Bonifacio Ávila era boxeador y de los buenos. Representó a su país —Colombia— en los juegos olímpicos de 1972 aunque la mala suerte le enfrentó en segunda ronda al monstruo alemán Dieter Kottysch que, a la postre, obtendría la medalla de oro.
Luego se dedicó al boxeo profesional con un palmarés de 17 victorias, 8 derrotas y tres combates nulos.
A mí su historia me recuerda a la de José Ruíz Calderón, más conocido como Pepe El Manteca, un hombre que iba para torero pero acabó emigrando a Alemania con una maleta de cartón para, finalmente, acabar abriendo en Cádiz, en la calle Corralón de los Carros la taberna más famosa de la tacita de plata.
A Bonifacio Ávila, El Bony, el púgil de Cartagena, le pasó casi lo mismo y cuando dejó el boxeo abrió un kiosco de comida en Bocagrande que es, a día de hoy, un lugar casi de culto. Mojarritas fritas (¿Notan el parecido con Cádiz) sancocho de pescado y Posta Cartagenera. Porque para defender Cartagena de ingleses, franceses y holandeses, no sólo es precisa posta lobera para repartir sino un buen condumio con que sostener el cuerpo y ese, en el Kiosco de El Bony, es la Posta Cartagenera; una fascinante preparación a base de carne glaseada con panela y especias y que se acompaña habitualmente con arroz de coco y ensalada.
El sabor es maravilloso, puedo jurarlo por las rapadas barbas del almirante Vernon, y ese glaseado dulce es pura sabrosura.
Sólo echo una cosa de menos: como estos cartageneros no usan del pan en sus comidas es imposible rebañar la salsa sobrante, una cosa que te deja con no poca desazón al ver marcharse el plato aún con salsa camino de la cocina.
Por 7€ (35.000$ colombianos) puede usted ponerse hasta arriba de posta cartagenera. Yo lo he hecho, ahora voy a dormir un ratico.
¡Dele duro Don José…! Y a disfrutar
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