Ayer un periodista, en twitter, tratando de hacer una humorada me preguntó quién sería el primer abogado de la historia. Le dije que eso no lo sabía, pero que lo que sí sabía es que el primer abogado de Hispania era cartagenero.

El hombre quedó suspenso y cuando le dije el nombre pensó que trataba de tomarle el pelo: Marcus Oppius.

—Ya, y se dedicaba al narcotráfico…

Su apellido, el de la «gens oppia», una familia patricia romana de antiguas raices sabinas, llegó muy probablemente a Cartagena como consecuencia de los negocios mineros que tenía por aquí. Marco, uno de sus hijos, se dedicó a defender causas en el foro y quiso ser enterrado aquí, en su patria.

Sus huesos deben andar enterrados por algún lado cerca de este lugar donde hoy escribo. Ejerció en el siglo I a.c., en plena edad dorada de la República Romana, y pudo compartir foro con Cicerón con quien, por cierto, sí que compartía la muy cartagenera costumbre de comerse alguna que otra letra al hablar (en este caso la «n» antes de «s» como también hacía Cicerón).

Poco sabemos de Marco Oppio salvo lo que de él nos cuenta su epitafio, contenido en una lápida hallada en Cartagena, reutilizada en el Castillo de la Concepción y que literalmente, reza:

M(arcus) Oppius M(arci) f(ilius)
Foresis ars hic est sita
flet titulus se relictum

La traducción, aparentemente sencilla, esconde no pocas sorpresas pues, bajo la primera de las lineas (Marco Oppio hijo de Marco), aparecen dos líneas que constituyen un «carmen epigraphicum» compuesto por un dímetro yámbico en la segunda línea y un cuaternario yámbico en la tercera. Si prescindimos de la traducción literal y nos acogemos.a algo más libre el epitafio de nuestro abogado vendría a decir lo siguiente:

Marco Oppio, hijo de Marco.
Aquí está enterrado el arte del foro
lloran los que quedan abandonados.

No pretendo que esta traducción sea exacta, de hecho, literalmente, es el “titulus” (la inscripción) la que llora al haber quedado abandonada, pero, aunque la traducción le quita toda la potencia poética al texto, creo entender el sentido y este debe ser parecido al que propongo.

Ser abogado en Roma, en palabras de Cicerón, era una profesión que no tenía más retribución que la admiración de los oyentes, el agradecimiento de los favorecidos y la esperanza de los necesitados y es esta retribución la que, a la hora de su muerte, encontró Marcus Oppius inscrita en una placa de caliza sobre su sepultura; la admiración (aquí está enterrado el arte del foro) y las lágrimas de los agradecidos y esperanzados.

No es mucho, pero quizá tampoco sea mucho más lo que puede esperar de su profesión un abogado.

Y ahora, mientras escribo esto, pienso en los abogados que conozco, los que ven cómo año a año los gobiernos les reducen sus posibilidades de ganarse la vida sin que nadie alce la voz para denunciarlo, los que no reciben distinciones ni medallas nacidas más de las relaciones cómplices que de los méritos verdaderos, los que aún consideran su trabajo más una profesión que un negocio… y me estremece la voz de Marcus Oppius surgiendo desde la noche de los tiempos; la voz de un abogado, uno de los nuestros.

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