La presidenta del Consejo General de la Abogacía Española no quiere que los abogados que le pagan dietas y gastos sepan ni cuánto le pagan ni qué gastos le pagan. Podría decirlo pero, como los acusados que se acogen a su derecho a no declarar, ella se acoge a que esos gastos y dietas son «privados» —no son de derecho administrativo— y que, por lo tanto, no tiene por qué decirlo. Y no lo dice.
Puede, pero no quiere; se los lleva, pero no quiere contarlo; dame tu dinero y no preguntes qué hago con él. Esa es la transparencia de Victoria Ortega.
En un país donde un ciudadano puede conocer exactamente y al momento cuánto gana el alcalde o un concejal de su pueblo los abogados y abogadas NO pueden conocer qué parte del dinero que pagan se lleva la presidenta.
Ella podría decirlo, pero no quiere, prefiere afirmar que tiene derecho a guardar silencio. Y lo guarda.
Su silencio y los silencios de quienes, debiendo hablar, callan, dañan a las institución colegial mucho más de lo que soñarían sus peores enemigos.
Para camuflar su silencio los callantes hablan de «conspiraciones», de «campañas», de que «todo está claro» y se muestran particularmente locuaces en manifestar cualquier cosa que no sea lo que se les pregunta: cuánto se lleva en dietas la presidenta y qué gastos se le pagan.
Si, a partir de ahora, les escuchas hablar y pregonar su adhesión incondicional a la líder, sólo pregúntales una cosa: ¿cuánto se lleva esta en dietas y gastos? Si no te responden a eso ya sabes que sólo están haciendo ruido para que no se escuche la pregunta.
La presidenta puede y no quiere, esa es la verdad. La presidenta, entre la transparencia y la opacidad, ha elegido dañar a la abogacía.
