Ayer recordé la serie televisiva «Turno de oficio» (1986) y muchos de mis lectores más jóvenes me dijeron que ellos eran más bien de «La ley de los Ángeles» sin que faltaran tampoco una buena proporción de abogadas que citaron otra serie, «Ally McBeal».
Hay que reconocer que nuestra profesión tiene glamour y yo diría que tanto más glamour cuanto más frágil y humano es el protagonista. Así, en «Anatomía de un asesinato» tenemos a un acabado y desengañado James Stewart defendiendo hasta los límites del esfuerzo humano a unos clientes que huyen sin pagarle (¿te suena?); en «Llamad a cualquier puerta» un abogado (Humphrey Bogart) salido de los barrios bajos pierde un proceso con un joven de esos mismos barrios bajos a quien trata de salvar y que acaba ejecutado o a un Paul Newman sumido en una espiral de autodestrucción en «Veredicto final» (1982).
Si el glamour nace de la derrota, indudablemente en este siglo XXI nuestra profesión tiene más glamour que nunca.
Tampoco los jueces andan mal de glamour y alguna serie que otra o alguna película se ha hecho sobre ellos. Obviamente no tantas como sobre abogados —no vayamos a comparar— pero también alguna y meritoria.
No es por eso infrecuente que, cuando se pregunta a algún chaval qué quiere ser de mayor, mencione las opciones de juez o abogado, pues, aunque no sean las más frecuentes, es indudable que, de vez en cuando, aparecen.
—Hijo ¿Tú qué quieres ser de mayor?
—Astronauta
Y el padre queda tranquilo.
Ahora bien, hay profesiones que jamás pasan por la mente de un niño cuando se le pregunta qué quiere ser de mayor. Imagine usted que le pregunta a su hijo
—Nene ¿tú qué quieres ser de mayor?
Y el nene responde
—Papá, quiero ser LAJ.
Hipertensión, sudoración copiosa, hiperventilación, susto mayúsculo… ¿estará bien mi chiquillo? (se pregunta el padre)…
Tengo la sensación de que si un niño (o niña) le dice a sus progenitores a los ocho años que «quiere ser LAJ» estos lo llevarán de inmediato al ambulatorio más cercano o buscarán para él algún tipo de terapia.
Y no es que ser LAJ sea raro, simplemente es que no tiene glamour y contra eso no se puede hacer nada; dicho sea siempre en estrictos términos de defensa y con todos los respetos hacia la judicial fe pública.
Creo que ahora que la huelga parece estar en trance de solucionarse ya podemos decirlo: los chiquillos y chiquillas de España no quieren ser LAJ y esto ha sido olvidado por la comisión negociadora.
Además de sueldo y condiciones laborales yo creo que es imprescindible dotar a los LAJ de glamour por lo cual, en la tabla reivindicativa, debió incluirse el que el estado, aprovechando su control de la televisión pública, realizase una serie sobre los LAJ de forma que los padres y niños españoles pudiesen enfrentar sin traumas el momento, hasta ahora traumático, del «papá quiero ser LAJ».
Ojalá la huelga termine bien y ojalá todo vuelva a su natural ser, los LAJ a su despacho, los jueces a sus agobios y los abogados a sus hambres y a sus plazos. Esos plazos que en España nadie cumple salvo ellos.