Los egipcios jamás llamaron a su país Egipto ni entenderían por qué yo, ahora, les llamo egipcios. Tampoco los sirios llamaron Siria nunca a su país al igual que los bizantinos jamás llamaron Bizancio al suyo. Todo es una pura invención de los historiadores.
Para un egipcio su país se llamaba Kemet y sin saber esto es muy difícil poder entender porque Sinhué moría por volver allí o por qué sus habitantes sentían que vivían en el lugar elegido por los dioses.
Para los habitantes de Kemet estaba claro que de sur a norte corría una linea en forma de río sin la cual la vida era impensable en ese lugar. Los habitantes de Kemet sabían también que de Este a Oeste, todos los días, el sol trazaba en el cielo una linea perpendicular a la anterior. Allá donde ambas lineas se cruzaban, como en un gigantesco mapa cósmico, estaba Kemet, su patria. El Nilo con sus crecidas traía tierras fértiles que con su agua y la ayuda del sol daban lugar a una isla de tierra negra en medio de un inhabitable desierto blanco. Por eso, los viejos habitantes de la ribera del Nilo, a esa tierra negra donde vivían y trabajaban le pusieron por nombre «Kemet» (La Negra).
Si usted le cambia el nombre a Kemet y le llama «Egipto» olvidando lo que significa muy probablemente se perderá importantes matices necesarios para entender aquel país.
Tampoco los sirios llamaron nunca Siria a su tierra. El término Siria fue un invento griego —cómo no— con el que designar a una tierra a la que sus habitantes llamaban «Aram Naharaim» o más simplemente Aram. Aram, en lengua semítica, significa algo así como «Parte Alta» y Naharaim la Septuaginta lo tradujo como «Mesopotamia», tierra entre ríos.
Si usted le cambia el nombre a Aram y le llama Siria no acabará de entender nunca por qué Jesús de Nazaret y sus discípulos hablaban arameo ni por qué los evangelios contienen frases en ese idioma.
A Bizancio le pasó lo mismo, el término Imperio bizantino fue creado por los historiadores los siglos XVII y XVIII y jamás fue utilizado por los habitantes de este imperio quienes, sabiéndose parte del Imperio Romano prefirieron denominarlo siempre «Imperio Romano» (en griego: Βασιλεία Ῥωμαίων, Basilía Roméon o Ῥωμανία, Romanía) hasta el mismo día de su desaparición.
Usted no entenderá la Edad Media si no entiende que, hasta 1453 (apenas 40 años antes del descubrimiento de América) el Imperio Romano era todavía una realidad en Europa.
Escribimos la historia acomodada a nuestros gustos. Llamamos transparencia a la opacidad, lealtad a la omertá, sacrificio al parasitismo y prudencia a la cobardía.
¿Qué nos puede extrañar si luego nos cambian billetes por estampitas?
Un comentario en “Nombradles con su nombre”