Las vírgenes y las identidades nacionales

Las vírgenes y las identidades nacionales

Mientras camino hacia el juzgado de guardia veo que toda la población con la que me cruzo camina en sentido contrario al mío. En un momento dado me cruzo con un fiscal que camina perfectamente enchaquetado también en sentido contrario, me sonríe, me hace un gesto con la mano y me dice: ¡a ver a la Virgen!

Cuando me lo dice dejo de pensar en el asunto que me conduce al juzgado y reparo en que hoy domingo la patrona de Cartagena, la Virgen de la Caridad, va a salir en procesión conmemorando no recuerdo qué centenario de su llegada a la ciudad. A la vista del gentío que camina hacía allá (muchos enchaquetados, muchos con escapularios, algunas mujeres con mantillas) me pongo a pensar en cuán importantes son las vírgenes en la formación de la identidad de las patrias y naciones católicas.

El de la mexicana Virgen de Guadalupe es quizá el ejemplo más paradigmático de esto. Antes de la independencia mexicana, durante el período virreinal, en la Nueva España ocurría como en la Vieja España y proliferaban las vírgenes en cada pueblo; sin embargo, en un curioso proceso histórico, la Virgen de Guadalupe se enfrentó a la de los Remedios en cuanto que la guadalupana se asociaba a los pobres y a las clases humildes en tanto la de los Remedios se asociaba a grupos sociales más acomodados. La Virgen de Guadalupe, al final de este proceso, extendió su culto y prácticamente opacó al resto de advocaciones marianas. Es más, la Virgen de Guadalupe se asoció indisolublemente a la nación mexicana; si observamos las representaciones que se hacen de Hidalgo (Miguel Hidalgo, padre de la nación mexicana) en todas ellas le veremos indisociablemente unido a la figura de la Virgen de Guadalupe.

La construcción de los relatos que definen la identidad de las naciones son siempre un cúmulo de contradicciones insoslayables que se resuelven por medio del más irracional de los recursos del alma humana: la fe.

La Virgen de Guadalupe no es de origen mexicano sino que encuentra su homónima en la Villa de Guadalupe donde esta Virgen negra recibe especial veneración y es patrona de la Extremadura española, la patria de Cortés y Pizarro. Incluso el nombre «Guadalupe» es evidentemente árabe pues proviene de وادي اللب Wad-al-Lubb, «río oculto», aunque también se considera وَادِي ال‎ (wādī l-, “valle del”) + Latin lupum (lobo), nombre con que se asigna el río Guadalupe, que surge en Sierra de las Villuercas en Extremadura en España, y que desemboca en el río Guadiana.

Si ves el prefijo «Guad» (Wad, wadi) delante de cualquier palabra ya puedes apostar a que estamos hablando de un río (Guadiana, Guadalquivir, Guadalete, Guadalcanal…) y no ocurre nada distinto con el nombre «Guadalupe».

Sin embargo para los mexicanos puedo asegurarte que su Virgen de Guadalupe nada tiene que ver con la nuestra; tan es así que, en un famoso sermón, Fray Servando Teresa de Mier aseguró que la Virgen ya se encontraba en México antes de la llegada de los españoles, de hecho sostenía que Santo Tomás, el dubitativo apóstol de Cristo, había ido a México antes de la llegada de los españoles a predicar a los indígenas

«La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe no está pintada en la tilma de Juan Diego, sino en la capa de Santo Tomás apóstol de este reino. Mil setecientos cincuenta años antes del presente, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe ya era muy célebre y adorada por los indios ya cristianos, en la cima de Tenayuca, donde le erigió templo y colocó Santo Tomás».

En América, como en Europa, las vírgenes son elementos fundamentales en la creación de la identidad nacional de los países católicos y no hablo ya de la polaca Virgen de Częstochowska sino que, desde la más remota antigüedad, en los países mediterráneos la imagen de una diosa es una seña de identidad.

España forja su identidad nacional al mismo tiempo que la forjan las naciones ibdroamericanas, invadida la península por Napoleón y secuestrados los reyes el vacío de poder creado da lugar a que los dominios de la monarquía hispánica formen juntas que serán los núcleos de las futuras independencias americanas y en la península el fenómeno no fue distinto.

Cuando Napoleón sitia Zaragoza se hace archifamosa la jota que dice

«La Virgen del Pilar dice
que no quiere ser francesa
que quiere ser capitana
de la tropa aragonesa».

El viejo mito mediterráneo de la Atenea Promacos reaparece ahora con aires baturros. Cuando la falange ateniense marchaba a la batalla lo hacía con la seguridad de que, en el momento del ataque, delante de ellos siempre marcharía Atenea, de ahí su advocación, «Atenea Promacos» (Atenea, la que va delante) y sus atributos pues, más allá de sus ojos de lechuza (el animal que ve en lo oscuro) Atenea es una mujer soldado que nace con casco, escudo y lanza.

Como Atenea para los atenienses la Virgen del Pilar capitaneaba a las huestes mañas.

En la península ocurre otro tanto, casi todas las identidades tienen su Virgen: Covadonga para los asturianos, Montserrat para los catalanes, Begoña para los vascos, del Pilar para los aragoneses… Una comunidad que se precie con fuerte sentido de identidad tiene que tener su virgen, su Atenea Promacos, porque si no, no es nada.

Y todo en realidad no es más que un relato acaso tan cierto o tan insensato como el de Fray Servando Teresa de Mier. Porque si Santiago no estuvo en Hispania ni hay Pilar en Zaragoza ni desembarco en Cartagena ni sepulcro en Compostela; porque que el Apóstol Tomás estuviese en centroamérica es tan probable como que Jesucristo hubiese visitado América tras su resurrección como dice el Libro del Mormón.

Sin embargo no desprecies los relatos por ser falsos; lo importante de un relato no es que sea cierto sino que mueva el espíritu y el obrar de los seres humanos y hay que reconocer que, ciertos o no, los relatos de la Virgen de Guadalupe, del Pilar o de cualquiera de las demás advocaciones marianas han sido extraordinariamente exitosas en ese campo.

Como en mi patria, Cartagena, donde hoy, mientras yo escribo esto sentado en el juzgado de guardia, la población se congrega alrededor de una advocación mariana (La Virgen de la Caridad) a la que atribuye una voluntad de permanencia en esta ciudad que, por ser hoy el día que es, no dicutiré.

Al fin, sea verdadero o no, para los cartageneros la Virgen de la Caridad (y curiosamente no su Hijo al que, a pesar de llevar en su regazo muerto todos olvidan) es «la que va delante», la «abogada nuestra». La «promacos» de la ciudad.

El alma humana es muy difícil de entender.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

En el pequeño espacio que se ve en la fotografía los cartageneros han dado culto a tres diosas desde hace más de dos mil años. A ustedes puede parecerles algo de poca importancia, a mí me impresiona y me sume en cavilaciones.

En primer término pueden ver el templo de Isis, una deidad egipcia cuyo culto fue mayoritario en el siglo I de nuestra era. Diosa madre, grande en magia, estrella de los mares y protectora de los marineros no cuesta imaginar cómo su culto llegó hasta aquí desde el oriente en los barcos que llegaban desde allá.

A la izquierda, tras una especie de escalinata, se ve la única columna que queda del templo de Atargatis, otra diosa relacionada con el agua, de hecho Atargatis fue una diosa sirena, mitad mujer mitad pez. Fue otra diosa que llegó en barco.

A la derecha se ve la cúpula de la iglesia de la Virgen de la Caridad, la actual patrona de la ciudad, otra figura sacral que también llegó en barco.

Muchas oraciones de muchas personas de muchas fes y credos distintos aún vibran en este pequeño espacio de mi ciudad. ¿Hay algo especial en él que atrae a las diosas?

Esta es una de las muchas partes de que está hecha mi ciudad.

Carrus navalis: carnavalis

Carrus navalis: carnavalis

Los fenómenos culturales simples ni son fenómenos ni tienen recorrido. Es por eso que nadie sabe dónde nació Homero —ya se cuidó él de no revelarlo— ni cual era el pueblo de Don Quijote —de esto se encargó Don Miguel en el fragmento más recordado de la lengua castellana—, para que así disputaran por ser su cuna un sinnúmero de pueblos griegos y manchegos y ni siquiera ese datos fuese simple sino controvertido. Es por esa complejidad de significados y antecedentes por los que, el carnaval y la pascua, son períodos de tanta profundidad antropológica.

Hoy es 5 de marzo. ¿Y qué? (se preguntará usted) pues nada… Le responderé yo… O mucho, que todo es según se mire.

Como hoy es 5 de marzo me he acercado a visitar el templo de la «señá» Isis, una vecina de mi barrio que comparte vecindario con una virgen judía a la que le mataron al Hijo (nuestra señora de La Caridad) y otra diosa siria que, enamorada de un pastor, acabó haciendo una barbaridad y tratando de suicidarse por la cosa de los remordimientos. La pobre Atargatis, a diferencia de sus vecinas Isis o Miriam, acabó siendo mitad mujer y mitad pez y regalando a la compañía Disney un icono para que esta se forrase.

Como les digo, hoy, 5 de marzo, antes de irme a dormir la siesta, me he pasado por «an ca la señá Isis» y le he tomado una foto a las ruinas de su casa y, mientras reposaba un poco el potaje de cuaresma que me he apretado, me he ido acordando de aquellos viejos buenos tiempos en que la diosa que llevaba al niño en brazos era la que vivía en esta casa y no cien metros más al este.

Ocurre que los devotos de Isis, como los de María, en estas fechas en que se produce el equinoccio de primavera, celebraban y aún celebran fiestas de mucho fundamento. Los seguidores de María, la que vive en La Serreta, celebran el primer fin semana tras la primera luna llena de la primavera que su Hijo resucitó.

También los devotos de la Reina del Cielo (Isis) celebraban la primera luna llena tras el equinoccio de primavera y, en honor de la diosa que vive en Balcones Azules, sacaban en procesión, entre otras cosas, una barca, porque Isis fue estrella de los mares y protectora de los marineros y… Y bueno que la «Isidis Navigium» era muy celebrada aunque no sé si habría llamada y pasacalles de los granaderos californios y marrajos.

Antes de la fiesta del «carrum navalis» había un período de vida licenciosa (carnavalis) que, oiga, era justamente lo mismito que ahora.

No sé, entre la stella maris, el niño en brazos, el carrum navalis y las procesiones creo estoy empezando a perder un poco el oremus, pero bueno, como les decía hoy es 5 de marzo y, en muchos lugares, en rsta fecha, se celebraba el Viernes de Dolores… Quiero decir la «Isidis Navigium»… O ¡yo qué sé!. Las vecinas de mi barrio son demasiado profundas para mí.

Cáritas

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Hay tuits que emocionan. Hoy Cáritas ha tuiteado el que ven en la foto usando el hashtag #T que los abogados de «La Brigada» usamos para marcar nuestros mensajes… y me he alegrado en extremo. No puede dejar de alegrarme que una organización que lleva el nombre en latín de la caridad se acuerde de la justicia.

Ocurre que las palabras, a lo largo del tiempo, se cargan de significados del mismo modo que los cascos de los buques se cargan de pequeños animalitos que se van incrustando en ellos mientras navegan. Todas estas adherencias hacen que, al final, no entendamos de las palabras más que los significados más recientes y que no veamos del casco de los barcos más que la capa superficial de algas y animalitos que se han adherido a ellos. Esto pasa con caridad y Cáritas.

Porque Cáritas (caridad) no ha significado siempre lo que ahora entendemos que significa, sino que ha sido una palabra que ha atravesado los milenios conservando en su núcleo algunos de los mejores aspectos del alma humana y compartiendo su ADN con una extensa familia.

La «caridad» toma su ADN primigenio de la raíz protoindoeuropea *ka- (desear) de la que se fue generando una abundante descendencia que dio lugar, por ejemplo, al verbo caló «camelar» (querer, amar) o a la palabra latina «carus» o a la italiana «carezza» o a la castellana «caricia». En esta familia del querer, del deseo (sí, kamasutra también es hija de *ka-), del amor, del cariño y las caricias creció caridad, nuestra protagonista.

Pero caridad también se emparenta con palabras menos gratas como la latina «careo» (carecer) y así, entre cariño y carencias, se hizo mayor nuestra caridad.

Recuerdo ahora aquellas viejas explicaciones que, de niño, me daban en clases de religión (los curas consideraban la caridad poco menos que un patrimonio exclusivo de su religión) y en las que me enseñaban que, si bien el amor nace del corazón, la caridad es producto de la razón y que, por eso mismo, no puede exigirse el amor pero la caridad sí.

Por eso no me parece mal que Cáritas recuerde hoy que hay que exigir justicia para quienes carecen de medios; porque esa «caridad» que piden no es un acto de benevolencia o magnanimidad, es una pura exigencia de la razón; no es algo que ha de darse graciosamente, es algo que se está obligado a entregar a una población que carece cada vez más de medios y a la que están cobrando cada vez más por una justicia que es inaceptablemente cara (por escasa que no por querida), una justicia con la que se hace un infame comercio a través de las tasas.

Por eso hay tuits que emocionan, porque te traen a la cabeza y al corazón cosas como la caridad, las caricias, lo querido y lo caro, caritas y careo, historias sorprendentes como la de «la caridad romana» y hasta raíces protoindoeuropeas como *ka-; sonidos y significados humanos que se esconden incluso tras el nombre popular de la patrona de mi ciudad («La Caridad») o -quién sabe- si hasta en el de la ciudad misma.

Gracias Cáritas.