Recuerdo que mi padre recuerda que su padre desayunaba naranjas con aguardiente antes de ir a perseguir a los contrabandistas que, pagados por Juan March, alijaban en inaccesibles calas de la la acantilada costa de Cartagena. Zotares, la Parajola, los Boletes Grande y Chico, el Cigarrón, Cala Abierta y Cala Cerrada eran campo de juego para los hombres de ese señor que hoy da nombre a un poderoso banco español. Porque sí, la banca March comenzó así, con el contrabando, no sé si en la actualidad se dedicará a otra cosa.
Cuando oigo contar a mi padre estas historias inmediatamente me tiemplo por Córdoba y me salen los versos de ese cordobés universal que se llamó Luís de Góngora y Argote:
«Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno
y, en las mañanas de invierno,
naranjadas y aguardiente.
Y ríase la gente.»
Hoy, mientras compraba repuesto para prepararme un pisto, me he acordado —como es de razón— de mi padre y he pensado que a base de verduras solas no funciona el cuerpo humano de forma que, por mediación de mi padre y mi abuelo, he llegado de nuevo a Don Luís de Góngora y su poema y he recordado otra de sus estrofas, justamente la que dice:
«Coma en dorada vajilla
el príncipe, mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo, en mi pobre mesilla,
quiero más una morcilla
que en el asador reviente.
Y ríase la gente.»
Y ha sido por eso que, sin perjuicio del superior criterio de mi amigo Aurelio, me he gobernado esta morcilla de cebolla, que me sabe a infancia y gloria, para que no ande el pisto solitario y murrio.
Y ríase la gente.
A Juan March se le conocía entonces como el pirata del Mediterráneo. La fortuna de los March no viene de la emprendeduría, ni del conocimiento, ni del I+D. En coherencia, el siguiente negocio fue la banca.
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