O no habrá quien nos aplauda

O no habrá quien nos aplauda

Oigo cómo la población aplaude desde sus ventanas esta tarde lluviosa de Cartagena. Agradecen a la comunidad sanitaria su trabajo continuado 24 horas al día por salvar a los enfermos y a nosotros de la amenaza de la pandemia.

No está siendo para ellos un trabajo sin riesgo y, por salvar vidas ajenas, han sufrido los zarpazos del virus. Muchos de esos sanitarios esforzados han visto como la muerte ha sido el premio a su esfuerzo. No se llevarán nada a la tumba, nadie recordará sus nombres pero, hoy, estos aplausos suenan por ellos.

Cuando la crisis sanitaria comience a remitir y la amenaza vital esté mínimamente controlada le llegará el turno de demostrar de qué pasta están hechos a otra comunidad: la jurídica. Jueces, LAJ’s, funcionarios, procuradores, abogados… Habrán de demostrar que, si la comunidad sanitaria ha salvado la vida de los españoles, ellos serán capaces de salvar su futuro.

Pero miro a mi alrededor y siento una sensación tan parecida a la vergüenza que creo que la confundo con ella. Perdónenme si lo digo así pero es exactamente lo que siento y no sé expresarlo de otra manera.

En los próximos tres meses van a inundar los juzgados de lo mercantil y de lo social un tsunami de procedimientos detrás de los cuales se estarán jugando su vida y su futuro muchas familias de España. Parar esa ola, detener ese tsunami, es la obligación de la administración de justicia y eso no lo haremos sin tener que sortear dificultades aparentemente insalvables y sin tener que, lamentablemente, pagar un alto precio.

El futuro de España dentro de dos semanas dependerá del trabajo que sea capaz de llevar a cabo su administración de justicia. Para esa fecha debiera existir una planta y una infraesttuctura suficiente en los juzgados para soportar el embate que recibirán los juzgados de lo social y lo mercantil.

Estamos viviendo una emergencia como nunca antes hemos vivido, quizá no dispongamos del material y los recursos precisos para salvar todo el bosque del incendio pero, en ese caso, habremos de concentrarnos en salvar esa parte del bosque donde viven las personas.

Es probable que no se pueda atender a todos los frentes y tendremos que elegir entre lo malo y lo peor. Y tendremos que hacerlo, con decisión y sin titubeos.

Pero, si siguen apareciendo planes infames e inicuos como el del CGPJ, si no se definen ya las prioridades y se estiman las necesidades y peligros, si no se toman decisiones estratégicas y nos seguimos enredando en gollerías y casuísmos estériles, volveremos a fallarle a los españoles y seremos responsables de el hambre y ma infelicidad de muchos.

Miren a los sanitarios y pregúntense  si, como ellos, están ustedes también dispuestos a trabajar 24 horas e incluso a arriesgar su vida por los demás.

Si su respuesta es sí lo celebraré, nadie nos recordará ni probablemente lo agradecerá, pero es posible que una noche, desde alguna ventana, quizá suene un aplauso por ustedes.

Palmas


Esta tarde-noche se me ha tornado flamenca. Estoy en un teatrito delicioso  desde una de cuyas butacas escribo estas líneas: el teatro «Apolo» en «El Algar», construído en los años en que se forjaron los cantes de Cartagena y rodeado de buenos aficionados; «Cartagena canta» se llama el evento y en el deambulatorio cuelga el cuadro de Pedro Diego Pérez Casanova que ven en la imagen y titulado «En tu honor».

Nada hay tan simple y difícil a la vez como tocar las palmas, simple porque cualquiera es capaz de hacerlas, complejo porque muy pocos saben hacerlo bien; y, pensando en esto, pienso también en que esta facultad de tocar las palmas bien, pero sobre todo oportunamente y con criterio, hizo que el público se ganase el apelativo de «respetable».

Porque «respetable» no es el público que aplaude sin criterio cualquier cosa que ve u oye, es el que discrimina cuándo y a quién debe aplaudir; «respetable» es ese público al que no le dan gato por liebre y sabe distinguir lo auténtico de lo impostado, el grano de la paja, al cantaor del aficionado y al político de ley del farsante.

El público, el pueblo, «el respetable», dispone de pocas posibilidades para dejar sentir en directo su agradecimiento o su enfado, su aquiescencia o su indignación y, por eso, cuando veo ovaciones bobaliconas, agendadas, de esas que se dan «porque toca» al político, ministro o gobernante de turno, pienso que el público (el pueblo) está renunciando a ese primer recurso humano, ancestral y democrático que le dio la naturaleza para expresarse en libertad; ese recurso sencillo y complejo a la vez que hizo que se ganase el apelativo de «respetable».

Vamos a escuchar.