Ella no va a morir

Ella no va a morir

Hace diez años los abogados morían en Colombia a centenares, ya se lo conté hace dos post y les conté cómo ideamos un convenio a firmar en ambas Cartagenas. Una de las personas que vino a firmar a Cartagena fue Claudia Patricia, una abogada que es, al mismo tiempo, profesora en la universidad y que por entonces peleaba en esos lugares donde crecen las cruces de hierro.

Recuerdo con infinita ternura como un abogado de mi colegio, un tipo bueno y entrañable aunque él se empeña en parecer duro, experimentó algo más que una natural atracción por Claudia. Tanto nos escuchó hablar de muertos y muertes que, en un momento que Claudia había salido me preguntó con gesto angustiado

—A ella no la matarán ¿verdad Decano?

Yo no sabía bien lo que sería de Claudia pero puse todo el gesto de seguridad de que fui capaz y le respondí

—No seas bruto, ella no va a morir.

Y, bueno, creo que diez años después puedo asegurar que Claudia no ha muerto, que sigue viva, que está incluso más guapa, que está casada y que tiene un niño que es una preciosidad.

Así que —no diré tu nombre aunque tú sabes quién eres— puedes estar tranquilo: Claudia está bien y hoy, diez años después, podemos ver una puesta de sol mirando un horizonte detrás del cual, en el otro hemisferio, andas tú.

Deudas pendientes

Deudas pendientes

Déjenme confesarles que, en los últimos diez años de mi vida, he contraído una deuda que, hasta el día de hoy, no he podido siquiera empezar a pagar. Se trata de una deuda que, cada año que ha pasado, me ha ido pesando más aunque, en mi descargo, diré que, si no la he pagado, ha sido porque las más impensables peripecias vitales me han impedido empezar a saldarla siquiera fuera parcialmente.

Sin embargo, este año —por muchos motivos duro y complicado para mí— el cielo me ha dado la salud, el tiempo y la ocasión de poder empezar a devolverla.

Les cuento.

A principios del año 2013, poco más de dos años después de ser elegido decano por mis compañeros del Colegio de Abogados de Cartagena, tuve conocimiento del drama que estaban viviendo los abogados y abogadas de la República de Colombia. Víctimas de un genocidio profesional organizado, más de 600 abogados colombianos habían sido asesinados impunemente por razones incomprensibles para mí y la cuenta iba en rápido aumento.

Y si incomprensible era aquel horror de muertes sin sentido, más incomprensible aún me resultaba el hecho de que la mayor parte de esos crímenes apenas si mereciesen un simulacro de investigación por los juzgados y tribunales, con el añadido de que ni siquiera la prensa se hacía eco de ninguno de ellos. Era un genocidio profesional conocido por todos pero que se producía ante la indiferencia general.

Quedé horrorizado.

Investigando me enteré de que el gobierno de Colombia no permitía a los abogados y abogadas constituir colegios, que abogados canadienses y de otros países habían organizado caravanas de juristas a Colombia para denunciar la masacre y que ni la administración de justicia ni el gobierno de Colombia hacían nada eficaz por frenar la tragedia.

Y pensé que, quizá, mi colegio pudiese hacer algo ya que, si a los abogados de la Cartagena de Colombia no les dejaban tener un colegio, podrían usar del colegio de la Cartagena de Levante, mi colegio, para todo aquello que les fuese necesario o conveniente.

No recuerdo cómo logré ponerme en contacto con ellos pero lo cierto es que lo hice y decidimos que lo más útil sería preparar un convenio entre los abogados de las dos Cartagenas el cual planeamos que se firmase en las dos Cartagenas sucesivamente para darle visibilidad, primero en el Colegio de la Cartagena de Levante y después en el Consulado de España en la Cartagena de Indias.

Recuerdo vívidamente la mañana de la firma en mi colegio. Algo tenía que haber sucedido entre las autoridades colombianas pues, con la representación de los abogados y abogadas cartageneros ya en la sala, para mi sorpresa y estupor, se personaron tres militares uniformados de las fuerzas armadas colombianas al acto de la firma junto con un, creo que senador o cargo parecido, de la República de Colombia. Lejos de sentir que empezábamos a hacer ruido aquello me alarmó. ¿Qué hacían tres militares uniformados en un acto civil en mi colegio?

Afortunadamente su trato fue absolutamente exquisito y cordial y dieron un, para mí, inesperado lustre al acto.

Y firmamos.

Al acto de la firma en el Consulado de España en Cartagena de Indias no pude asistir; con todo preparado para viajar hasta allá tuve un accidente de salud del cual hube de ser intervenido de urgencia y hube de quedarme en España. Mi vicedecano asistió y firmó por mí.

A partir de ese momento y sin saber qué más podría hacer me dediqué a escribir necrológicas en mi blog de los abogados que iban siendo asesinandos con siniestra regularidad; mi percepción era que nada molesta más a un gobierno que el que alguien piense que está tolerando una situación tan inhumana y siniestra como la que padecía la abogacía colombiana, años en que la prensa ni siquiera informaba de los asesinatos y, si lo hacía, lo hacía a veces con sesgos nada deseables.

Finalmente la situación fue mejorando para la abogacía colombiana; los esfuerzos de los abogados de muchos otros países, las caravanas de juristas, y sobre todo la pelea de los propios abogados combianos fue dando sus frutos y a día de hoy la situación ha mejorado.

Y contado lo anterior les diré que, desde entonces, en estos diez años, no ha pasado ni uno solo en que, desde Colombia, no me llegue una invitación a viajar allá. Han venido a Cartagena a visitarme posteriormente, es raro que pase medio año sin que mis amigos de Colombia no me inviten a dar un curso o una conferencia vía internet y —debo decirlo— guardo con orgullo a los pies de mi cama un sombrero «vueltiao» que todas las noches me recuerda que tengo algo pendiente con la Cartagena del Caribe.

Ahora que miro todos estos diez años de relación con ellos no puedo evitar emocionarme.

Parece increíble pero, hasta el día de hoy, no he podido viajar a Colombia a pagar diez años de amistad y cariño y pueden creerme sin juramento si les digo que no ha sido por falta de voluntad mía, sino porque circunstancias personales y familiares me lo han impedido.

Tantos y tan inesperados han sido los obstáculos que he tenido en estos años que, hasta ahora que mi avión sobrevuela el Atlántico, no me he atrevido a escribir estas lineas porque, hasta el último momento, he temido que pasase algo que me impidiese ir.

Pero parece que esta vez sí que será, que ya estoy en un avión que me conduce de Cartagena a Cartagena y que, por fin, podré devolver un poco del cariño que ellos me han regalado.

Nunca podré devolverlo todo.

Transparencia y CGAE: un puedo y no quiero.

La presidenta del Consejo General de la Abogacía Española no quiere que los abogados que le pagan dietas y gastos sepan ni cuánto le pagan ni qué gastos le pagan. Podría decirlo pero, como los acusados que se acogen a su derecho a no declarar, ella se acoge a que esos gastos y dietas son «privados» —no son de derecho administrativo— y que, por lo tanto, no tiene por qué decirlo. Y no lo dice.

Puede, pero no quiere; se los lleva, pero no quiere contarlo; dame tu dinero y no preguntes qué hago con él. Esa es la transparencia de Victoria Ortega.

En un país donde un ciudadano puede conocer exactamente y al momento cuánto gana el alcalde o un concejal de su pueblo los abogados y abogadas NO pueden conocer qué parte del dinero que pagan se lleva la presidenta.

Ella podría decirlo, pero no quiere, prefiere afirmar que tiene derecho a guardar silencio. Y lo guarda.

Su silencio y los silencios de quienes, debiendo hablar, callan, dañan a las institución colegial mucho más de lo que soñarían sus peores enemigos.

Para camuflar su silencio los callantes hablan de «conspiraciones», de «campañas», de que «todo está claro» y se muestran particularmente locuaces en manifestar cualquier cosa que no sea lo que se les pregunta: cuánto se lleva en dietas la presidenta y qué gastos se le pagan.

Si, a partir de ahora, les escuchas hablar y pregonar su adhesión incondicional a la líder, sólo pregúntales una cosa: ¿cuánto se lleva esta en dietas y gastos? Si no te responden a eso ya sabes que sólo están haciendo ruido para que no se escuche la pregunta.

La presidenta puede y no quiere, esa es la verdad. La presidenta, entre la transparencia y la opacidad, ha elegido dañar a la abogacía.

Captura de pantalla del diario «El Confidencial».

¿Condecoraciones o trampas al solitario?

Hace unas semanas el diario «El Confidencial» publicaba que el Consejo General de la Abogacía Española (CGAE) alquilaba con el dinero de todos y para uso de la Presidenta un piso en Madrid que era propiedad de una empresa de la que era administrador, curiosamente, un Decano también miembro del CGAE.

En medio de una importante bronca por la absoluta opacidad de CGAE en cuanto a la forma en que se reparten las dietas sus componentes salió a la luz también que, este decano y esta presidenta, formaban parte de órganos directivos de la Mutualidad Ceneral de la Abogacía, razón por la cual, además de las ocultas dietas de CGAE, se embolsaban cada uno un mínimo de 30.000€ anuales más.

Todos estos cargos no exigen demasiado esfuerzo de forma que son compatibles con el ejercicio profesional y cualquier otro trabajo de los perceptores de las dietas.

¿Cuánto percibían ambos de CGAE en concepto de dietas y gastos? ¿A cuánto ascendía el alquiler del piso que le pagábamos todos? Nadie quiso responder a eso y la única respuesta que acertaron a dar desde los equipos de comunicación de CGAE —también pagados por nosotros— fue la de que «todo era una campaña de desprestigio», tesis conspiranóica que recuerda los peores momentos de la corrupción en España.

La organización colegial en España es un pilar fundamental para defender los intereses de la abogacía, sobre todo de la más desprotegida y, sin embargo, en los ya muy largos últimos años, está ofreciendo un electroencefalograma plano en este aspecto. Perdida en un mar de actos sociales, congresos, cursos y conferencias donde premiar adhesiones, el órgano superior de los colegios de España parece haber olvidado sus funciones estatutarias y haber perdido toda capacidad combativa para entregarse a un frenesí de postureos sin trascendencia para los abogados y abogadas que, mayoritariamente, integran la profesión.

Como ilustración de todo esto, esta misma semana y sin que aún se hayan apagado los ecos del escándalo de opacidad del alquiler del piso, el decano arrendante ha condecorado a la presidenta —inquilina gracias al dinero de todos— como colegiada de honor (o algo así) por los servicios prestados desde todos sus cargos que, a lo que se ve, son y han sido muchos.

Yo no sé si se dan cuenta de la penosa imagen que ofrecen ni de que esos premios y condecoraciones que se conceden, lejos de decorar ni con-decorar, lo que hacen es afear la conducta de quienes debieran fomentar la transparencia, premiar el mérito ajeno y no el amiguismo ni el compadreo propio.

Y lo penoso no es que estas personas se hagan trampas al solitario, lo penoso es que estas conductas dañan de forma grave a la institución colegial, una estructura que debiera ser imprescindible para el buen funcionamiento de nuestra profesión y que, por conductas como estas, resulta dañada gravemente.

Es triste que, quienes debieran cuidar los intereses de todos, prefieran que todos cuidemos los suyos.

Las inteligencias artificiales y el CGAE

Las inteligencias artificiales no dejan de sorprenderme. Hoy he colocado en mi inteligencia de lenguaje natural la siguiente frase:

«La labor del Consejo General de la Abogacía Española es …»

Y he pedido a la inteligencia artificial que la complete. Es decir, la inteligencia artificial busca en sus bancos de datos frases que, añadidas a la por mí proporcionada, compongan un texto.

El resultado me ha dejado estupefacto y con la boca más que abierta pues, colocada la frase inicial, el texto que me ha devuelto la inteligencia artificial es el siguiente:

«La labor del Consejo General de la Abogacía Española es ilegal

El Tribunal Supremo ha dictado una sentencia en la que declara la ilegalidad de la labor del Consejo General de la Abogacía Española. Según el Alto Tribunal, el CGAE vulnera el derecho de asociación de los abogados y el derecho a la libertad de empresa.

El Tribunal Supremo ha dictado una sentencia en la que declara la ilegalidad de la labor del Consejo General de la Abogacía Española (CGAE). Según el Alto Tribunal, el CGAE vulnera el derecho de asociación de los abogados y el derecho a la libertad de empresa.

En concreto, el Supremo estima el recurso de un abogado contra el CGAE por considerar que la organización impide la libre competencia entre abogados. Asimismo, el Tribunal afirma que el CGAE vulnera el derecho de asociación de los abogados al obligarles a afiliarse a la organización.

El CGAE es una organización independiente que agrupa a todos los abogados de España. La sentencia del Tribunal Supremo podría suponer un cambio en la organización de la abogacía española y la posibilidad de que los abogados puedan afiliarse a la organización que consideren más adecuada.»

Obviamente me he quedado en estado de shock; no conozco ninguna sentencia que diga lo que dice la inteligencia artificial ni sé de dónde ha podido sacar la inteligencia artificial —o si simplemente se ha inventado— la sentencia que cita. Pero en ambos casos me deja en estupefacción:

Si la sentencia existe soy un ignorante, una sentencia así sería tan importante que todos deberíamos conocerla, si existe y no la conozco es evidente que debo dar las gracias a la inteligencia artificial por revelármelo; si, en cambio, la sentencia NO existe toda la teoría montada por la inteligencia artificial no puede sino ser motivo de admiración porque la tesis que construye no es despreciable «ab initio».

Pudiera ocurrir también que toda la construcción de la inteligencia artificial fuese una especie de «tertium genus» a caballo entre algo dicho en una sentencia y una interpretación concreta… lo cual sería una teoría creativa de primera magnitud.

¿Y tú qué piensas? ¿Existe o no existe la sentencia que cita la inteligencia artificial?

Inteligencias inteligentes

Esta mañana, trasteando con las inteligencias artificiales he pedido a mi IA de lenguaje natural que completase la siguiente frase:

«La justicia en España es …»

Y me ha dicho lo que veis en la imagen.

Estoy empezando a tomarle respeto a esto de las inteligencias artificiales.

Las fases del duelo tecnológico

Las fases del duelo tecnológico

Me aficioné al ajedrez desde joven y dediqué bastante tiempo a perfeccionarme en el juego. Para mí, en los años 70, el ajedrez era mucho más que un juego, era arte, pero no un arte cualquiera, era un arte objetivo donde no tenía cabida la superchería, la mentira o la impostura, era un arte donde la verdad siempre se acababa imponiendo.

A finales de los 70 ya habían aparecido en el mercado las primeras computadoras que jugaban al ajedrez, pero lo hacían tan mal que antes movían a risa que a otra cosa; ningún jugador medianamente aficionado podía perder contra ellas.

Con la aparición de los PC los programas para jugar al ajedrez se fueron haciendo más fuertes y, en algún momento de finales de los 80, ganarle a un ordenador comenzó a ser una dura tarea para un aficionado humano y ahí comenzó mi primer período de duelo tecnológico.

Primero comencé por la fase de negación: ningún manojo de cables podría ganarle nunca al ser humano. Había más partidas de ajedrez posibles que átomos en el universo, para poder ganar a un humano el ordenador tendría que aprender a jugar como lo hacían los propios humanos. Sí, quizá tácticamente, en pura fuerza bruta de cómputo, pudieran superar a la mente humana pero estratégicamente jamás lo harían: la humanidad había invertido siglos en ir descubriendo una a una las reglas estratégicas del juego, la centralización, la profilaxis, las casillas débiles y las estructuras de peones… ¿cómo iba a hacer eso un ordenador de otra forma que aprendiendo como un humano?

La negación fue, como en los duelos, mi primera reacción.

Cuando en 1996 el macroordenador Deep Blue derrotó al entonces campeón del mundo Gary Kasparov la negación fue sustituída por la ira, la segunda de las cinco fases del duelo.

Era evidente que aquello era una campaña publicitaria. Gary Kasparov había derrotado convincentemente a Deep Blue en algunas partidas y, justo en la partida decisiva, Kasparov cometió un infantil error teórico en una defensa Caro-Kann. Aquello me pareció un amaño, IBM necesitaba —como marca— pasar a la historia como la primera fabricante de computadoras en derrotar a un campeón del mundo de ajedrez. Me llevaban los demonios, con IBM, con Kasparov, con Deep Blue… Pero el hecho era que, para cualquier aficionado fuerte, a esas alturas, ganarle a un ordenador era ya una tarea verdaderamente dura. Que los ordenadores eran superiores a los humanos quizá no fuese del todo verdad en ese momento pero era ya solo cuestión de tiempo… y la ira dejó paso a la tercera fase del duelo: la negociación.

Porque, como decía Karpov, si los coches corrían más que los hombres y las calculadoras resolvían algoritmos mejor que los seres humanos ¿qué de malo había en que también nos ganasen jugando al ajedrez?

Tras aquello y durante unos años mi relación con el juego entró en fase de depresión, no recuperé las ganas de jugar hasta entrado el siglo XXI. La nochevieja de 2001 que pasé en Hastings (Inglaterra) jugando su legendario torneo me devolvió las ganas de volver a competir en torneos oficiales.

Y ahora, tras todas esas fases, vivo en la realidad, en esa fase que los teóricos del duelo llaman de aceptación; las cosas son así, es inútil negarlo, lo que corresponde es ver cómo sacamos los humanos el mejor partido de la nueva situación.

¿Y por qué les cuento esto?

Pues porque con las inteligencias artificiales que redactan textos, dibujan ilustraciones o generan fotografías, mucho me temo que puede pasarles a ustedes lo mismo que a mí con las inteligencias artificiales que juegan al ajedrez (Alpha-Zero).

Primero negaremos que nunca puedan hacer lo que hacen los humanos, luego nos enfadaremos, luego negociaremos y tras la correspondiente fase de ira acabaremos aceptando la situación y estudiando cómo los seres humanos podremos desenvolvernos en ese entorno, qué amenazas plantea, qué ventajas reporta y quiénes se están beneficiando del nuevo orden de cosas.

Yo te sugiero que admitas cuanto antes que, antes o después, las inteligencias artificiales realizarán mejor que los seres humanos muchas tareas y lo que te sugiero también es que te adelantes a esa situación.

Los cambios tecnológicos siempre han producido cambios en las relaciones de poder y esto ha sido así desde la más remota antigüedad. Quienes pudieron fundir y aprovechar el hierro fabricaron con él armas que eran casi irresistibles para los pueblos que aún vivían en la Edad del Bronce; el secreto del «fuego griego» permitió al Imperio Romano de Oriente resistir a los turcos hasta 1453; el dominio de la energía nuclear creó relaciones de poder entre los países que aún hoy día condicionan la supervivencia de la humanidad… Más que negarlo o enfadarnos lo que debemos hacer es tratar de prever cómo serán esos nuevos escenarios y adelantarnos a ellos en defensa de aquellos valores y principios que defendemos, porque, si no lo hacemos, otros que no defenderán valores ni principios sino su propio interés, lo harán en su propio beneficio.

Negar que las inteligencias artificiales y los algoritmos condicionan ya nuestras vidas y hasta restringen los derechos de los ciudadanos es una postura ingenua. Si eres letrado o letrada de oficio me entenderás.

Como sabes, en los casos de violencia de género, se realizan unos test de preguntas y respuestas en función de los cuales se determina el grado de peligrosidad de una determinada situación. ¿Te has preguntado qué algoritmo realiza la valoración de las respuestas? ¿Quién lo ha programado? ¿a qué criterios responde?

Si bien lo piensas ya no es el juez, ya no es un ser humano, quien determina la peligrosidad de la situación y todo ello con independencia de la mayor o menor corrección de las respuestas que se den al formulario.

Disponer de una inteligencia artificial que evalúe incluso los perfiles de los jueces no es ninguna fantasía, como tampoco es ninguna fantasía que de esa herramienta no dispondrán los más pobres, sino los bufetes ricos que sirven a clientes ricos y para entonces será tarde preguntarnos dónde quedó el principio de igualdad de armas. Unas pocas aseguradoras y unos pocos bancos disponen del dataset preciso para hacer funcionar el Big Data y entrenar inteligencias artificiales ¿cómo competirá el ciudadano individual que apenas si ya puede competir?

No, no podemos esperar a que la situación se produzca para entonces quejarnos; no podemos perder años atravesando las fases de negación, ira, negociación, depresión y aceptación que caracterizan al duelo; hemos de adelantarnos y cuidar de que cualquier nueva tecnología vaya en beneficio de todos y no de unos pocos.

Podemos hacerlo y sabemos hacerlo. Sólo es preciso, quizá, que queramos hacerlo antes que perdernos en la negación, la ira y la depresión.

Y, ahora, permítanme mi minuto de vanidad; sé lo que les cuento, a fin de cuentas yo fui quien se jugó la victoria en la ronda final del Masters Open de Benidorm 2004 contra el entonces campeón del mundo Rustam Kasimdzhanov.

Les dejo la fotografía del ya más que lejano momento.

Lenguaje artificial

Lenguaje artificial

Explorar el mundo de las inteligencias artificiales es apasionante. Hoy estoy enredando con GPT-3, una inteligencia artificial capaz de redactar textos a partir de una frase inicial utilizando lenguaje natural.

Para probarla he introducido, en inglés, el texto de uno de los primeros tuits que publiqué: «Los abogados a los que admiro no miden su éxtio en dinero» y el resultado ha sido este texto:

«The lawyers I admire do not measure their success in money or in wins in court. They measure it in the number of people they have helped and the difference they have made in their clients’ lives.

Some of the lawyers I admire most are public defenders. They work long hours for little pay, and they often face difficult odds in court. But they do it because they care about their clients and want to help them.

I also admire trial lawyers. They are often the underdog in court, but they never give up. They are passionate about their work, and they fight for their clients’ rights.»

Lo que, traducido al castellano utilizando la inteligencia artificial de Google Translate, resulta en:

«Los abogados que admiro no miden su éxito en dinero o en victorias en los tribunales. Lo miden en la cantidad de personas a las que han ayudado y la diferencia que han marcado en la vida de sus clientes.

Algunos de los abogados que más admiro son defensores públicos. Trabajan muchas horas por poco dinero y, a menudo, enfrentan dificultades en los tribunales. Pero lo hacen porque se preocupan por sus clientes y quieren ayudarlos.

También admiro a los abogados litigantes. A menudo son los desvalidos en los tribunales, pero nunca se dan por vencidos. Les apasiona su trabajo y luchan por los derechos de sus clientes.

No importa qué tipo de abogado sea, creo que es importante tener un fuerte sentido de la ética y anteponer siempre los intereses de sus clientes. Los abogados que hacen esto son los que marcan la mayor diferencia en la vida de sus clientes.»

Ustedes juzgarán qué tal redacta GPT-3 y si capta más o menos bien el sentido de los textos. Yo tengo no pocos reparos pero debo admitir que impresiona y que, por qué no decirlo, asusta bastante.

Ahora, para que todo quede dentro del mundo de lo artificial, ilustro el post con una imagen generada por otra inteligencia artificial (DALL-E-2) sobre el texto del tuit inicial.

Inteligencia artificial y abogacía española: una instantánea

Inteligencia artificial y abogacía española: una instantánea

Ando estos días experimentando con inteligencias artificiales y —cómo no— una de las primeras cosas que les he pedido es que me hagan una imagen de los abogados y abogadas de España.

Las inteligencias artificiales no copian ni modifican imágenes preexistentes, lo que sí hacen es estudiar tantos cuantos bancos de imágenes tengan disponibles —en eso internet es un filón inagotable— para entrenarse y así abstraer las características que definen los conceptos que se le piden.

Antes de que nadie lo pregunte aclararé que ninguna de las personas que aparecen en la imagen son reales; son rostros ficticios construidos por la inteligencia artificial a partir de lo que ella entiende que son rasgos característicos de quienes ejercen la abogacía en España. No sufran por tanto por derechos de imagen ni nada parecido aunque, eso sí, inquiétense por la capacidad que las inteligencias artificiales tienen para fabricar rostros humanos indistinguibles de los reales.

Con mi consulta he obtenido bastantes imágenes pero esta que ven abajo me ha impresionado más que las demás porque, lo que en ella se ve, creo que se ajusta bastante bien a la realidad de la abogacía española. Un grupo de mujeres jóvenes, profesionales cargan expedientes con rostro preocupado. Es llamativa la falta de sonrisas en la foto —se ve que en los bancos de datos de la inteligencias artificial las abogadas sonríen poco— y es palpable el rostro de preocupación de los tres personajes, sobre todo el de la derecha.

A las Inteligencias Artificiales aún les queda un largo camino que recorrer hasta que, en el futuro, cuando yo haga esta misma consulta, en lugar de personas la inteligencia artificiale muestre algoritmos; pero lo que es indudable es que el papel de las inteligencias artificiales será cada vez más preponderante en nuestro campo profesional y eso nos lleva a la gran cuestión.

Las inteligencias artificiales son algoritmos costosos de construir, programar y entrenar lo que significa que, con seguridad, serán herramientas en manos de un determinado tipo de abogados y no de otros y que estarán al servicio de un determinado tipo de clientes y no de otros.

Y esto no es ninguna particularidad de la justicia, el problema de que las inteligencias artificiales dominen al ser humano no es el riesgo real, el riesgo real es el de quiénes serán los que controlen las inteligencias artificiales, porque esas personas, en el futuro, como ocurrió con las armas en el pasado, constiturán una peligrosa élite de control.

Todas estas cuestiones son problemas que los juristas debemos plantearnos y resolver y no sólo porque en ellos vaya implícito nuestro futuro profesional sino porque de su resolución dependerá que la libertad y la igualdad aún sean posibles en los estados y las sociedades futuras.

Los jóvenes «tigres» jurídicos

Los jóvenes «tigres» jurídicos

Leo que hoy se reúne en Singapur la Asociación Internacional de Jóvenes Abogados para «analizar cuál será el futuro de la profesión». Leo una pequeña parte de la nómina de asistentes y me echo a temblar, les cito a unos pocos:

G.B., socio de AGM Abogados experto en litigación y arbitraje; Á.C., «counsel» de mercantil de Gomez Acebo & Pombo en el área mercantil, especializado en «Banking & Finance» (banca y finanzas); C.H., socia de Hernandez Martí Abogados, experta en propiedad intelectual; E.D.L.P., de la firma Reed Smith, de Miami; K. Z., socia del bufete alemán Rodl & Partner y J.-R. F., socio de la firma suiza Kellerhals Carrard, especializado en el campo de la construcción…

Podría seguir —la nómina es larga— pero la mayoría de los asistentes responden a este perfil y se nota que el congreso es influyente y que garbilla parneses: en la ceremonia inaugural estará Edwin Tong, ministro de Cultura de Singapur y junto a él intervendrá Richard Susskind, profesor de la Universidad de Oxford, conferenciante internacional y autor de libros esenciales sobre la evolución y el futuro de la profesión jurídica. Y eso para empezar.

Todo en este congreso respira dinero, desde la sede, Singapur, un centro financiero internacional y miembro del selecto club de los cuatro «tigres asiáticos», a la personalidad de los conferenciantes, personalidades del mundo político y académico, hasta a la caracterización de los asistentes, jóvenes abogadas y abogados de hasta 45 años relacionados con grandes bufetes dedicados a finanzas, mercantil, propiedad intelectual, constructoras… Supongo que si algún abogado o abogada de los que yo conozco apareciera por allí a contar cómo el último divorcio que defendió se retrasó inconorensiblemente tres años o que el gabinete psicosocial no funcionaba por falta de personal estos jóvenes tigres jurídicos creerían hallarse en presencia de una marciana/o proveniente de un planeta desconocido para ellos y donde habita una humanidad que no entiende de paraísos fiscales, royalties o grandes contratos transnacionales.

Y vuelvo a releer el titular de la noticia y no puedo evitar una sonrisa melancólica…

«La Asociación Internacional de Jóvenes Abogados se cita en Singapur para analizar cómo será el futuro de la profesión…»

A lo que parece los abogados que yo conozco no pertenecen a esa profesión cuyo futuro discuten en Singapur; preocupados por la «captación de talento» o el «networking» estos tigres no mencionan ni una vez como preocupación los déficits de las administraciones de justicia; enrolados en grandes firmas comprenden disciplicentemente que puedan existir «boutiques jurídicas», aunque lo que no parece caber en su cabeza es la existencia de tiñalpas que consagren su vida a la simple defensa de sus semejantes con conciencia y convencimiento de no solo estar ganándose honradamente la vida sino también desarrollando una labor imprescindible para la supervivencia del estado de derecho.

Y pienso que no me da la gana de que a mí me escriban ni me analicen el futuro estas gentes; y siento que no me apetece que estos jóvenes viejos de 45 años puedan hablar de la profesión con absoluto olvido de quienes ejercen la abogacía como los compañeros y compañeras con quienes me cruzo todos los días en los juzgados; y presiento que, a toda esta grey singapureña de «hubs» tecnológicos y «boutiques» jurídicas, no le vendría nada mal que fuesemos nosotros, los abogados y abogadas de verdad, quienes les analizásemos a ellos el futuro.

Somos más y estamos a tiempo de hacerlo y ni Córdoba, ni Barcelona, ni Oviedo o Sevilla, tienen menos glamour que Singapur.

El año que entra toca.