Ella no va a morir

Ella no va a morir

Hace diez años los abogados morían en Colombia a centenares, ya se lo conté hace dos post y les conté cómo ideamos un convenio a firmar en ambas Cartagenas. Una de las personas que vino a firmar a Cartagena fue Claudia Patricia, una abogada que es, al mismo tiempo, profesora en la universidad y que por entonces peleaba en esos lugares donde crecen las cruces de hierro.

Recuerdo con infinita ternura como un abogado de mi colegio, un tipo bueno y entrañable aunque él se empeña en parecer duro, experimentó algo más que una natural atracción por Claudia. Tanto nos escuchó hablar de muertos y muertes que, en un momento que Claudia había salido me preguntó con gesto angustiado

—A ella no la matarán ¿verdad Decano?

Yo no sabía bien lo que sería de Claudia pero puse todo el gesto de seguridad de que fui capaz y le respondí

—No seas bruto, ella no va a morir.

Y, bueno, creo que diez años después puedo asegurar que Claudia no ha muerto, que sigue viva, que está incluso más guapa, que está casada y que tiene un niño que es una preciosidad.

Así que —no diré tu nombre aunque tú sabes quién eres— puedes estar tranquilo: Claudia está bien y hoy, diez años después, podemos ver una puesta de sol mirando un horizonte detrás del cual, en el otro hemisferio, andas tú.

Deudas pendientes

Deudas pendientes

Déjenme confesarles que, en los últimos diez años de mi vida, he contraído una deuda que, hasta el día de hoy, no he podido siquiera empezar a pagar. Se trata de una deuda que, cada año que ha pasado, me ha ido pesando más aunque, en mi descargo, diré que, si no la he pagado, ha sido porque las más impensables peripecias vitales me han impedido empezar a saldarla siquiera fuera parcialmente.

Sin embargo, este año —por muchos motivos duro y complicado para mí— el cielo me ha dado la salud, el tiempo y la ocasión de poder empezar a devolverla.

Les cuento.

A principios del año 2013, poco más de dos años después de ser elegido decano por mis compañeros del Colegio de Abogados de Cartagena, tuve conocimiento del drama que estaban viviendo los abogados y abogadas de la República de Colombia. Víctimas de un genocidio profesional organizado, más de 600 abogados colombianos habían sido asesinados impunemente por razones incomprensibles para mí y la cuenta iba en rápido aumento.

Y si incomprensible era aquel horror de muertes sin sentido, más incomprensible aún me resultaba el hecho de que la mayor parte de esos crímenes apenas si mereciesen un simulacro de investigación por los juzgados y tribunales, con el añadido de que ni siquiera la prensa se hacía eco de ninguno de ellos. Era un genocidio profesional conocido por todos pero que se producía ante la indiferencia general.

Quedé horrorizado.

Investigando me enteré de que el gobierno de Colombia no permitía a los abogados y abogadas constituir colegios, que abogados canadienses y de otros países habían organizado caravanas de juristas a Colombia para denunciar la masacre y que ni la administración de justicia ni el gobierno de Colombia hacían nada eficaz por frenar la tragedia.

Y pensé que, quizá, mi colegio pudiese hacer algo ya que, si a los abogados de la Cartagena de Colombia no les dejaban tener un colegio, podrían usar del colegio de la Cartagena de Levante, mi colegio, para todo aquello que les fuese necesario o conveniente.

No recuerdo cómo logré ponerme en contacto con ellos pero lo cierto es que lo hice y decidimos que lo más útil sería preparar un convenio entre los abogados de las dos Cartagenas el cual planeamos que se firmase en las dos Cartagenas sucesivamente para darle visibilidad, primero en el Colegio de la Cartagena de Levante y después en el Consulado de España en la Cartagena de Indias.

Recuerdo vívidamente la mañana de la firma en mi colegio. Algo tenía que haber sucedido entre las autoridades colombianas pues, con la representación de los abogados y abogadas cartageneros ya en la sala, para mi sorpresa y estupor, se personaron tres militares uniformados de las fuerzas armadas colombianas al acto de la firma junto con un, creo que senador o cargo parecido, de la República de Colombia. Lejos de sentir que empezábamos a hacer ruido aquello me alarmó. ¿Qué hacían tres militares uniformados en un acto civil en mi colegio?

Afortunadamente su trato fue absolutamente exquisito y cordial y dieron un, para mí, inesperado lustre al acto.

Y firmamos.

Al acto de la firma en el Consulado de España en Cartagena de Indias no pude asistir; con todo preparado para viajar hasta allá tuve un accidente de salud del cual hube de ser intervenido de urgencia y hube de quedarme en España. Mi vicedecano asistió y firmó por mí.

A partir de ese momento y sin saber qué más podría hacer me dediqué a escribir necrológicas en mi blog de los abogados que iban siendo asesinandos con siniestra regularidad; mi percepción era que nada molesta más a un gobierno que el que alguien piense que está tolerando una situación tan inhumana y siniestra como la que padecía la abogacía colombiana, años en que la prensa ni siquiera informaba de los asesinatos y, si lo hacía, lo hacía a veces con sesgos nada deseables.

Finalmente la situación fue mejorando para la abogacía colombiana; los esfuerzos de los abogados de muchos otros países, las caravanas de juristas, y sobre todo la pelea de los propios abogados combianos fue dando sus frutos y a día de hoy la situación ha mejorado.

Y contado lo anterior les diré que, desde entonces, en estos diez años, no ha pasado ni uno solo en que, desde Colombia, no me llegue una invitación a viajar allá. Han venido a Cartagena a visitarme posteriormente, es raro que pase medio año sin que mis amigos de Colombia no me inviten a dar un curso o una conferencia vía internet y —debo decirlo— guardo con orgullo a los pies de mi cama un sombrero «vueltiao» que todas las noches me recuerda que tengo algo pendiente con la Cartagena del Caribe.

Ahora que miro todos estos diez años de relación con ellos no puedo evitar emocionarme.

Parece increíble pero, hasta el día de hoy, no he podido viajar a Colombia a pagar diez años de amistad y cariño y pueden creerme sin juramento si les digo que no ha sido por falta de voluntad mía, sino porque circunstancias personales y familiares me lo han impedido.

Tantos y tan inesperados han sido los obstáculos que he tenido en estos años que, hasta ahora que mi avión sobrevuela el Atlántico, no me he atrevido a escribir estas lineas porque, hasta el último momento, he temido que pasase algo que me impidiese ir.

Pero parece que esta vez sí que será, que ya estoy en un avión que me conduce de Cartagena a Cartagena y que, por fin, podré devolver un poco del cariño que ellos me han regalado.

Nunca podré devolverlo todo.

Dos abogados más asesinados en Colombia ¿Hasta cuándo seguirá este genocidio profesional?

Sin reponernos de la noticia por la muerte de dos Abogados en Armenia, se nos acaba de informar en la Fiscalia General de la Nacion, del Asesinato de DOS ABOGADOS MAS, CUATRO EN DIAS, HORAS, MINUTOS.

En Belen de Umbria Departamento de Risaralda aparecio asesinado y semi enterrado el abogado Eladio de Jesus Arenas quien ejercia como Personero( Representante del Ministerio Publico) de esa localidad.

Y en el Departamento del meta fue asesinado el Abogado Ricardo Rodriguez Cajamarca, Defensor de Derechos humanos.

Compañeros de Colegio

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Os echaremos de menos. De la Bocana a Bocagrande, de Cartagena a Cartagena. En Colombia asesinan a un abogado cada 9 días por el mero hecho de cumplir con su deber. Van ya 700, al menos 20 en Cartagena de Indias y nunca se acaban de investigar sus muertes.

Cuando muere un abogado en Cartagena (en cualquiera de las muchas Cartagenas del mundo) sentimos que asesinan a uno de los nuestros, a un compañero de ese colegio que es más que un lugar en el mapa. Porque la libertad no tiene más patria que el corazón de la gente. Que tengáis suerte, pronto estaremos allí. Cartagenas del Mundo. Cartagenas del Alma.