Observo por las estadísticas que, el número de tiesos que aún sigue esta serie de post destinada a hacerles disfrutar sin gastar dinero de la Semana Santa, se mantiene así que ahí va hoy una nueva entrega. Si aguantan la entrega de hoy —sin duda la más espesa— los capítulos restantes harán las delicias del respetable pero… Hay que entender este.
Vamos al turrón.
Dejamos ayer a los judíos metidos en un follón tremendo, con media población adicta a la cultura griega, la otra media sintiéndose «muy judía y mucho judía» y gobernados por unos recien llegados, los Macabeos, quienes se habían apoderado de todos los poderes declarándose reyes —a pesar de no ser de la casa de David— y hasta del cargo de Sumo Sacerdote del templo que había reconstruido Zorobabel. Los judíos, para entonces, no tenían miedo ya de sus antiguos dominadores, los Seleúcidas, porque a estos les había salido un grano en el oriente de su imperio, una tribu de jinetes implacables que, en pocos años, construyeron un imperio formidable que abarcaba desde el actual Pakistán hasta el norte de Mesopotamia, dejando a los Seleúcidas apenas recluidos en lo que es la actual Siria: esos jinetes terribles eran conocidos como los Partos.
Parecía que las cosas iban medio bien para los judíos y que no podían aumentar mucho los problemas pero se equivocaban.
Se equivocaban porque un nuevo poder emergente, la joven República Romana, había adquirido intereses en el Mediterráneo Oriental y empezaba a estar hasta el «pilum» de la maldita plaga de piratas que asolaba la región del oriente de Cilicia y el norte de Siria, justo donde hacen ángulo la península de Anatolia (actual Turquía) y el norte de la vieja Fenicia, actual Líbano.
Como los romanos tenían muy poco sentido del humor cuando les tocaban sus naves decidieron poner fin al asunto de los piratas mandando a la zona a su mejor general, un tal Pompeyo, que acababa derrotar a Espartaco y sus esclavos rebeldes y al cual dieron, además, poderes especiales para hacer y deshacer a su antojo.
Pompeyo se plantó en Cilicia e hizo un escabeche de piratas notable pero, ya puesto en harina, no sólo se dedicó a apiolar piratas sino que se anexionó un montón de territorios en la península de Anatolia y, además, de paso conquistó los restos del Imperio Seleúcida que pasaron a formar parte de la República Romana con el nombre de provincia de Siria.
Faltaban apenas 64 años para el nacimiento de Jesús de Nazaret cuando la República Romana se hizo fronteriza con el Reino Macabeo de Judea y pasó lo que tenía que pasar.
Diversos miembros de la familia de los macabeos resulta que andaban embroncados (as usual) por ver quien mandaba y concretamente dos de ellos, Hircano y Aristóbulo, andaban a tortas. Obsérvese, incidentalmente, que estos macabeos que habían llegado al poder diciendo que eran muy judíos y mucho judíos y oponiéndose a los judíos helenísticos, ahora llevaban ya nombres de pila griegos, lo cual es tan paradójico como si en la actualidad los reyes de España se llamasen Philip VI o John Charles I. Estos nombres nos dan una idea de cuán helenizada estaba la aristocracia judía.
Sigamos.
Viendo Hircano y Aristóbulo que los romanos andaban en la frontera, ambos, se dirigieron a Siria a pedirle ayuda contra su hermano respectivo a Pompeyo, pero no fueron solos, porque allí también se presentaron representantes de la secta de los fariseos a decirle que esos macabeos eran unos genares que ni respetaban a Yahweh, ni la Torá, ni nada de nada, y que, para gobernar, mucho mejor ellos que los macabeos del demonio.
Pompeyo, cuando empezó a enterarse del follón lírico que había en Judea entre helenizados, macabeos, fariseos, partidarios de Hircano, de Aristóbulo, esenios y saduceos varios, pidió tiempo muerto y dijo que le dieran cuartel para tratar de entender todo aquel galimatías, que le dejaran recabar informes.
Si Pompeyo hubiese leído los dos post que usted, amable lector o lectora, leyó ayer y anteayer, no habría necesitado pedir tiempo muerto, pero en la época de Pompeyo no había Facebook ni Twitter y, claro, el hombre andaba desinformado.
Estaba Pompeyo estudiando el asunto cuando el tontazo de Aristóbulo decidió atacar con sus tropas a Pompeyo y pasó lo que tenía que pasar, que fue aplastado sin levantar mano por las tropas de Pompeyo que vio resuelto el problema, pues, si sólo quedaba vivo Hircano, no iba a nombrar a otro (se ve que los fariseos no acabaron de hacerse entender) así que Pompeyo colocó a Hircano de Sumo Sacerdote y declaró a Judea estado vasallo.
Toda la toma de Jerusalén por Pompeyo de manos de Aristóbulo es un episodio bellamente narrado por el principal historiador judío, Flavio Josefo. El relato de cómo Pompeyo penetró en el Sancta Sanctorum del templo de Jerusalén y vio lo que nadie podía ver sin tocar ninguno de los tesoros que allí se guardaban, aún eriza el vello pero, como esto es un resumen y hemos de llegar lo antes posible a Jesús de Nazaret, lo pasaré por alto.
Lo malo de las conquistas de Pompeyo es que ahora Roma hacía frontera con el imperio Parto a través del Reino vasallo de Judea y los puñeteros Partos eran tipos muy, muy, duros y acabaron siendo la némesis de la República Romana.
La República en aquellos años la gobernaba el triunvirato formado por Pompeyo, César y Craso y, mientras César andaba conquistando la Galia, Craso fue enviado a poner orden con el Imperio Parto. Fue una de las más brutales catástrofes romanas. Cuando faltaban apenas 50 años para el nacimiento de Jesús de Nazaret, Craso fue brutalmente derrotado en Carras (Siria) donde, además de masacrar a un imponente ejército, los partos mataron a Craso y a su hijo.
Las consecuencias las imagináis, con Pompeyo y César como únicos supervivientes del triunvirato la guerra civil entre ambos no tardó en estallar y César, tras derrotar a Pompeyo, mientras acababa con la guerra civil, apareció por Egipto donde otros dos faraones peleaban por la corona: Ptolomeo XIII y su hermana Cleopatra. Creo que no necesito decir lo que pasó, César se enamoró perdidamente de Cleopatra pero no sin que antes, su hermano, Ptolomeo XIII, cercase con su ejército a César de tal modo que este pensó que ahí se terminaba la fiesta.
Sin embargo un sorprendente 7⁰ de caballería llegó en ayuda de César; resulta que Hircano (el Sumo Sacerdote judío a quien Pompeyo había puesto al frente del Reino de Judea) apareció por Egipto con su ejército al frente del cual estaba el general Antípatro (otro nombrecito griego). Su inesperada llegada salvó a César de ser apiolado por las huestes de Ptolomeo XIII y todo fue alegría, felicidad y Cleopatra, mucha Cleopatra.
La ayuda de Hircano y Antípatro no era desinteresada; nombrado Sumo Sacerdote por Pompeyo, enemigo mortal de César, Hircano venía a congraciarse con el nuevo «boss» y César lo agradeció confirmando a Hircano como sumo sacerdote y a Antípatro como Procurador romano en la zona. Es bueno que aclaremos que Antípatro tenía dos hijos, uno llamado Faisal y otro Herodes, un personaje este último que, seguramente, les sonará y que será decisivo en la historia de Jesús de Nazaret.
César, mientras tanto, tras pegarse unas vacaciones en el Nilo con Cleopatra navegando arriba y abajo y flipando con las cosas que había en Egipto, marchó un momentito a Roma para ver cómo arreglaba el asunto de los partos. Decidido a vengar la derrota de Craso, Julio César convocó una reunión en el Senado el 15 de marzo del año 44 antes de que naciese Jesús de Nazaret y allí ya sabéis lo que pasó: fue apuñalado a los pies de la estatua de su archienemigo Pompeyo.
Muerto César un nuevo triunvirato se formó con su hijo adoptivo Octaviano, Lépido y su sucesor moral Marco Antonio que, decidido a completar la obra de César y derrotar a los partos, marchó a oriente a preparar la campaña y allí se encontró… ¿lo adivináis? sí, con Cleopatra.
Perdidamente enamorado de Cleopatra (¿qué tendría esta mujer?) a Marco Antonio pronto se le olvidó el asunto de la guerra con los partos y comenzó a vivir de fiesta en fiesta con la faraona. Perdido en un delirio erótico de vino y rosas Marco Antonio ni se enteró de que los partos habían decidido que no iban a esperar a que los romanos fuesen por allí y que mejor serían ellos los que atacarían primero, así que, aprovechando la enésima enemistad entre dos personajes del clan de los Macabeos, los Partos se apoderaron de Judea apoyando a un sobrino de Hircano, el Sumo Sacerdote macabeo nombrado por Pompeyo y confirmado por César.
Faltaban apenas 41 años para el nacimiento de Jesús de Nazaret cuando un sobrino de Hircano llamado Antígono (otro nombrecito griego) buscó y encontró ayuda en los Partos para derrocar a su tío.
El episodio merece ser narrado: cuando Antígono y sus partos llegaron a Jerusalén mataron a Feisal —uno de los dos hijos del general Antípatro— y tras detener al Sumo Sacerdote Hircano le cortó las dos orejas. No es que Antígono hubiese lidiado con torería a su tío, lo que ocurre es que para ser Sumo Sacerdote era imprescindible no tener tara alguna y con esto Antígono se aseguraba que nunca jamás volviera a serlo.
Si Antígono dio la vuelta al ruedo con las orejas no nos lo cuentan las crónicas.
Sé que el follón que les estoy contando es de padre y muy señor mío pero, si has llegado hasta aquí, verás que el final está cercano y que acaba de forma sorprendente.
Mientras le cortaban las orejas a Hircano y apiolaban a Faisal, su hermano Herodes se las apañó para huir hacia Egipto con lo puesto, es decir, apenas con 500 concubinas, con sus tesoros y otras fruslerías de nada y fue a Egipto a presentarse a Marco Antonio y a decirle:
—¡Salve! noble Marco Antonio, no es que quiera yo estropearte la fiesta Cleopátrica que tienes montada, pero es que los partos han conquistado Judea y, desorejado Hircano y muerta la descendencia del fiel general Antípatro, sólo te quedo yo para poner orden en este putiferio. Nómbrame rey de Judea y yo te arreglo el asunto.
—Vale noble Herodes, pero es que ahora me pillas ocupado, mira, yo te nombro rey vasallo de Judea y tú cógete un ejército mientras yo acabo de resolver unos complejos problemas de estado que tengo con su alteza Cleopatra, la faraona.
Y así fue. Faltaban 38 años para que naciese Jesús de Nazaret cuando Herodes reconquistó Jerusalén y puso fin al rollo macabeo. Ahora él era el baranda en jefe y ya estamos listos para que venga al mundo Jesús de Nazaret.