La verdad y la ciencia

Hace 1900 años un hombre que firmaba como «Juan» escribió en un texto —hoy sagrado para una buena parte de la humanidad— una frase inquietante: «La verdad os hará libres» (Juan 8, 32).

Desde que se escribió ese texto hasta nuestros días, durante estos 1900 años, la humanidad ha buscado la verdad de muchas maneras pero sólo una parece haberle ofrecido resultados satisfactorios: la ciencia y el método científico.

Ocurre, sin embargo, que aquella promesa de Juan parece esconder trucos ocultos. La «verdad» de que hablaba Juan era la que se contenía en el libro que él había escrito y la ciencia y el método científico la pusieron en duda cuando no cambiaron radicalmente su sentido.

Newton acabó con la poesía del arcoiris para convertirla tan solo en refracción de la luz, Darwin acabó con el mito de la creación del hombre y la mujer del barro de la tierra y Galileo y telescopios como el Hubble han acabado con ese reino de los cielos que se pintaba en las bóvedas de las iglesias.

Durante 1900 años la humanidad ha perseguido la verdad dando por supuesto que la verdad nos haría mejores, que la verdad era un aliado del género humano y que, antes o después, la verdad nos ayudaría.
Ocurre, sin embargo, que la verdad científica no ha resultado tan amable con la humanidad y ahora, diecinueve siglos después de que Juan escribiese aquellas optimistas palabras sobre la verdad, conocemos la «verdad» del átomo y sabemos que puede exterminar todo rastro de vida sobre la faz de la tierra; conocemos las máquinas térmicas y el uso de los combustibles y estamos acabando con el clima; podemos cultivar la tierra usando exóticos productos químicos y con ellos acabamos con el Mar Menor o, si se nos da tiempo, con los océanos mayores.

Hoy el género humano, mayoritariamente, ya no cree que haya de buscarse la verdad en el libro que escribió Juan, pero la verdad desnuda que le ofrece la ciencia lo atemoriza y muchos se agarran a creencias que les curen de su falta de certezas: conspiraciones mundiales, experiencias místicas de resultado inmediato, paraciencias o para-religiones.

Antivacunas, terraplanistas, negacionistas, conspiranóicos… Un ejército de ruidosa locura ha sido sacado a la superficie por la pandemia y no basta calificar como simples locos o chalados a sus integrantes pues, si de locura se trata, es una locura que afecta a un importante porcentaje de la humanidad.
Seguramente la ciencia, tras encontrar solución para el virus, debe estudiar las razones de este fenómeno y es muy posible que sus conclusiones no agraden a nadie.

No sé si la verdad nos hará libres, lo que sospecho es que, como suele ser frecuente, la verdad no sea agradable de escuchar.

¿Qué país hemos soñado?

¿Qué país, qué región, qué municipio hemos soñado —si es que hemos soñado alguno— para nuestros hijos?

Mucho me he quejado de que estemos orientando España, mi región y mi ciudad, hacia el turismo. No me gusta pensar que el de mi patria será un futuro de camareros, restauradores y guías turísticos. Pienso que las comunidades deben siempre incorporarse a la primera linea científico-tecnológica de cada momento y pelear por su futuro, siempre, en la última frontera.

Decididamente esta primavera y el verano que viene será duros: los turistas que nos visitaban ya no nos visitarán o, al menos, nos visitarán en cantidad mucho menor y, el turismo, la primera y principal fuente de entrada de divisas del país, se resentirá. ¿Estamos preparados para enfrentarnos a la crisis del primer sector de nuestra economía? ¿Hemos siquiera empezado a vislumbrar las consecuencias de la crisis de ese sector?

Si este país ha sido algo, alguna vez, en la historia, ni ha sido por «cojones», ni por ninguna virtud moral que adorne a sus gentes por encima de los demás países, ha sido por la ciencia.

Piensen en el 12 de octubre y en la epopeya americana.

No fue una cuestión de «raza» ni de banderas ni de patrias. Disponíamos de la mejor tecnología para navegar (la carabela); nuestros conocimientos científicos sobre la geografía terrestre eran los más avanzados del momento; recibimos de los árabes todos los libros de los cosmógrafos antiguos y las mejores tecnologías matemáticas y de navegación; les cogimos prestado a los portugueses un marino formado en sus barcos…

Pero ¿qué somos ahora?

Desde hace 40 años el turismo ha tapado nuestras vergüenzas como nación. Gobernantes sabios hicieron de este un país bello a lo largo de los siglos: califas sabios de califatos opulentos nos regalaron mezquitas, flotas de indias levantaron catedrales de locura al lado de minaretes de orfebre, los mejores emperadores de Roma salieron de aquí y hasta el cielo nos regaló el mejor de los climas. ¿Quién no querría venir a España?

Desde hace 40 años vivimos de lo que nos regaló la providencia y gobernantes antiguos y sabios, pero, ¿Qué hemos hecho nosotros?

No me lo tomen a mal, no se enfaden conmigo, hemos hecho de la restauración y de la hostelería un arte pero yo, al menos, no quiero para las siguientes generaciones un futuro de camareros y restauradores siempre al albur de un cambio de modas, de clima o de una pandemia, como ahora.

Quiero un país en la primera linea de la última frontera de la ciencia y la tecnología, un país en el que las próximas generaciones puedan ganarse el futuro por sí mismas y que no dependan de esas cosas que o nos regaló la naturaleza o construyeron antepasados nuestros, al parecer mucho mejores que nosotros.

Saldremos de esta y habremos de repensar muchas cosas; mientras tanto no se conformen y sueñen, es una buena ocasión para ello.