Providencias

Cuando yo era un chaval y aún creía en lo que me enseñaban las personas mayores era un chaval calmado; sentía muy poco estrés: «¿No ves las aves del cielo cómo no siembran ni siegan y su padre celestial las alimenta?» —me habían enseñado— y yo, claro, lo creía.

Sí, yo creía en la divina providencia; luego, me colegié de abogado.

Luego me colegié de abogado y descubrí que, quien en verdad proveía, era la administración de justicia y que sus providencias tendían a ser muy poco divinas: las providencias de nuestra administración solían llegar tarde.

Y el estrés volvió a mí.

Las providencias, autos y sentencias, llegaban tan tarde que, en los 90, muchos de mis clientes encontraron antes la justicia divina que la humana y fueron juzgados en el cielo cuando aún no les habían pedido en la tierra los habituales 4 años, 2 meses y un día, por la fractura de la ventanilla del coche y el subsiguiente robo del radiocassette.

Recuerdo bien cuando, a primeros de los noventa, me llamó un amigo forense en Cataluña y me dijo, «tened cuidado porque está llegando una partida de heroína extremadamente pura y están cayendo como chinches por sobredosis»; y así fue, muchos de mis clientes de entonces —mayoritariamente de oficio— dejaron de serlo en aquellos meses porque, aunque eran tipos capaces de inyectarse estricnina en vena, lo que se estaban inyectando en ese momento no lo habían probado nunca.

En los años 90 fue la heroína, en 2020 fue el Covid el que hizo comparecer a presencia divina a personas que llevaban 6 años esperando comparecer en sala. Sé de qué y de quiénes te hablo.

No sé si en el cielo les juzgarían mejor, lo seguro es que les juzgaron antes.

Gastamos años, lustros, en decididir si una persona es culpable o inocente, como si eso fuese normal, cuando, ni para el acusado, ni para el acusador, ni para la sociedad eso es admisible. Es inadmisible que personas inocentes contra quienes se ha dirigido una acusación infame puedan pasar años con sus vida embargada por una querella abyecta; es intolerable que acusaciones fundadas no se vean resueltas de forma rápida y, ambas cosas, son impresentables ante una sociedad que manifiesta «fe» en la justicia porque es evidente que ha de creer en ella aunque no la vea por ningún lado.

Pero nos hemos acostumbrado a que las cosas sean como no deben ser: «no le des vueltas, Pepe» me dijo un fiscal amigo «esto es como es», y nos hemos acostumbrado tanto que hasta lo anormal nos parece normal.

Y acostumbrados a la anormalidad corremos el riesgo de volvernos anormales incluso nosotros, tan anormales como una clase política que permite y hasta fomenta que el primer valor defendido en la Constitución sea, en España y en el siglo XXI, poco menos que un trampantojo de sí mismo.

2 comentarios en “Providencias

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