Deseos inconfesables

Deseos inconfesables

Mi amigo Pedro de Paz es poeta, y de los buenos. El tío escribe bien y lo mismo te urde una novela que te hilvana un serventesio y el jodío todo lo hace con arte. Pero yo no quería hablarles de eso.

Yo de lo que quería hablarles es de que, cada vez que lo veo, me acuerdo de uno de mis más inconfesables deseos: a mí me hubiese gustado ser guapo y estar muy bueno.

Pero no guapo de eso de decir, oye qué guapo, no, guapo de esos que cuando entran en el bar las mujeres se mandan whatsapps diciendo ¿has visto a ese cordero de dios que siembra el pecado en el mundo?

Guapo no de arreglarse o ponerse guapo, no, sino guapo como esos artistas de Hollywood que, hasta cuando se les descompone el vientre por la noche y van al retrete, están guapos los jodíos. Miren, hasta cuando Paul Newman se iba de vareta, estaba guapo el cabrón.

Pero no pudo ser, las hechuras no salieron buenas y, en vez de dedicarme a estar bueno, hube de dedicarme a la literatura. Ya saben, metáforas, sinécdoques, sinestesias… (abre los ojos, María, que quiero escuchar el mar…) Esas cosas con las que, los que vamos al retrete con muy mala cara, nos vamos apañando y nos sirven para ir tirando.

Yo tengo condición de poeta, pero no por facultades, inteligencia o vocación, sino porque no me queda otro remedio; y, como sé que ir al gimnasio tampoco va a cambiar mucho las cosas, pues estudio historia sumeria, termodinámica o blockchain, que, aunque no me van a mejorar los abdominales, me entretienen mucho más. Los abdominales, si eso, ya luego los cuido con algún potajico con su vino tinto acompañante.

Por eso, cada vez que veo las fotos de mi amigo Pedro de Paz me pregunto: ¿Qué necesidad tendría este hombre de hacerse poeta y encima de los buenos?

Hay gente que lo quiere todo, que son unos gomias y que, esto es lo peor, encima son mis amigos, los aprecio, los valoro, y no puedo cantarles las verdades del barquero.

Maldita sea.

Kintsugi

Kintsugi

Las redes sociales obligan a ofrecer una visión amable de uno mismo. Ir por ahí contando penas públicamente es amargar al prójimo y eso al ser humano no le gusta hacerlo ni padecerlo. Así las cosas, gracias a Facebook, a Instagram y a todas estas herramientas tecnológicas que usamos para fabricar y mostrar a los demás la mejor de nuestras caras, las redes sociales se han convertido en una empalagosa pasarela de posados y postureos.

Andaba yo pensando esto mientras contemplaba unas fotografías de obras de arte «kintsugi», una técnica nacida en Japón sobre el año 1400 y que sostiene que no hay que ocultar las reparaciones, que estas forman parte de la historia del objeto y que por tanto hay que dejarlas visibles. Los artistas japoneses del kintsugi reparaban sobre todo cuencos de té y otros objetos cerámicos usando de lacas y polvo de oro y esa forma de reparar llegó a ser tan apreciada que, pronto, muchos rompían sus vajillas para mandarlas a reparar.

En la actualidad el kintsugi inspira muchas formas de arte occidental. Hoy ya se fabrican los objetos con la reparación hecha en origen y son algunos de los objetos que ven en las fotografías, pero a mí me interesa sobre todo está que sigue, porque representa otro interesante aspecto del arte japonés: el «wabi-sabi».

El wabi-sabi es un término estético japonés que describe un tipo de visión estética basada en «la belleza de la imperfección». Dicho punto de vista está frecuentemente presente en la sociedad japonesa, en forma de elementos de aspecto natural o rústico que aparecen en los objetos cotidianos y eso es lo que ilustra perfectamente la primera de las fotografías donde se ve, reparado con la técnica kintsugi, una taza de té de piedra hori-mishima.

No, la imperfección no disminuye la belleza, la cicatriz no afea, sólo nuestro empalagoso y azucarado empeño en parecer perfectos resulta insufrible.

La belleza como atenuante

Cuando percibimos una característica positiva en un individuo tendemos a hacer extensivo nuestro juicio positivo a otras cualidades que nada tienen que ver con la primera. Este sesgo lo descubrió un científico norteamericano, Edward Lee Thorndike, y lo confirmó experimentando cómo valoraban los oficiales del ejército a sus soldados. Thorndike se percató de que, cuando la opinión que el oficial tenía del soldado era globalmente positiva también tendía a valorar positivamente el resto de facetas de su personalidad. A este sesgo se le llamó «Efecto Halo» y es especialmente interesante cuando es referido a la belleza.

Experimentos científicos han demostrado que cuando percibimos como bella a una persona tendemos a juzgar positivamente el resto de facetas de su personalidad; por ejemplo, en un famoso experimento se mostró a los participantes un manuscrito pésimamente redactado y lleno de faltas de ortografía y luego se mostraba la fotografía de la supuesta autora del texto. En el experimento se mostraban tres fotografías: la de una persona bella, la de una más bien normal y la de otra decididamente poco agraciada y se pedía acto seguido a los participantes en el experimento que calificasen la calidad del escrito. Los/las participantes en el experimento juzgaron benévolamente los textos supuestamente escritos por personas bellas (en torno al 5), algo más severamente al de las personas normales (en torno al 4) y decididamente mal al de las personas poco agraciadas (un 2).

En lo que a los abogados afecta es interesante contar que se han hecho experimentos científicos para estudiar la influencia de la belleza en los veredictos judiciales.

En 1974 Efran, (Efran, M. G. (1974), «The Effect of Physical Appearance on the Judgment of Guilt, Interpersonal Attraction, and Severity of Recommended Punishment in Simulated Jury Task», Journal of Research in Personality, 8: 45–54, doi:10.1016/0092-6566(74)90044-0.) llevó a cabo un interesante experimento —al que siguieron muchos otros— en el que constató que, estadísticamente, los autores/as de delitos recibían condenas menos severas si su apariencia era atractiva. Incluso, en experimentos llevados a cabo con trabajadores sociales, se observó que estos atribuían mayores posibilidades de reinserción a las personas con mejor apariencia.

Sin embargo no siempre la belleza es tratada positivamente, hay un delito en que se la juzga peyorativamente: la estafa. Si el juzgador o jurado percibe que en el engaño pudo influir la belleza, entonces mejor es parecer un sujeto feo al juez.

Así pues, ahora que la inteligencia artificial hace pronósticos sobre los resultados de los procesos judiciales aquí tiene un dato más a considerar: la belleza. También las corporaciones, porque una persona física no puede cambiar su aspecto, pero una persona jurídica puede incluso adecuar sus representantes legales a los gustos del jurado o juez (cuando de dinero se trata los bancos son capaces de todo) y, quizá, gracias a estos estudios esté justificado eso que usted dice a sus clientes cuando los citan para juicio y él acude a su despacho con pantalón corto, chanclas y camiseta de tirantas: «oye, Fulano, al juicio vete algo más arreglaíco».

Resultados de «El Juego de la Profecía»

O quizá debiéramos decir mejor del «John Maynard Keynes Beauty Contest» porque el juego de la profecía, en realidad, ha sido una recreación de una idea de este famoso economista.

En su famoso libro «Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero» (1936), John Maynard Keynes explica por qué el comportamiento de los inversores y especuladores es tan difícil de predecir. El motivo es que esa gente no solo se enfrenta a la tarea de escoger los proyectos o acciones más prometedores sino que su éxito depende de la cantidad de otras personas que pensarán que un proyecto concreto va a tener éxito. En realidad, si quieres ganar dinero comprando acciones, mejor que comprar acciones de la compañía que te parezca más atractiva lo que debes hacer es comprar las acciones de aquella compañía que te parezca que será la más atractiva para el resto de los inversores… No sé si ves por dónde van los tiros, pero creo que sí. Lo dicho para los inversores puede aplicarse a muchas otras acciones humanas y está en la base, por ejemplo, de la estrategia política del llamado «voto útil».

En 1993, la economista Rosemarie Nagel ideó una variante del juego que es la que, con algunas variaciones, hemos planteado en este «Juego de la Profecía». Tiene solución racional, aunque aún ofrece la opción de investigar niveles de pensamiento. Pongamos un ejemplo con nuestro propio juego.

Si todos los jugadores votasen sus números aleatoriamente y sin pensar en las reglas del juego lo más probable es que la media de los números elegidos fuese 50, si lo piensa un poquito verá que es así. Y es aquí donde comienza la exploración de los «niveles de pensamiento», porque para ganar usted ha de votar el número inmediatamente inferior a la media y aquí aparece el «primer nivel de pensamiento».

Muchos jugadores en nuestro juego han considerado que los demás jugadores votarían sin pensar o aleatoriamente y que, por tanto, la media sería 50 y por ello un nutrido grupo de jugadores ha seleccionado como número de su apuesta el 49…

Lo que ocurre es que muchos pensaron como ellos y llegaron al «segundo nivel de pensamiento» y decidieron que si el 49 era la solución a que llegaría la gente pensando «racionalmente» entonces el número ganador habría de ser el 48… y así se fueron sucediendo sucesivos niveles de pensamiento hasta llegar a quienes, con absoluta y total lógica, eligieron el 0 como número ganador.

Es verdad que el 0 es la apuesta lógica pero ello sería así si todos los demás participantes votasen con lógica absoluta y eso, en la realidad, no es así.

Mis felicidades pues a mis muchos lectores que votaron entre 0 y 10 pues no sólo operaron con absoluta lógica sino que además demostraron tener una altísimo grado de respeto por el resto de los participantes y una admirable dosis de humildad personal. Les quiero como amigos, son maravillosos y muy buenas personas, inteligentes, respetuosos y modestos, el tipo de gente que me gusta tener a mi lado pero… Pero la vida no es así, el mundo que les rodea no es tam bueno como creen.

A mis lectores que votaron entre 10 y 30 felicidades también, son ustedes como los anteriores (quizá un poco menos lógicos y modestos) pero mejor adaptados a la realidad. Yo pensaba que una apuesta entre 10 y 30 sería la ganadora pero… tampoco ha sido así.

A los que votaron entre 30 y 40 felicidades, entre ambas cifras se ha movido el campeón todo el torneo, finalmente debo decirles que la media de las votaciones ha arrojado 39 y que, por tanto, el ganador es el 38, un número que, sorprendentemente, sólo ha recibido un voto. En breve nos dirigiremos a quien ha remitido el correo votando 38 para pedirle permiso y revelar su identidad si él quiere.

Para quienes votaron entre 40 y 49 decirles que el intento fue bueno pero que la gente (o al menos mis lectores) piensan mucho más de lo que aparentan y que con unos pocos «niveles de pensamiento» no bastaba para ganar el juego.

Quienes votaron 50 o más supongo que no leyeron detenidamente las bases y votaron por afecto, por concursar simplemente o sin querer invertir más esfuerzo que el de votar. Especial referencia merecen algunos votos específicos: el 69 obtuvo muchos votos lo que quiere decir que hay quien juega juegos dentro de juegos, felicidades por vuestro sentido del humor y a quienes votasteis 100… ¿qué deciros? 100 es el único número que jamás podía ganar el concurso de forma que merece la pena considerar por qué alguien podría votar 100. Trate usted de sacar cocnlusiones pero observe que es sumamente interesante la aparición de estos «votos imposibles» pues hacen que el posible «algoritmo genético» posterior tenga muy difícil su trabajo. Los votantes del 100, de todas formas, no han alterado el resultado final y nuestro ganador con 38 lo habría sido 100 más, 100 menos.

Mi idea era repetir sucesivamente el concurso entre quienes habían participado de forma que, a la luz de estos resultados, decidiesen una nueva apuesta (¿aparecerían nuevos 100? ¿votarían al 37? ¿Se impondría por fin la lógica del 0? ¿O alguien se aprovecharía de esa lógica con tácticas concertadas?) y tratar de definir una especie de «algoritmo genético» que resolviese el problema.

Probaré a hacerlo, de todas formas hoy lo que toca comunicar es que la media fue 39, que el número ganador es el 38 y que estoy orgullosísimo y agradecidísimo de tener unos followers tan sumamente interesantes como ustedes.