del llamado Levante Mediterráneo. Lean el texto y luego lo comentamos y, por supuesto, si encuentran algún error en todo esto que les he contado, no tengan la menor duda: es mío.