Cuando oigo hablar de «unidad» y dependiendo de la identidad de quien la invoque, tengo con frecuencia la instintiva sensación de que pretenden engañarme. ¿Unidad en torno a qué?
Permítanme que me explique. Cuando yo era niño, además de la asignatura de «Unidades Didácticas» que da nombre a este post, formaba parte de nuestro programa educativo la asignatura llamada de «Formación del espíritu nacional». A través de esa asignatura el régimen nos adoctrinaba en lo que ellos llamaban «democracia orgánica», una forma de «democracia» en la cual la representación popular no se ejercía a través del sufragio universal sino a través de las relaciones sociales que la dictadura consideraba «naturales»: familia, municipio, sindicato y movimiento; grupos (“tercios” los llamaba el régimen) de entre los que resultaban particularmente curiosas aquellas organizaciones que el régimen llamaba «sindicatos».
Los sindicatos del franquismo a mí me resultaban particularmente sorprendentes, pues, lejos de ser sindicatos de trabajadores eran sindicatos donde estaban juntos los obreros, los «técnicos» (obreros cualificados) y los empresarios. Yo no entendía bien como iba a reclamar un sindicato de esos un aumento de sueldo para los trabajadores, pero lo cierto es que así era, aunque es verdad que ya funcionaban en la semiclandestinidad e incluso a veces incrustadas en el propio sindicato vertical (así llamaba el franquismo a este tipo de sindicatos) las Comisiones Obreras; el sindicato que hoy conocemos.
El régimen cantaba las virtudes de la «unidad» de estos sindicatos verticales (recuerdo algún discurso delirante del ministro José Solís sobre la «fraternal» unión de empresarios, técnicos y obreros) pero la realidad es que esta organización sindical no servía para canalizar los intereses de los trabajadores y sí solo para silenciar la protesta y domesticar cualquier intento de reforma. Anualmente en el Bernabeu se celebraba una «Demostración Sindical» donde unos atléticos obreros ilustraban las virtudes de la «unidad» realizando tablas de gimnasia.
Esa reunión de trabajadores tenía unos efectos jurídicos parecidos a los de algún reciente «congreso» de la abogacía. Perdónenme, son recuerdos y me desvío del tema.
Aquella democracia «orgánica» y aquellos sindicatos «verticales» que el régimen se empeñaba en mantener cantando las virtudes de la «unidad» estaban fuera de lo que el mundo libre consideraba como sindicatos o democracia de verdad, pero con ellos se fue tirando hasta que la Constitución de 1978 los borró de un plumazo.
Hoy leo en la prensa que el Consejo General de la Abogacía se va a reunir de urgencia para estudiar la ley que obliga a controlar el horario en la jornada laboral de los trabajadoresy, como por arte de magia, la idea y el recuerdo de los sindicatos verticales me ha vuelto a la memoria, pues ¿por qué tendría que opinar nada CGAE en ese punto?
La ley de control horario se ha establecido para que no se explote a los trabajadores haciéndoles prestar interminables jornadas llenas de horas extra; medida esta que, a priori, favorecería a los más de 7.000 abogados que trabajan para los poco más de 250 grandes despachos que hay en España.
Dado que esos 7.000 abogados pagan sus cuotas religiosamente en sus colegios y en la misma cantidad que los accionistas de los 250 despachos ¿con quién o contra quién debiera posicionarse CGAE?
CGAE ya ha dejado ver en el simulacro de congreso de Valladolid que se opone a la ley y apuesta por los empleadores y, si lo hace así, ¿quién defenderá entonces a los empleados, tan abogados colegiados como sus jefes y aun mayoritarios numéricamente?.
CGAE parece que no se harta de pretender ser el bebé en el bautizo y el muerto en el entierro, ha decidido ahora ejercer de sindicato vertical y no les extrañe que, si alguien protesta por su decisión, le acusen, en el más rancio estilo verticalista, de tratar de romper la «unidad».
Usar la «unidad» como coartada es lo que hacía el viejo sindicato vertical; si el trabajador exigía mejores condiciones, ser hartaba de no ser escuchado y se manifestaba, el sindicato vertical le acusaba de romper la «unidad», como si esta, por si sola, fuese algún tipo de valor sagrado.
Por eso, cuando alguien me habla de unidad, no me queda más remedio que preguntarle: ¿Unidad en torno a qué? Porque puede ocurrir que la unidad que usted me pide esté más cerca de omertá mafiosa que de la real y genuina cooperación en torno a ideas y principios.
Las demandas de estos abogados trabajadores son perfectamente
canalizables a través de los sindicatos (¿para cuando sindicatos de abogados como en Francia?) y las demandas de sus empleadores tienen su cauce en las asociaciones patronales pertinentes. ¿Qué pinta CGAE en este entuerto? ¿Pretende ejercer de sindicato vertical? ¿Por qué se
posicionó ya en Valladolid, sin pleno ni nada, a favor de los 250 y en contra de los 7.000?
Miren, los colegios nacieron con unas funciones de control deontológico y prestación del turno de oficio muy meritorias. Son esas dos funciones su razón de ser y no esta cabalgata de ferias, fiestas, saraos, contratos, convenios, viajes y dietas que vivimos con continuidad. Los colegios ni la organización colegial fueron creados para eso sino para cumplir sus funciones estatutarias. La unidad es perfectamente mantenible en tanto en cuanto la organización colegial cumpla sus obligaciones estatutarias, en el resto pedir unidad puede incluso ser una traición a los propios principios. Los despachos/negocio o los empresarios tienen una visión diametralmente opuesta a la de de los despachos independientes o los abogados asalariados ¿de qué unidad estamos hablando aquí?.
Puede haber unidad, sin duda, en cuanto a la prestación de la función deontológica o de organización del turno de oficio de los colegios; pero ni puede haberla, ni es bueno que la haya, ni la va a haber entre el criterio de los 7.000 abogados trabajadores y sus 250 bufetes empleadores. Unidad si pero coartadas no: las unidades se forjan en torno a las ideas, no a las personas, y hasta ahora muy pocas ideas he visto en CGAE que merezcan adhesión y sí muchos —demasiados— hechos censurables. Si CGAE se gasta un millón de euros en un Congreso que no cumple con lo ordenado por el propio Estatuto General de la Abogacía, que no pida unidad, porque pedir unidad ahí es
pretender complicidad. Si CGAE ovaciona ministros que no pagan el
turno de oficio, que no pida unidad porque, al menos yo, no voy a aplaudir ni festejar a quien maltrata a mis compañeros. Por eso, tengan cuidado cuando alguien les pida «unidad» porque, muy
probablemente, tras engañarle lo que le está pidiendo es que se calle.
La unidad, que puede ser un valor, en manos de la mafia es omertá y en manos de algunos dirigentes es coartada; por tanto, cuidado con ella y cuando le pidan unidad pregunte usted: ¿en torno a qué?.
Creo que ningún llamamiento a la unidad me enseñó tanto como aquellos llamamientos a la «unidad» que se hacían desde los sindicatos verticales por aquellos ministros. Llamar a la unidad cada vez que alguien reivindicaba algo era una ilustración perfecta de esto que les cuento, tanto que creo que justamente tañes llamadas a la unidad fueron «las auténticas unidades didácticas» del régimen.
- Según el barómetro interno de la
abogacía de 2015, los llamados «grandes despachos» emplean a unos
7.000 abogados y sólo una decena supera los 250 letrados en plantilla.
En España hay actualmente casi 150.000 abogados y, además, otros
100.000 colegiados no ejercientes. Esta es una profesión muy plural,
pero en la mayoría de los casos, el 71 por ciento, estamos hablando de
despachos unipersonales o, como mucho, compartidos con otros
compañeros. ↩︎