Marx y el guano: reescribiendo «El Capital»

Marx y el guano: reescribiendo «El Capital»

En la década de los 60 del siglo XIX, mientras Marx redactaba su obra cumbre, El Capital, en América del Sur varios países experimentaban un desarrollo extraordinario gracias a su riqueza en materias primas.

Especialmente representativo de esta prosperidad económica fue el caso del Perú que, debido a la gran riqueza en guano que acumulaban sus islas, comenzó a obtener cuantiosos ingresos mediante el sistema de las llamadas «consignaciones», un sistema mediante el cual el Estado y determinados empresarios llegaban a acuerdos por los que se otorgaba a estos la explotación del guano durante un tiempo a cambio de un porcentaje que variaba entre el 35 y el 45 %. El consignatario se encargaba de todo el proceso de explotación, exportación y venta del guano mientras que el estado recibía una porción del ingreso líquido después de producida la venta. El problema fue que, como el Estado generalmente necesitaba efectivo y no podía esperar hasta el reparto de ingresos, solía pedir dinero por adelantado a los consignatarios que, de este modo, se convirtieron en los mayores prestamistas del Estado cobrándole entre el 4 y 13% de interés.

Los cambios de toda índole que en esta época de prosperidad se produjeron en Perú extienden sus efectos hasta nuestros días, estando en la base de la escisión de la sociedad peruana entre el interior y la costa, pero esa es otra historia.

Mientras duró la fiebre del guano los estados europeos compraron y pagaron a precio de oro este producto —no más que una gigantesca acumulación de defecaciones de aves— y fue gracias a él que pudieron alimentar a su creciente población pues, usado como abono, el guano rendía resultados espectaculares.

Marx no vivió lo suficiente como para asistir al trágico final de esta época dorada de la historia del Perú pues, mientras concluía la primera edición de la primera parte de «El Capital», estaba naciendo en la ciudad de Breslau (entonces Prusia hoy Polonia) el científico alemán Fritz Haber quien, junto con personalidades de la talla de Max Born o Karl Bosch (sí, Bosch, el de BASF) descubrieron procesos químicos para fabricar abonos de forma que el guano se tornó innecesario.

Aquella mercancía maravillosa por la que Chile, Bolivia y Perú habían guerreado, ahora simplemente no valía nada y los países que la producían, simplemente, enfrentaban la bancarrota.

Cuando nació Fritz Haber, Marx, acababa de publicar su primera parte de «Das Kapital» aquella obra colosal cuyo primer párrafo decía:

«La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de mercancías» y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía».

Seguramente, para un europeo de 1866, la riqueza de las sociedades se podía percibir como un «inmenso arsenal de mercancías»; aunque un peruano, un chileno o un boliviano, unos cuantos decenios después, aprenderían dolorosamente que la riqueza de las sociedades no es un arsenal de mercancías (aunque estas sean tan valiosas como lo fue el maravilloso guano) sino un «inmenso arsenal de conocimientos» como los que acumulaban los alemanes en personalidades como Haber, Born o Bosch. En 1918 Fritz Haber recibió el Premio Nobel y Carl Bosch en 1931.

A día de hoy Perú importa 1,2 millones de toneladas de abonos sintéticos al año; el país del guano hoy paga el abono que gasta a empresas extranjeras y devuelve con creces los ingresos que un día recibió.

Mi parecer es que las sociedades ricas nunca lo han sido por la abundancia de mercancías, sino por poseer la información necesaria para transformar materias primas y así subvenir a sus necesidades.

En el calcolítico había el mismo cobre en el planeta Tierra que a principios del Paleolítico, la diferencia radicaba en que el ser humano, en el calcolítico, descubrió la forma de trabajarlo. Las herramientas de cobre (arados, cinceles, azuelas…) hicieron más productivas —más ricas— a las sociedades que pudieron disponer de ellas.

De hecho, a día de hoy, existe en la Tierra exactamente la misma cantidad de cobre que había en el calcolítico o en el Paleolítico, ni un átomo más ni un átomo menos, la diferencia es que hoy con el cobre no se fabrican arados, cinceles o azuelas; hoy disponemos de la información precisa para convertir al cobre en un conductor de la electricidad. El ser humano informa la materia en función de la información de que dispone y es esta actividad la que genera riqueza, la que dota de valor de uso a materiales que antes carecían de él, la que los hace valiosos.

Podríamos, pues, provisionalmente, modificar un tantito el primer párrafo de «El Capital» de Marx y donde él escribió:

«La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de mercancías» y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía».

Escribir nosotros…

«La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un «inmenso arsenal de conocimientos» y la información como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la información».

Si para Marx era la mercancía el centro de su sociedad mercantil, para nosotros será la información el centro de nuestra sociedad a la que —coherentemente— llamaremos Sociedad de la Información.

—¿Y podemos seguir hablando en esta sociedad de cosas como la «propiedad de los medios de producción», los «imperialismos», las «revoluciones» y cosas así?

—No se apure, desde luego que sí, pero eso lo veremos en otros capítulos de esta historia.

De momento le dejo con una fotografía de lo que significa trabajar en el guano.

Países ricos y países pobres

Países ricos y países pobres

En casi todas las charlas que di en Colombia, en algún momento u otro, apareció siempre la cuestión de la América del Sur pobre frente a la América del Norte del Río Grande rica y, para enfrentar esa cuestión, siempre traté de poner en claro qué era eso de la riqueza o de la pobreza de un país.

Si por «riqueza» se entiende que un país disponga de abundantes recursos naturales no cabe duda de que América del Sur es un continente agraciado por la providencia pero, les decía, no creo que la abundancia de recursos naturales sea lo que hace en verdad rico a un país y les solía poner el ejemplo de Chile.

Al comenzar el siglo XX Chile era un país ciertamente rico: su renta «per capita» superaba a la de países europeos como España, Suecia o Finlandia. La causa de tal riqueza se encontraba oculta bajo el suelo del desierto de Atacama: el nitrato. Indispensable para la fabricación de pólvora y magnífico como abono, Chile vendía su nitrato a todo el mundo.

Sin embargo, para desgracia de los chilenos, en 1909 los químicos alemanes Fritz Haber y Carl Bosch descubrieron una forma barata de producir este nitrato a partir de otros componentes y las exportaciones de nitrato de Chile comenzaron a caer; sin duda muchos de ustedes recuerdan aún el azulejo que se ve en la fotografía; «agricultores, abonad con nitrato de Chile» y añadía las palabras «único natural», este fue uno de los últimos esfuerzo chilenos por mantener su comercio.

Para 1958 toda la industria chilena del nitrato había desaparecido sin embargo la fortuna volvió a sonreir a Chile pues, en esos lustros, la electricidad, el telégrafo y la telefonía exigían cada día más hilo de cobre y Chile, por fortuna, era rico en cobre.

Y dicho esto ¿consideran ustedes a Chile un país rico o un país pobre?

Yo, permítanme decirlo y que no se me enfade ningún chileno, no lo considero rico, sino ponre. Rico es el país que, comi Alemania, tiene conocimientos suficientes como para prescindir del comercio del nitrato cuando le hace falta (recordemos que todo el comercio de nitrato de Chile estaba controlado por Gran Bretaña) o es capaz de diseñar e implementar esos aparatos que necesitan del cobre que otros facilitan.

Disponer de materias primas es cuestión de suerte, disponer de cultura y conocimiento es cuestión de esfuerzo pero permite forjar el futuro independientemente de la suerte que se haya tenido en el reparto de riqueza. El cobre no vale nada, si vale es porque alguien le ha encontrado un uso revolucionario (la electricidad) y por eso no es rico quien tiene cobre sino quien tiene los conocimientos que permiten su uso.

No, riqueza no es disponer de recursos materiales, riqueza es disponer de conocimiento, de cultura, de todo eso que, en sentido amplio, llamamos información.

No creo que América del Sur sea pobre en cuanto a materias primas sino todo lo contrario, es riquísima; sí es pobre en cuanto que ella no controla estas materias primas, en general explotadas y esquilmadas por empresas anglosajonas que no han dudado en corromper u ocupar gobiernos para ello y, sobre todo, es pobre, en la medida que la pobreza material de sus gentes drena a sus sociedades de inteligencia, cultura e información, permitiendo que sus mejores cerebros acaben siempre en el extranjero enriqueciendo a otras sociedades.

Y esto que digo no sólo sirve para América del Sur sino para mi propio país; un país que confía en buena parte su futuro a unos turistas de sol y playa que un día dejarán de venir y que, de momento, han acabado con el 80% de los recursos naturales y turísticos del Mediterráneo Español. Un país cuyos profesionales de la sanidad marchan recién egresados a países extranjeros; un país cuyos científicos, si quieren desarrollar una carrera científica exitisa, deben marchar al extranjero.

Estamos perdiendo nuestra mayor riqueza en favor de otros países, así que nadie se extrañe si un día descubrimos que somos, esencialmente, pobres.

Hispano

Hispano

Conocí a Jorge Fandermole, el poeta y cantor argentino, escuchando cantar su «oración del remanso» a la tuna.

(Sí, ya sé lo que me van a decir… y yo les responderé lo que dijo hace cinco mil años el sabio egipcio Ptahotep a su hijo: «escucha incluso al necio, porque sólo aprende el que escucha»).

Y, hablando de escuchar, creo que tiene mucha razón Jorge Fandermole cuando nos dice que

«Forma de mis pensamientos,
sonar de una madre patria,
de la terrible conquista
ibérica y transatlántica
que me da el decir, me funda
con la primera palabra
hasta el adiós que suspire
cuando del mundo me vaya.

(…)

Y entienden mi canto en Lima,
en Santiago y en Caracas,
y todo el mundo lo entiende
desde México a Granada.
De Madrid a Buenos Aires
y de Rosario a La Habana,
si debo decir "te amo"
mi amor es en lengua hispana».

Y siento que tengo suerte de que, desde mucho más al norte del Río Grande hasta casi tocar la Cruz del Sur, pueda escuchar y entender a tantas gentes distintas, con tantos acentos distintos, de tantas razas distintas y con un idioma común para entender, vivir, amar y aprender.

«Cantando al sur del río Bravo
con entonación tan bella,
por la Cruz del Sur se ha dado
a volar hasta las estrellas,
y va dibujando el sueño
de Macondo a un Llano en llamas,
y habla el hidalgo manchego
con el Martín de la Pampa».

Y es por eso que —aunque aquí nos empeñemos en no saber cómo llamarle a esa forma de pensar, de amar y de entender la vida— a esto, por el mundo, le llaman español y es un vínculo que permite que la fraternidad humana se vea mucho más cercana cuando oyes pronunciar palabras como «hermana» o «amigo».

En español.