«Zurrapa» es una palabra que asusta y es normal pues, cualquier palabra que empieza por «zurra» acojona. Parece adecuada para formar adjetivos despectivos como «zurrapiento» o «zurrapienta» y, en general, para formar parte del nombre de algo malo.
Pero no es el caso.
Zurrapa es el poso natural que queda en algunos líquidos de forma que, con toda propiedad, podemos censurar la calidad de un vino diciendo que tiene zurrapa o que es zurrapiento.
La palabra zurrapa, expresiva y significante es, casi con toda seguridad, una palabra de origen prerromano, una palabra de ese idioma (idiomas) que se hablaban en la Península Ibérica antes de que llegasen fenicios, griegos, carthagineses o romanos.
Sin embargo cuando hablamos del gorrino —y más si es ibérico— la zurrapa torna sus connotaciones negativas en gloria bendita y alegría para el alma.
Me gusta Andalucía, un lugar inmmune a las prédicas de toda una legión de cantamañanas que han demonizado las grasas los últimos 70 años tan sólo para alimentar a una zurrapastrosa (ahora sí) industria de productos «light» con la que vendernos resíduos de leche como sinfuese leche, agua ascorbosacarinada como gaseosa y féculas y excipientes como jamón cocido.
Hoy, esos que demonizaban la grasa, han caído del caballo y ahora lo que demonizan son los hidratos de carbono. La grasa es su dosis no solo es buena sino imorescindible y si antes había que tomar zumo de naranja al desayunar hoy hacer eso es pecado mortal por el azúcar que lleva el zumo, debes tomar la naranja entera (que tampoco lo recomiendan) o, mejor aún, zamparte unos huevos duros o unas nueces que es el desayuno de moda.
El caso es que, sea por la grasa o sea por los hidratos, unas tostadas con zurrapa no pueden ser buenas.
Ya lo cantaron «Los Inventores» con música del Noly:
«Quien viene a Cádiz
no tiene escape…»
Y es verdad que no que no tiene escape.
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