Las respuestas son…

Las respuestas son…

Hoy he planteado dos encuestas en tuíter relacionadas con la festividad del 12 de octubre; la primera en relación a cuál era la bandera que arbolaban los barcos de Colón este día y la segunda sobre el origen de la dotación que las tripulaba. La participación ha sido grande y lo agradezco, el acierto ya, quizá, sea otra cosa.

1. La bandera de las carabelas

La verdad que no es fácil saber con exactitud cómo era la bandera que arbolaban las carabelas que llegaron a América el 12 de octubre de 1492 aunque el propio Colón, en su diario, las describe así:

«Sacó el Almirante la bandera real y los capitanes con dos banderas de la Cruz Verde, que llevaba el Almirante en todos los navíos por seña, con una F y una Y: encima de cada letra su corona, una de un cabo de la cruz y otra de otro.»

Así pues los navíos arbolaban banderas «de la Cruz Verde» con una F y una Y. Cómo era la cruz (de qué tipo era) es algo que no nos dice y que, por ello, merecería la pena investigar. Algunos quieren que la cruz sea de Malta, (supongo que por darle un toque templario), otros la pintan como si fuese del tipo «de la Orden de Cristo» lo que parece absolutamente fuera de lugar pues era propia de los portugueses, en Estados Unidos, por su parte, es muy popular en el «Columbus Day» una especie de cruz florenzada, mientras que, en la iconografía española, abunda la cruz patada (cruz cuyos brazos se van estrechando según se acercan al centro).

¿De qué tipo era la cruz y por qué? Es un magnífico tema de investigación que, yo, desde luego, no he llevado a cabo y, por lo mismo, no puedo decirles cuál de todas estas banderas que les muestro es la exacta.

Aunque créanme, hoy que se me han llenado mis time lines en redes sociales de banderas de los más variados colores, mucho más importante que saber que la bandera del descubrimiento era una parecida a esta que les muestro, es reconsiderar el uso que hacemos los seres humanos de los símbolos y su significado.

Así pues, feliz día verdiblanco de la hispanidad y, a todos aquellos que se han acercado a la respuesta correcta (que no sé cuál es como ya he dicho) les espero con el café asiático y todo el Mediterráneo dispuesto. Un saludo.

2. La composición de las tripulaciones

Por lo que respecta a la pregunta sobre los marineros y las comunidades autónomas ninguna de las respuestas que he ofrecido como posibles es absolutamente exacta.

Sin ninguna duda tras los andaluces los vascos fueron los tripulantes más numerosos y, entre marineros y grumetes, superaban el número de 7 (recordemos que una carabela tenía entre 18 y 25 tripulantes aproximadamente). Llaman la atención los tres marineros que aporta la villa de Lequeitio, los dos de la actual Ea y los que simplemente se sabe de ellos que son «de Vizcaya».

Cantabria aporta al menos 3 marineros, los tres de Santoña, pero Castilla (en concreto Segovia) también pone —probablemente— 3 entre los cargos y burócratas que embarcaron con Colón.

No se conoce que en la expedición viajase ningún catalán, gallego, canario, extremeño, asturiano o balear, aunque no se puede descartar dado que hay un buen número de marineros cuyo origen se desconoce.

Como curiosidad añadir que, en la Santa María, viajaba Diego, un pintor murciano que supongo iría como «fotógrafo» del viaje y, en toda la flota, no menos de cinco criminales.

Por cierto: ningún marinero se llamaba «Rodrigo de Triana» aunque Colón sí lo menciona en su diario del día 11 como la perdona que, desde La Pinta, gritó tierra; de forma que, si quieren entretener la tarde del domingo, pueden dedicarla a averiguar el nombre auténtico del tal Rodrigo, un hombre con una vida, ya se lo adelanto, misteriosa y apasionante.

Así pues, cuando decimos que el descubrimiento fue una empresa española estamos diciendo también que fue una empresa en la que andaluces, vascos, cántabros, castellanos y hasta dos italianos (un genovés y un calabrés) y un portugués (de Tavira) cooperaron con un tal Cristóbal Colón, un sedicente genovés a quien jamás se le oyó hablar ni escribir en italiano a su hermano o familiares.

Quizá el misterio sobre la patria de Colón permita incluir a todas las patrias en la gesta.

Nunca fue cuestión de cojones

Nunca fue cuestión de cojones

Descubrir América o dar la primera vuelta al mundo (hecho del que este año se conmemora el 500 aniversario) no fue una cuestión de valor, audacia o coraje, fue una pura cuestión de tecnología. España contaba en ese momento con las más avanzadas técnicas de construcción naval (sí, la carabela era una maravilla de la tecnología) y de navegación. Los conocimientos cosmográficos de castellanos y portugueses eran los más avanzados del mundo en ese momento. Contando con los mejores navíos y las mejores herramientas de navegación ¿quiénes sino españoles y portugueses podían llevar a cabo tales descubrimientos?

Siglos más tarde y por ese amor a los «cojones» que se tiene en España (si se pensase con los cojones en España acumularíamos decenas de premios Nobel), la cultura popular —y en buena parte la oficial— hicieron del descubrimiento de América, por ejemplo, un viaje más bien fruto del coraje —la Tierra era plana y al oeste había un abismo— que un viaje de lo que en realidad fue: un viaje fruto de la investigación y del conocimiento.

Mucho sabían de cosmografía en la corte de Isabel; sabían, por ejemplo, que Colón se equivocaba, que la Tierra, sí, era redonda pero que su perímetro estaba más cerca de los 252.000 estadios, tal y como había predicho Eratóstenes en el siglo III antes de Cristo, que a los 180.000 estadios calculados por Claudio Ptolomeo en el siglo II después de Cristo y que era la cifra que Colón manejaba. Conforme a los cálculos de los sabios de la Corte de Isabel la Católica, Colón no podía llegar a las Indias porque estaban demasiado lejos, no porque hubiese un abismo o porque fuesen terraplanistas, idiotez esta, a lo que se ve, propia de siglo XXI pero impropia del XV.

Un problema más hacía dudar a Isabel la Católica del viaje de Colón y eran las relaciones internacionales con Portugal. El Tratado de Alcaçovas, firmado unos años antes, así como una serie de bulas papales fijaban como territorios exclusivos de Portugal todos los que se descubriesen más al sur de las Islas Canarias y Colón pretendía viajar hasta allá antes de poner rumbo oeste. La reina Isabel, hasta tanto no tuvo asegurado al Papa Borgia —favorable a Castilla— en el solio pontificio, no autorizó el viaje de Colón y, ello, no sin rogar a los navegantes que no bajasen del meridiano de las Canarias. Cuando Colón volvió de su primer viaje —por cierto a Lisboa— Juan II de Portugal reclamó airadamente para sí las tierras recién descubiertas, afirmando que estaban al sur de las Canarias, oponiéndose Isabel a tal pretensión aduciendo que las naves habían navegado siempre con rumbo Oeste.

No, no fue cuestión de «cojones», fue cuestión de ciencia, de tecnología, de diplomacia y de buen gobierno. Y de algún buen fichaje, todo hay que decirlo, pues no olvidemos que tanto Colón como Magallanes trabajaban para la Premier League de la navegación de entonces: la corona de Portugal.

Los imperios inglés y francés tampoco se debieron a la grandeur francesa ni a la flema y coraje británicas. Como gráficamente se ha dicho el imperio inglés se construye sobre una innovación tecnológica (la ametralladora) y una aportación farmacológica (la quinina). África se conquista por franceses e ingleses gracias a esa máquina de matar y a esas pastillas que les permitían defenderse de las enfermedades propias de África. Con eso, el telégrafo y el vapor, los ingleses derrotaron a unas pobres tribus del neolítico y construyeron su imperio. Tampoco esto fue, pues, cuestión de valor, simplemente fue una cuestión de teconología aplicada.

No, ningún imperio ni nación en el mundo ha progresado sin investigación ni tecnología: desde la revolución agrícola que hizo nacer los imperios mesopotámicos y egipcio, hasta las superpotencias nucleares y tecnológicas de la actualidad, pasando por los imperios ibéricos de la navegación y los europeos de la revolución del vapor.

Por eso hoy, cuando he leído que Apple destina en un sólo año más dinero a investigación que todo el estado español, he sabido que en España la salida de la situación que vivimos aún no es posible, ni lo será en mucho tiempo porque de aquí no se sale por cojones sino usando la cabeza e investigando.

Rojos como las ñoras

Rojos como las ñoras

Hoy he entrado a comprar hierbas para infusión en una de esas tiendas clásicas de toda la vida y de las que, por desgracia, cada vez quedan menos. La tienda se rotula como «La casa de las especias» aunque todo el mundo la conoce en Cartagena, simplemente, como «la tienda de Joaquín Boj». Mientras la señora que atendía el mostrador buscaba las hierbas que le he pedido me he entretenido fotografiando el local, he reparado en este racimo de ñoras que cuelga del techo y he sentido la necesidad de fotografiarlo.

La ñora es tan consustancial a la Región de Murcia como los grelos a Galicia o los espárragos a Navarra y la relación de esta región con ella, con la ñora, se remonta hasta los primeros tiempos de su llegada a España pues, han de saber ustedes, que hasta que Colón no descubrió América en Europa no se conocía la ñora, con los evidentes perjuicios que esto producía, pues los Calderos de Cartagena, del Mar Menor o de Cabo de Palos, por ejemplo, no quedaban como dios manda ni de sabor, ni de color, ni de olor.

Fue Colón quien trajo a España las primeras semillas de «Capsicum Annuum» (o «pimiento de bola» que es como se le conoce por aquí) y las depositó en el monasterio de la Virgen de Guadalupe, lugar desde el que pasaron al Monasterio de Yuste, donde se aclimataron al clima peninsular. El monasterio de los Jerónimos de Yuste decidió entonces compartir su descubrimiento culinario con sus hermanos del monasterio de Los Jerónimos de la pedanía de La Ñora, cerca de la ciudad de Murcia, lugar que dio nombre por estas tierras al «Capsicum Annuum» pues han de saber ustedes que, a este tipo de pimientos, en esta región, o se le llama «pimiento de bola» o, de forma mucho más simple y popular, «ñoras». Tanta relación tienen las ñoras con la ciudad de Murcia que al equipo de fútbol de la ciudad se le conoce como el «equipo pimentonero» porque de la ñora se extraía un otrora excelso pimentón que se molía en los molinos del río tal y como recuerda perfectamente mi padre que, tras tener que huir con su familia de Cartagena debido a los bombardeos terribles de la Guerra Civil, estuvo trabajando como peón en esos molinos.

Mucha ñora, mucho conjunto pimentonero, mucho monasterio de los Jerónimos, mucho caldero donde la ñora es imprescindible, muchos bares y restaurantes decorados con ristras de ñoras y ¿al final qué?

Pues al final «ná de ná», porque la gente del negocio del pimentón, secular en la ciudad de Murcia, no se puso de acuerdo para siquiera crear una denominación de origen ni potenciar un producto de excelente calidad y que resulta imprescindible en la gastronomía del sureste.

La Región de Murcia es una región imaginativa, creadora, innovadora pero… pero con un complejo de inferioridad irritante. Permítanme que excluya a mi ciudad de ese complejo, pues mis paisanos se consideran poco menos que descendientes de Aníbal y a amor propio no les gana ni un francés cantando «La Marsellesa». Tenemos un malísimo concepto de nuestra propia Región, asumimos como normal que aquí llegue un AVE tercermundista y con tercer hilo mientras a lugares como Palencia llega un AVE moderno, con dos plataformas y magníficas infraestructuras. Nos parece natural que no tengamos conexión ferroviaria con Almería, damos por hecho que, aunque esta Región tenga casi la misma población que las tres provincias vascongadas juntas, tengamos mucho menos peso político que ellas; tenemos una nula influencia en la política nacional y no parece que hagamos nada por solventarlo. Miren, la ciudad de Murcia es la séptima ciudad de España en población por delante de lugares como Bilbao; Cartagena tiene sola más habitantes que la practica totalidad de las capitales de provincia de Castilla La Mancha o Castilla y León (incluso más que provincias enteras) y mi Colegio de Abogados cuida de más personas que toda la población de la Comunidad Autónoma de La Rioja, por ejemplo. Y, sin embargo, ni los habitantes de Cartagena tienen los mismos servicios que los de La Rioja ni, por supuesto, los de la ciudad de Murcia se acercan ni de lejos a los de Bilbao.

No sé cómo he saltado de las ñoras al complejo de inferioridad que arrastra esta región, no lo sé, pero no siento que sea erróneo nada de lo que digo y la culpa no es sólo de nuestros dirigentes, sino de nosotros mismos.

En fin, a dios gracias y a pesar de todos los males, la ñora sigue existiendo para dar sabor a los calderos que se hacen en la costa de Cartagena y a muchos otros platos sin los que no entenderíamos el sureste de España. El resto es tan solo una falta de orgullo y amor propio que debería avergonzar a nuestros políticos y ponerlos rojos. Como las ñoras.