Ahora que la costa está llena de urbanizaciones esta imagen parece salida de un mundo irreal. Dos zagales juegan en el agua con una caja de madera y un cordel y, detrás, luce en todo su esplendor la «urbanización» de la playa de Portmán: un conjunto de barracas que eran desmontadas cuando acaba el verano devolviendo a la playa su aspecto originario. Ahora que el hormigón ha invadido nuestras costas y que los zagales tienen teléfono móvil, recuerdo aquellos años, cuando a los adultos para veranear les bastaba una barraca y los niños éramos felices con una caja de madera y un cordel.
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Playa del Pedrucho. La Manga años ’60
Si algo cambia con el tiempo es la moda; ya me he referido en días anteriores a la nula presencia de bikinis en nuestras playas en los ’60, pero, esta mañana, he recordado unas prendas hoy desterradas de los baños de mar pero que entonces eran muy frecuentes: los gorros de baño.
A mí siempre me parecieron horribles. Solían consistir en una especie de funda de goma para la cabeza que, en la mayoría de los casos, estaba decorada con relieves de anémonas, medusas y otros bichos marinos que, junto con los brillantes colores blancos, verdes o rosas en que se fabricaban, me espeluznaban de una forma que no puedo relatar. Otras veces esos gorros de baño remedaban cofias o tocados antiguos que me parecían tan fuera de lugar en la playa como un vendedor de mantas.
El caso es que las mujeres cuidaban mucho el rito del «capuzón» pues mojarse el pelo o no era una decisión que obedecía a arcanos indescifrables para los zagales (de mayor ya va uno entendiendo algo). En cualquier caso, a Dios gracias, ya no se ven aquellos gorros que convertían a nuestras madres y hermanas en monstruos marinos dignos de una novela de Lovecraft; aunque, como siempre, había en la playa un si es no es de «protopostureo» tal y como deja patente el peculiar posado de estas jóvenes.