Ley de Godwin, España 2023

Ley de Godwin, España 2023

La ley de Godwin o regla de analogías nazis de Godwin es técnicamente un enunciado (pese a que se popularizó como ley) de interacción social propuesto por Mike Godwin en 1990 que establece lo siguiente:

«A medida que una discusión en línea se alarga, la probabilidad de que aparezca una comparación en la que se mencione a Hitler o a los nazis tiende a uno».

En su consecuencia cuando, en un debate o hilo en internet, alguien menciona a Hitler o a los nazis se considera que quien lo hace ha perdido el debate y se cierra el mismo.

En realidad tal regla es una reformulación lejana de la llamada falacia «del hombre de paja», una forma de falsificación del discurso ajeno consistente en adjetivar o reformular la afirmación ajena para catalogarla dentro de las ideologías socialmente inaceptables.

Si alguien afirma que la inmigración ilegal no es deseable la adjetivación de «fascista» tratará de evitar toda discusión sobre el postulado; si alguien afirma que los bancos han expoliado a miles de familias españolas y jamás van a devolver sus latrocinios la adjetivación de «marxista» o «comunista» tratará de evitar entrar a investigar lo dicho.

Pareciera que somos incapaces de debatir con quienes no podemos catalogar dentro de un molde ideológico, pareciera que atendemos antes al perfil ideológico antes que a la sustantividad del argumento. Para nosotros más importante que la verdad es quién la dice, lo decisivo es si es Agamenón o su porquero el autor de la frase.

Me gusta la ley de Godwin y en su virtud suelo dejar de leer las argumentaciones de quienes debaten desde que uno llama al otro «fascista» o desde que el otro llama al uno «marxista» o «comunista» o algo parecido. La taxidermia ideológica no me interesa lo más mínimo, sólo quiero leer argumentos razonados y sin referencias «ad hominem».

«Ad hominem», esa es otra.

Humildad al juzgar

Nunca aspiré a defender a un delincuente para que este resultase absuelto y sus delitos quedaran impunes. Jamás pensé que ganar un juicio fuese algo diferente de hacer justicia; en ningún caso pensé que me alegrase ver justificado a un culpable ni juzgué que fuese un éxito profesional hacer descarrilar la pesada máquina de la administración de justicia en favor de un malvado.

Si aún así esto ha pasado y en tantos años de ejercicio es normal que haya pasado muchas veces (a la administración de justicia le prescriben los delitos, se le pasan los plazos y se le olvida cumplir requisitos esenciales) jamás lo he celebrado, porque el error que te favorece hoy te perjudicará mañana.

Soy abogado hace mucho tiempo y he visto a la administración de justicia errar de muchas formas aunque, de entre todas ellas, la que más me hiere es esa en la que se condena a un inocente que no puede delatar a su hijo, a su mujer o a su hermano; en la que se mandan a prisión a quien se come un marrón porque un amigo es un amigo o a quien ha de confesarse culpable amenazado por aquellos a quienes beneficia una conformidad inicuamente planteada por la fiscalía. Puedo contar una buena colección de ejemplos de todo esto.

Y no es que sea yo tan simple como para pensar que la administración de justicia es un mundo celestial donde nada falla; sé que falla, que falla mucho, que seguirá fallando con desesperante regularidad y que volverá a cometer errores ya cometidos una y otra vez, pues en España nadie parece querer arreglar esto.

Lo que en verdad me irrita es la suficiencia de quienes juzgan y están convencidos de conocer una verdad que se les escapa por completo y mandan complacidos a prisión a un inocente con la satisfacción pintada en el rostro y sin que en su cerebro pueda caber duda alguna.

Porque quienes ejercen la evangélicamente execrada profesión de juzgar —«no juzguen y no serán juzgados; no condenen, y no serán condenados; perdonen, y serán perdonados» dice el evangelio de Lucas— debieran recordar que tienen no solo la obligación de juzgar sino también el derecho a equivocarse, pero que, lo que no tienen jamás, es el derecho a ser soberbios, a creerse infalibles ni a actuar como si lo fueran.

No es una cuestión de juicio es algo más simple, es humildad.

Y alguno de ustedes pensará «eso es que a Pepe le han condenado hoy a un inocente» y no, no es eso, es que esta tarde, echando la vista atrás, he recordado a un maravilloso malvado que hace ya eones nos engañó a la fiscalía, a la audiencia y a mí —que era su defensor— para ser condenado y salvar así a alguien a quien quería.

Y lo logró.

La nueva máscara del poder

Para darnos una idea del avance técnico de la humanidad podemos recordar que, en 1950, Alan Turing, en su libro «Computing Machine and Intelligence» propuso un test (el «test de Turing») para comprobar si una máquina era inteligente y capaz de dar respuestas como lo haría un humano.

Setenta años después esas mismas máquinas nos realizan test a los seres humanos para que demostremos que no somos máquinas.

Cada vez que resuelves un captcha o le dices a una máquina eso de «no soy un robot» cliqueando sobre una casilla estás, de una forma u otra, reconociendo quién tiene la sartén por el mango en esta sociedad.

Quién está detrás de esa máquina y por qué parece preocuparnos poco, creemos en el funcionamiento de las máquinas del mismo modo que creemos en las religiones, confirmando de este modo la corrección de aquella vieja cita de Arthur C. Clark que decía: «Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia».

Lo malo es que creemos en la magia.

Creemos en los resultados de las máquinas con una fe inquebrantable sin preguntarnos nunca quien está detrás de esa máquina, quién es el ingeniero que la ha programado, para quién trabaja o qué fines persigue. Desde los velocímetros que nos mandan a prisión o los etilómetros que nos convierten en delincuentes hasta el algoritmo que dice que hemos recibido una notificación por LexNet nos creemos que están «calibrados» y «testeados» y que ello es suficiente a garantizar la corrección de su funcionamiento olvidando que ningún algoritmo ni programa cuyo código fuente no sea auditable es seguro ni debería hacer prueba de nada en derecho.

Me he enfrentado ya a este problema algunas veces —incluso ante el tribunal constitucional— pero la inteligencia humana parece no avanzar a la misma velocidad que la artificial y la velocidad de los procesos judiciales es tan lenta que cada pequeño paso exige años de desesperantes esperas. Mientras los algoritmos procesan información a la velocidad de la luz en favor de sus propietarios y, nosotros, los humanos, somos ya quienes hemos de demostrar que no somos máquinas.

Y les rendimos cuentas a ellos, la nueva máscara tras la que el poder se oculta.

Dilaciones indebidas

La opinión pública está consternada por los efectos en favor del reo que tiene la ley llamada del «Solo sí es sí» y se contabilizan las reducciones de pena que se vienen produciendo.

Sin embargo hay un factor que produce infinidad de reducciones de condena, un factor muchísimo más extendido y muchísimo más indicativo de la patología estructural que padece nuestra administración de justicia: la atenuante de dilaciones indebidas.

Los juicios en España se prolongan tanto que la atenuante de dilaciones indebidas es patognomónica de la enferma administración de justicia española.

Nadie cuenta estos casos, están fuera de foco, han sido causados y son consecuencia de la incuria de todos los partidos políticos que han gobernado España.

Hoy un juez, harto de estar harto, ha decidido dispararse —es metáfora— un disparo en la sien publicando este hilo en tuíter.

La administración de justicia española muere de inanición pero nadie la alimentará, los delincuentes con mayúsculas —los de despacho y coche oficial— la quieren así, anémica y moribunda antes que fuerte y capaz de cumplir con su misión.

Zurrapa

Zurrapa

«Zurrapa» es una palabra que asusta y es normal pues, cualquier palabra que empieza por «zurra» acojona. Parece adecuada para formar adjetivos despectivos como «zurrapiento» o «zurrapienta» y, en general, para formar parte del nombre de algo malo.

Pero no es el caso.

Zurrapa es el poso natural que queda en algunos líquidos de forma que, con toda propiedad, podemos censurar la calidad de un vino diciendo que tiene zurrapa o que es zurrapiento.

La palabra zurrapa, expresiva y significante es, casi con toda seguridad, una palabra de origen prerromano, una palabra de ese idioma (idiomas) que se hablaban en la Península Ibérica antes de que llegasen fenicios, griegos, carthagineses o romanos.

Sin embargo cuando hablamos del gorrino —y más si es ibérico— la zurrapa torna sus connotaciones negativas en gloria bendita y alegría para el alma.

Me gusta Andalucía, un lugar inmmune a las prédicas de toda una legión de cantamañanas que han demonizado las grasas los últimos 70 años tan sólo para alimentar a una zurrapastrosa (ahora sí) industria de productos «light» con la que vendernos resíduos de leche como sinfuese leche, agua ascorbosacarinada como gaseosa y féculas y excipientes como jamón cocido.

Hoy, esos que demonizaban la grasa, han caído del caballo y ahora lo que demonizan son los hidratos de carbono. La grasa es su dosis no solo es buena sino imorescindible y si antes había que tomar zumo de naranja al desayunar hoy hacer eso es pecado mortal por el azúcar que lleva el zumo, debes tomar la naranja entera (que tampoco lo recomiendan) o, mejor aún, zamparte unos huevos duros o unas nueces que es el desayuno de moda.

El caso es que, sea por la grasa o sea por los hidratos, unas tostadas con zurrapa no pueden ser buenas.

Ya lo cantaron «Los Inventores» con música del Noly:

«Quien viene a Cádiz
no tiene escape…»

Y es verdad que no que no tiene escape.

#zurrapa #breakfast #desayuno #Cadiz #Cádiz

Una elección decisiva

Una elección decisiva

Una batalla decisiva se está librando en el mundo de la abogacía, una batalla que ha de definir cómo será el mercado de los servicios jurídicos en el siglo XXI.

Esta batalla se libra, de un lado, por un activo bando de fondos de inversión, empresas multinacionales, grandes corporaciones, aseguradoras y bancos. Personas jurídicas todas estas cuyo objeto social, única razón de ser y primer mandamiento inscrito en sus estatutos, es el ánimo de lucro.

El otro bando de esta batalla lo componen un grupo desestructurado de abogados y abogadas que ejercen su profesión en despachos individuales o de pequeña dimensión cuyos objetivo vital es a día de hoy la supervivencia, pero que saben que la actividad que desarrollan no está sometida a la ley de la oferta y la demanda ni al principio de máximo beneficio, al menos, con carácter principal.

El ejercicio de la abogacía nunca ha tenido como primera finalidad el lucro del abogado; por encima de este lucro están los intereses del cliente y por eso, cuando entran en conflicto las instrucciones del cliente y el propio ánimo de lucro del letrado o letrada, una concepción antigua y honesta de la profesión dictaba a los profesionales con toda nitidez qué habían de hacer.

Estos profesionales, además, han sido quienes han defendido a las personas, a los comunes, al pueblo, frente a los abusos de bancos, compañías de seguros o inmobiliarias, principales protagonistas de los litigios en este país en cuanto que principales infractores de las normas. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que ha sido esta clase de letrados y letradas las que han salvaguardado hasta ahora los derechos y libertades de los ciudadanos pues, absolutamente independientes en sus intereses personales y profesionales de bancos, aseguradoras, inmobiliarias o poderes políticos, han litigado contra ellos hasta lograr tumbar algunos de sus más viles abusos.

Lo que ocurre en esta batalla es que, mientras el primero de los bandos —con las arcas llenas— maniobra coordinadamente utilizando sus innumerables contactos políticos y económicos; el segundo, el de la abogacía independiente, carece de unidad y coordinación y, es más, quienes deberían ser sus representantes carecen de conciencia de la existencia de la batalla o, directamente, se han pasado al enemigo porque lo de que de verdad desean es jugar en el otro bando.

Mientras, los fondos de inversión, presionan alrededor del gobierno para que se aprueben reformas legales que regulen las demandas colectivas en las formas que ellos desean para, así, poder montar negocios que dejan a Arriaga jibarizado. Al tiempo, otras empresas, se dedican a la mercadotecnia para captar clientes que luego ofrecer a los verdaderos letrados a cambio de un porcentaje de sus honorarios. Letrados y letradas trabajando a precios de administrativo para empresas de inversión o mercadotecnia y captación de clientes que, bajo la bandera pirata de la abogacía, no son más que mercaderes de carne.

Pero para poder hacer todo esto era preciso antes que toda una estructura deontológica, una forma de entender la profesión, se desmoronase. Que se desmembrasen las normas sobre publicidad para poner a los letrados y letradas en manos de los mercachifles que captan a la clientela, que se liberalizasen precios de forma que pudiesen ofrecerse servicios jurídicos a precios temerarios, que esta labor de intermediación para explotar a clientes y a letrados fuese, en suma, legal y hasta bien vista.

Y eso lo han conseguido.

Lo han conseguido porque quienes dirigen nuestro Consejo General —singularmente su presidenta— ha trabajado para ello. Por eso su foto de ayer en la inauguración de unas oficinas de la empresa Legalitas es tan ilustrativa.

Ella lo ha hecho y los 83 decanos que se sientan en el sótano del Paseo de Recoletos se lo han permitido; no sé si por ignorancia, o por falta de criterio, o por incapacidad para pelear contra un sistema enquistado, o por que la regulación de este Consejo se remonta a tiempos de la dictadura, o porque realmente les parece bien la dirección que llevan las cosas, o por cobardía —que también la ha habido— o por simple interés personal de unos pocos que se han apropiado de las instituciones de la abogacía cual si fuesen parte de su propio patrimonio.

Lo cierto es que, desde hace años, se libra esta batalla definitiva para la supervivencia de esta forma de ejercicio profesional al que he dedicado mi vida y el bando en el que peleo sólo ha sufrido derrotas, unas veces a manos del enemigo otras con la impagable colaboración de quienes dicen estar a nuestro lado.

La batalla está llegando al final, pronto los más nos convertiremos en asalariados de los menos y ya no habrá nada que hacer.

Ayer la fotografía de la presidenta nos dejó claro de qué lado está y con quien juega, ahora falta saber si la abogacía independiente es capaz de hacer algo para detener la catástrofe.

Tú decides: o peleas o te rindes.

Sui generis

Sui generis

Mientras espero a que acabe de cocinarse el pollo que tengo en la perola agarro la punta de un chusco, el currusco, lo parto en dos y pongo sobre él una delicada lámina de tocino de papada de cerdo ibérico criado en el campo charro salmantino, concretamente en el famoso municipio de Guijuelo.

Y cuando me dispongo a zampármelo sin formación de causa reparo en la belleza de la chacina y me quedo reflexionando. Como primera providencia decido tomarle una foto y, mientras me hallo con el brazo extendido como Hamlet sosteniendo la calavera, me quedo reflexionando y, en lugar de decir lo de «ser o no ser», me asalta la duda de si no me estaré comiendo un producto, literalmente, «sui generis».

Me explico, el cerdo en latín era conocido como «sus domesticus» pues, a diferencia del jabalí —que también era «sus» pero nada «domesticus»— y si «sus» es el nominativo, conforme a la segunda declinación «sui» sería el genitivo y «sui generis» lo mismo vendría a significar «de su propio género» que «del género del cerdo».

Sostener entonces que alguien es «sui generis» podría mo mismo significar que es un tipo peculiar como que es de la estirpe del guarro.

Al pronto la duda me asalta, este cerdo que voy a deglutirme es salmantino y en Salamanca saben latín y canalladas de esta especie no les son ajenas y si no, cuando vayan por la capital del Tormes, deténgase a ver aquella inscripción supuestamente laudatoria que la jerarquía universitaria dedicó al General Franco y en la que se le tildaba de «Miles Gloriosus».

Tuvieron suerte de que la formación humanística de los receptores de la dedicatoria no fuese mucha pues, de haberla tenido, sabrían que la traducción de «Miles Gloriosus» más que la literal «Soldado o militar glorioso» es la de «Soldado Fanfarrón» desde que el comediógrafo latino Paluto escribiese la hilarante historia de Pirgopolínices, un soldado fanfarrón de quien se burlaban hasta sus esclavos.

Sí, tuvieron suerte los doctores y escolares salmantinos pero ¿y si este cerdo salmanqués fuese la clave de la porcina venganza de considerar al género humano —sin duda sui generis en muchas ocasiones— como de su raza?

Siendo el cerdo de Guijuelo no voy a discutir con él; sólo puedo tomarme esta hamletiana foto y comunicar con ustedes mis dudas.

Desgranar pésoles

Desgranar pésoles

Desgranar guisantes es una actividad que me retrotrae a la infancia y me hace recordar a las mujeres que la poblaron. Hoy, en esta era que ni limpia lentejas ni desgrana guisantes, es imposible revivir la calidad emocional de aquellos tiempos muertos preparando los alimentos para la comida.

El guisante cunde poco y da tiempo a hablar mientras se desgrana, cuando uno veía a su madre prepararse para la tarea huía aunque antes o después llegaba la orden

—¡Pepito! ¡Ayúdame a desgranar!

Y entonces habías de ponerte a la vera de tu abuela o tu madre a desgranar guisantes hasta llenar un lebrillo de ellos con que echar de comer a la legión de maridos, hijos y nietos que se habían de sentar a la mesa. Esos tiempos muertos con tu abuela o tu madre (o tu padre si es que se atrevía a pasar cerca) eran tiempos de comunicación, de escuchar a personas nacidas en el siglo XIX escuchar las historias que les contaron sus padres, nacidos mediado el siglo y de sus abuelos, nacidos incluso antes de la guerra de la independencia.

Para mí, hijo del régimen de Franco, oir hablar del rey o de la república era como escuchar cuentos de una época fabulosa…

—Hoy tenemos un jamón como los de antes de la guerra…

…y todo eso construía una continuidad histórica que hacía que tus padres y abuelos no sólo te solucionasen el presente y te preparasen el futuro, sino que además te regalasen un pasado que diese referencias a tu vida y te permitiese trazar puntos de fuga y lineas de perspectiva.

Desde que compramos los guisantes desgranados eso se ha perdido y desde que vivimos solos, aunque desgranemos guisantes, ya no tenemos nadie a quien contarlo.

Claro que yo tengo un teléfono y redes sociales.

Y aún lo cuento.

Darwin y los memes

Darwin y los memes

Leo en el muro de una amiga de Facebook que hoy es el aniversario del nacimiento de Charles Darwin, probablemente el científico más inspirador de la última centuria para quienes se ocupan del estudio de los seres vivos.

Pero también de entidades no vivas, me explicaré.

Charles Darwin nos enseñó que allá donde hay herencia y mutación hay evolución y que se perpetúa aquella mutación que ofrece a quien la incorpora un mayor éxito reproductivo.

Pero eso no ocurre solo con los seres vivos.

Hay entidades que se replican no por sí mismas sino parasitando o invadiendo a otros seres vivos. Es el caso de los virus, seres difícilmente clasificables como vivos, que se reproducen no por sí mismos sino invadiendo células donde replicar su código genético; pero yo no hablo de ellos.

Yo hablo de otras entidades que se replican colonizando a otros seres vivos, concretamente los seres humanos.

Pruebe usted a cantar una canción pegadiza, instintivamente otras personas a su alrededor la cantarán, puede que hasta se obsesionen y canten la canción de forma maníaca. El hecho de que una canción salte de un cerebro a otro hace que la canción, una sucesión inerte de sonidos, se replique y perviva hospedada en el cerebro de quienes la cantan. La canción se replica merced a esa peculiar calidad de sus sonidos que provocan a quienes los escuchan a reproducirlos.

La canción se reproduce (se canta) se propaga entre quienes la oyen (están en contacto con ella) que se «contagian» de ella y la reproducen a su vez (la replican) con más o menos exactitud o afinación (mutaciones) las notas que la componen.

En general las mutaciones son perniciosas pero puede ocurrir que alguna de ellas tenga éxito y haga que quienes escuchen la canción con mutaciones sientan más ganas de cantar esa versión que la original, de modo que la canción mutada tenga más éxito replicativo que la versión origina que irá cayendo en el olvido hasta morir.

Ya lo dijo Darwin, si hay herencia y mutación acabará funcionando la evolución y triunfará aquella entidad que tenga mayor éxito reproductivo. Si quieres un buen ejemplo de esto puedes examinar la historia del archifamoso villancico «Jingle Bells» comparando su partitura original con la versión que, hoy, todos conocemos.

Pero eso no pasa solo con las canciones sino con cualquier idea, credo político o religioso, construcciones mentales (informacionales) que sólo existen en el cerebro humano y cuya existencia depende de su capacidad de replicarse en otros cerebros. Para las ideas, para los credos, para las ideologías, la muerte es el olvido. Las entidades informacionales mueren cuando dejan de replicarse por ello sólo llegan a nosotros aquellas mutaciones de cada ideología que encuentra en cada momento un mayor éxito replicativo.

No es de extrañar que las religiones cuiden especialmente a su idea generatriz («Amarás a Dios sobre todas las cosas») o los credos políticos sus dogmas fundacionales («Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad…») y es normal, solo se replican las ideas que impulsan su replicación del mismo modo que la vida solo premia la vida.

Hoy se habla con naturalidad de «memes» y de «volverse viral» pero sospecho que la mayoría de los que lo hacen desconocen que «meme» es una expresión que inventó Richard Dawkins parodiando a «gene» (la forma inglesa de «gen») para referirse a esas entidades informacionales que se comportaban como si fuesen genes.

No un «meme» no es un chiste ni un dibujito, es un concepto mucho más complejo aunque, comi es difícil de explicar, la evolución ha hecho que haya proliferado un significado que no es sino una grosera mutación de su sentido originario pero que, como a nadie escapa, goza de un mayor éxito replicativo entre los cerebros a colonizar.

Entender la información (y por ende la sociedad de la información) es una tarea compleja y apasionante a la que no muchos —a salvo de unas élites no siempre bienintencionadas— parecen querer dedicar tiempo.

En todo caso tal tarea sería imposible sin Darwin.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

Sólo cambian diosas, templos y ritos, el alma humana persevera. Per severa. Per se vera.

En el pequeño espacio que se ve en la fotografía los cartageneros han dado culto a tres diosas desde hace más de dos mil años. A ustedes puede parecerles algo de poca importancia, a mí me impresiona y me sume en cavilaciones.

En primer término pueden ver el templo de Isis, una deidad egipcia cuyo culto fue mayoritario en el siglo I de nuestra era. Diosa madre, grande en magia, estrella de los mares y protectora de los marineros no cuesta imaginar cómo su culto llegó hasta aquí desde el oriente en los barcos que llegaban desde allá.

A la izquierda, tras una especie de escalinata, se ve la única columna que queda del templo de Atargatis, otra diosa relacionada con el agua, de hecho Atargatis fue una diosa sirena, mitad mujer mitad pez. Fue otra diosa que llegó en barco.

A la derecha se ve la cúpula de la iglesia de la Virgen de la Caridad, la actual patrona de la ciudad, otra figura sacral que también llegó en barco.

Muchas oraciones de muchas personas de muchas fes y credos distintos aún vibran en este pequeño espacio de mi ciudad. ¿Hay algo especial en él que atrae a las diosas?

Esta es una de las muchas partes de que está hecha mi ciudad.