Aversión por la filosofía

Aversión por la filosofía

Cuando el jugador de ajedrez mira al tablero todos los datos posibles están al alcance de la vista, nada se le oculta, todo es transparente, por eso, me enseñó mi padre, se le llama el noble juego.

Sin embargo todos esos datos que están a la vista del jugador son inútiles si no sabe interpretarlos, si no es capaz de imaginar situaciones futuras y valorarlas…

En la vida, como en el auedrez, disponer de datos, incluso todos los datos, no servirá más que para ganar concursos de televisión o partidas de trivial pursuit porque lo decisivo es valorar esos datos, entenderlos en conjunto y ser capaz de imaginar futuros.

Los estados y los gobiernos nos atiborran de datos y con esto nos hacen sentir informados, nos abruman con datos y con esa sensación de tenerlo todo al alcance de la mano, a la distancia de un googleo en nuestro teléfono, somos felices.

Pero los datos son inocuos si las personas son incapaces de verlos en conjuntos, de valorarlos, de entenderlos, de convertirlos, como en las combinaciones de ajedrez, en material explosivo.

Es por eso que los estados sienten, cada vez más, aversión por la filosofía.

El ajedrez está de moda gracias a @Chess24

El ajedrez está de moda gracias a @Chess24

Dijo Pemán de Lola Flores: «ni canta bien ni baila bien, pero, por dios, no se la pierdan». Yo puedo ser mucho más breve aún hablando de este trío, simplemente: «no se los pierdan».

Estos tres personajes son la quintaesencia del espectáculo. El primero es David Martínez «El Divis», Maestro Internacional de Ajedrez, un madrileño cesante de joven que perdió súbitamente y en oscuras circunstncias su magnífica melena y que ahora luce una calva casi clerical. Serio y responsable es el encargado de que las retransmisiones de los torneos de ajedrez que realizan salgan como deben de salir. Con coña y retranca, él, sin saberlo, ejerce el papel de Clown de la «truppe», el personaje serio a quien le estropea la vida sistemáticamente un Augusto insuperable, Pepe Cuenca, un ingeniero y Gran Maestro granadino sin vestigio alguno de mala follá, un sujeto protéico, disparatado, que lo mismo destroza el set televisivo cuidadosamente montado por el Divis, que hace burlas de su inexistente melena, todo ello regado con abundantes citas apócrifas de Confucio y «Pichote», un filósofo cuyo mayor logro fue introducir la bisectriz de su ángulo en un bote.

Gracias a Pepe Cuenca sabemos que el peón alfil rey (el peón «f») se llama Facundo y es el único en quien podemos confiar cuando todo está perdido. De modales cimarrones y asilvestrados es la perfecta réplica al Divis.

Con ellos dos el espectáculo está servido todas las tardes a partir de las 4 de la tarde en el canal de Youtube de Chess24.

Algunas veces al Augusto Pepe Cuenca le aparece la réplica adecuada en la forma de un contra-augusto, el «Niño Antón», David Antón, Gran Maestro de Ajedrez y uno de los pocos españoles que se encuentran en la élite mundial de este juego. Canijo rozando la escualidez el «Niño Antón» está en las antípodas de Pepe Cuenca (un sujeto capaz de zamparse un bocadillo de sobrasada en dos bocados) pero juega mejor que él y «seca» muchas de sus delirantes intervenciones.

Sí, el ajedrez está de moda y le aseguro que ellos son buenos, muy buenos. Aunque usted no sepa jugar al ajedrez ni entienda nada no se preocupe, véalos, le aseguro que acabará usted confiando en Facundo y jugando la Defensa Philidor o la Escandimala y, hasta es posible, que un día, cuando vea usted a su novio, acabe llamándole «Queriding Lirén».

No trate de entenderme. Véalos.

La singularidad, el ajedrez y Alpha Zero

En los últimos tiempos hablar de la singularidad ocupa una parte bastante central en las conversaciones con mis amigos. Solemos especular con las fechas aproximadas en que sucederá y si estaremos aquí para vivirla. La singularidad, por si no ha oído usted hablar de ella, es un fenómeno íntimamente relacionado con el desarrollo de la inteligencia artificial y la aparición de máquinas autorreplicantes.

El ajedrez ha sido en los campos de la computación y la inteligencia artificial como el canario que solían llevar los mineros para detectar grisú y yo, como jugador amateur de ajedrez, he tenido la suerte de poder vivir el advenimiento de la singularidad a este juego y las consecuencias que ha tenido para los jugadores humanos de ajedrez.

Ya en la década de los 80 la mejora de las computadoras de ajedrez era evidente y, aunque todavía no ganaban a los humanos, ya se veía que estaban en el camino; en 1996 Deep Blue, un superordenador de IBM, venció al campeón del mundo Garry Kasparov en un oscuro match (sigo pensando que algo raro hubo tras aquella «victoria») pero cuando, ciertamente y sin ninguna duda, la singularidad llegó al mundo del ajedrez fue en el año 2017. En ese año, un programa llamado Alpha-Zero, creado por la empresa de Google Deep-Mind, derrotó aplastantemente al programa campeón del mundo de ajedrez: Stockfish.

El hecho no tendría nada de particular así contado pero, si exploramos la forma en que cada uno de los programas ha llegado a jugar como juega, veremos que, tras la estrategia de Alpha Zero, se apunta ya el fenómeno de la singularidad.

Stockfish es un programa «tradicional» de ajedrez mientras que Alpha Zero es un programa en el cual, en principio, sólo estaban implementadas las reglas del juego pero, tras cuatro horas de jugar contra sí mismo, había aprendido a jugar con fuerza sobrehumana. Resulta aterrador ver cómo, en esas cuatro horas, Alpha Zero fue, por ejemplo, transitando por las mismas aperturas que la humanidad había venido usando en los milenios anteriores y cómo fue pasando de una a otra en casi el mismo orden que el ser humano lo había hecho. Si la humanidad había concluido tras unos miles de años que la defensa más sólida y rocosa contra la Apertura Española era la Defensa Berlín, Alpha Zero llegó a esa conclusión pero en tan solo cuatro horas de juego.

Alpha Zero no tiene una fuerza bruta apabullante, apenas calcula 80 mil posiciones por segundo frente a los 70 millones que calcula su rival Stockfish, pero compensa el menor número de evaluaciones mediante el uso de su red neuronal profunda para centrarse mucho más selectivamente en las variantes más prometedoras; en las partidas de ajedrez de Alpha Zero uno puede hablar sin temor a errar de creatividad y de intuición.

Hay más partidas de ajedrez posibles que átomos en el universo, no es posible «aprenderse» todas las partidas de ajedrez jugables por muy poderosa que sea la máquina que empleemos, Alpha-Zero es un claro ejemplo de una inteligencia artificial que ha aprendido a jugar al ajedrez y a la cual un ser humano no puede siquiera soñar con ganarle.

¿Cuál ha sido la consecuencia de que las máquinas jueguen mejor que los seres humanos al ajedrez?

En la década de los ochenta, mientras a los aficionados nos atormentaba la idea de que la victoria de las máquinas supusiese el fin del juego, Anatoly Karpov, campeón mundial por entonces, dio una respuesta tan sencilla, natural y «soviética», que nos dejó estupefactos: «No veo nada de particular en esto, ya hay máquinas más veloces que las personas y no por ello dejan de celebrarse carreras».

Tenía razón: el hecho de que los ordenadores ganen a los humanos no ha hecho decrecer el interés por el juego y en este momento se vive un boom en la afición al ajedrez en el mundo. Los jugadores de ajedrez han pasado de competir contra las máquinas a usarlas como ayudantes y, aunque ningún humano sueña ya con derrotar a los mejores programas, las usan intensivamente para preparar sus enfrentamientos contra otros jugadores humanos.

Así pues, si el ajedrez es el canario que nos alerta del grisú, lo que nos dice de momento es que la existencia de inteligencias artificiales superiores a la humana, al menos en este campo, no solo no ha «destruido empleos» sino que los ha creado.

Claro que la singularidad de Alpha-Zero en ajedrez no sirve demasiado como término de comparación. Cuando hablamos de singularidad en sentido edtricto hablamos de un mundo donde, máquinas autorreplicantes dotadas de una inteligencia artificial superior a la humana conviertan a los seres humanos en organismos perfectamente prescindibles. Y sin embargo, personalmente, tampoco me preocupa demasiado ese horizonte mientras las máquinas no desarrollen un rasgo típicamente animal y humano (y por tanto artificialmente implementable o evolutivamente desarrollable por máquinas): la consciencia.

Temo más que a la inteligencia artificial la posible evolución incontrolada de las máquinas autorreplicantes. En cuanto un fenómeno de reproducción-mutación se pone en marcha la teoría de la evolución comienza a operar y, si los ciclos reproductivos son lo suficientemente intensos, las consecuencias evolutivas pueden ser impredecibles. Científicos hay que han abandonado sus estudios por el temor a la aparición de nanomáquinas autorreplicantes sin control replicativo y otros, como el tristemente famoso John Kaczynski (Unabomber), han desarrollado estrategias terroristas para frenar una singularidad que ven como inminente e inevitable.

Yo no tengo duda de que pronto veremos máquinas autorreplicantes dotadas de IA superior a la inteligencia humana; seguramente máquinas no universales sino diseñadas para tareas concretas, pero que no serán más que la antesala de una más lejana máquina universal. Pero, como dijo el muy soviético Karpov, no creo que ello deba preocuparnos demasiado mientras sepamos a lo que nos enfrentamos y a donde vamos como especie.

En el mundo que vivimos y en el mundo futuro que hemos de vivir estas máquinas las fabricarán las ficciones llamadas «personas jurídicas» (que son quienes acumulan el capital necesario) y las fabricarán con el único objetivo y límite que la propia naturaleza de estas ficciones jurídicas impone: el beneficio económico. Si no intervenimos como sociedad, el advenimiento de la singularidad vendrá determinado por las cuentas de resultados de unas pocas compañías y corporaciones, de forma que nuestro futuro, como especie, estará en manos de algoritmos diseñados para ganar dinero pero no para proveer de felicidad a los seres humanos.

Seguramente en 30 ó 40 años, como predicen personalidades de talla científica mundial, estemos en el umbral de la singularidad, aunque, para entonces, ya será tarde para controlar y orientar el sentido de la misma.

Hemos pues de tomar las riendas de nuestro futuro como especie; afortunadamente, a día de hoy, todos los partidos políticos y grupos sociales son conscientes de esto y tienen formadas opiniones filosófica y científicamente profundas, tal y como se está viendo en los debates políticos de esta campaña electoral.

Quizá la ironía sea la última frontera de la Inteligencia Artificial.

Su nombre era Viktor


Hoy ha muerto un luchador. Se enfrentó al sistema cuando la URSS estaba en su apogeo. Desafió a la «nomenklatura» tratando de ser campeón mundial de ajedrez cuando el oficialismo no admitía disidencias y hubo de exiliarse de la Unión Soviética para perseguir su sueño. Cuando en Baguio City (Filipinas) peleó contra Anatoly Karpov por el campeonato del mundo su mujer y su hijo estaban prisioneros en un campo de concentración. Apátrida y sin bandera que poner sobre el tablero Viktor «El Terrible» se enfrentó solo al sistema… Y perdió… Pero como pierden los grandes, muriendo en la orilla. Fue un auténtico prodigio de la naturaleza y siguió jugando ajedrez de altísimo nivel hasta su muerte (se supone que los jugadores dan su mejor nivel a los 35 pero él era de otra galaxia). Tuve la suerte de conocerle, él me hizo amar el ajedrez en mi adolescencia y él me enseñó que la edad es sólo un accidente. Gracias Viktor, me enseñaste muchas cosas. Descansa en paz.

Spassky-Fischer (Reykjavik 1972): La 13ª partida.

Mi primer contacto con el ajedrez de competición fue debido a la tremenda popularidad que alcanzó este juego en 1972 como consecuencia del match Spassky-Fischer por el Campeonato del Mundo. El desarrollo de éste match ocupaba los telediarios y diarios y revistas publicaban regularmente suplementos con los análisis de las partidas que se jugaban. Aquellas complejas páginas llenas de signos y diagramas captaron mi atención infantil y aún guardo un nítido recuerdo de un suplemento de ABC que contenía un diagrama con la posición en el tablero antes de la jugada secreta de Spassky en la decimotercera partida del match.

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Yo, simplemente, no entendía nada pero, los comentarios épicos de las jugadas y las incomprensibles decisiones que tomaban ambos maestros, me hipnotizaban. Creo que allí nació mi posterior afición al ajedrez.

Yo atribuí a aquella decimotercera partida caracteres especiales, me había parecido tan oscura como decisiva, sobre todo, desde el punto de vista psicológico. Quizá por eso siempre me interesaron posteriormente los aspectos psicológicos de las partidas decimoterceras de todos los matches por el campeonato del mundo. Es cierto que no deberían resultar distintas a las demás pero, quizá por puro azar o quizá porque entre los jugadores de ajedrez profesionales abundan las manías supersticiosas, lo cierto es que las partidas marcadas con el fatídico ordinal «13» suelen presentar facetas insólitas.

La partida de éste post es esa decimotercera partida del match Spassky-Fischer de 1972 por el Campeonato del Mundo. Tras un tormentoso inicio del match con dos derrotas de Fischer (una de ellas por no presentarse) éste -intervención de Henry Kissinger incluida- había logrado superar el marcador desfavorable. Spassky había reaccionado en la partida undécima y ahora jugaba con blancas en la decimotercera para corroborar su recuperación. Una victoria de Spassky dejaría el match abierto pero, para su desgracia, las circunstancias en que se produjo la victoria de Fischer en esta partida provocaron no sólo la pérdida del punto sino una auténtica crisis de confianza en el astro soviético que ya no volvió a ganar una partida.

Este primer día de 2016 lo he pasado, como solía hacer en mi adolescencia, jugando al ajedrez; pero esta vez he decidido grabar en video el análisis de esta decimotercera partida para aprender a usar mi ordenador de sobremesa como herramienta de grabación. El desarrollo de la partida puede verse aquí:

Parte 1 (Introducción)

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Yo he jugado contra el Campeón del Mundo.

Yo he jugado contra el Campeón del Mundo.

Supongo que cualquier persona que se inicia en una afición sueña, aunque sea de forma fugaz, con medirse contra el campeón del mundo de esa actividad; mi caso no fue distinto cuando en la adolescencia comencé a practicar el juego del ajedrez. Es verdad que deseé poder medirme alguna vez contra el Campeón del Mundo de la especialidad, pero no en una partida cualquiera, no en una partida de exhibición o en la primera ronda de un torneo donde el azar me emparejara con él, sino en la ronda final de un torneo importante, en una partida en la que estuviera en juego el primer puesto de dicho torneo y, a ser posible, con una abundante bolsa en metálico en juego; es decir, en una partida decisiva donde él tuviese que rendir al máximo.

Tal sueño, por supuesto, no era más que un sueño, puesto que no soy profesional del ajedrez y éste juego, por su complejidad y especiales características, exigen una dedicación exclusiva si se quiere tener un buen nivel de juego; y, sin embargo, el destino me reservaba una sorpresa aquel veintiuno de noviembre de 2004 cuando, casi por casualidad, me inscribí en el Masters que organizaba el Hotel Bali de Benidorm. Seguir leyendo «Yo he jugado contra el Campeón del Mundo.»

La decimotercera partida (I): Spassky-Fischer 1972

Mi primer contacto con el ajedrez de competición fue debido a la tremenda popularidad que alcanzó este juego en 1972 como consecuencia del match Spassky-Fischer por el Campeonato del Mundo. El desarrollo de éste match ocupaba los telediarios y diarios y revistas publicaban regularmente suplementos con los análisis de las partidas que se jugaban. Aquellas complejas páginas llenas de signos y diagramas captaron mi atención infantil y aún guardo un nítido recuerdo de un suplemento de ABC que contenía un diagrama con la posición en el tablero antes de la jugada secreta de Spassky en la decimotercera partida del match.

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