La peor clienta de un abogado

He escrito mucho sobre mujeres duras y sufridas en la paz y en la guerra, sin embargo, hoy, escuchando la radio me he dado cuenta de que la estirpe de mujeres más duras que conozco reinó en la España de los años 40 y 50. Eran inevitablemente andaluzas y lo mismo trabajaban en un burdel donde regalaban servicios a los hombres con ojos verdes, verdes como la albahaca, que se llevaban por delante a quien hiciera falta si ellas juzgaban que les habían faltado a lo que no había que faltarles. Mujeres duras pero sentidas, habitualmente iban armadas y eran peligrosas. El metaverso femenino de Rafael de León parece imposible que pudiese prosperar en la beatísima España franquista pero lo hizo y con fuerza inaudita.

Estas mujeres solían cantar o trabajar en cafés de marineros («En Cái tiene La Bizcocha un café de marineros») si no es que trabajaban en sitios peores («Apoyá en el quicio de la mancebía…), despreciaban a los hombres («le habló primero a un tratante y luego fue de un marqués, que la llenó de brillantes de la cabeza a los pies») a los que abandonaban siempre por algún petimetre de ojos bonitos que las hacía perder la cabeza. No las movía el dinero, ellas eran, como dije, duras pero sentidas, y tenían una enfermiza inclinación romántica que las llevaba siempre a enamorarse de quien no debían y a meterse en unos líos de los que no eran capaces de salir más que apuñalando a alguien.

Estas mujeres, como abogado, son, sin duda, las peores clientes del mundo aunque, si me dan a elegir, la peor de todas es sin duda «Lola Puñales». Su historia es bastante estándar y la recoge el autor en la primera parte de la canción que dice así:

Entre la gente del bronce
que cantaba y que bebía
brillaba Lola Puñales.

Era una rosa morena
que a los hombres envolvia
igual que a los vendavales.

Vino primero Don Pedro, un marqués
enamorao y galán,
pero la Lola, con mucho saber,
lo desprecio por Don Juan.

Y asi la Puñales,
perdiendo y ganando,
trataba a los hombres
de mala manera,
hasta que una noche
la fueron matando
los ojos de un hombre
que dijo a su vera:

¿Quien ha encendido esa hoguera
en tus ojeras
de petenera
Lola Puñales?
y aunque no sufras dolores
prendes de amores
a los mejores
y mas cabales.

Sin saber cómo ni cuándo
tú te vas a enamorar,
con el fuego estas jugando
y te tienes que quemar;
y verás entraña mia
lo que son ducas mortales
cuando llores de agonía
y te den las claritas del día
sin dormir, Lola Puñales.

Hasta ahí todo normal, la Lola caantaba, bailaba, bebía y despreciaba marqueses y tratantes como la Zarzamora hasta que, claro, aparece el petimetre de ojitos bonitos y la muy zopenca da en enamorarse de él. Veamos como lo relata la canción:

Con fatiguitas de muerte
y dolores de agonía
lloraba Lola Puñales,
porque aquel hombre moreno
se llevo pa toda la vida
la rosa de sus rosales.

Mucho «te quiero» y «me muero» mujer
mucho «te juro por Dios»
y, si te vi no me acuerdo, después
de que en sus brazos cayo.

Corrió como loca
buscando la reja
en donde de otra
los besos bebía.

Y un grito de muerte
se oyo en la calleja
mientras que unos ojos
quedaban sin vida.

La Lola, como ven, no estaba para bromas. El ojitos bonitos le había tomado el pelo y eso la Puñales lo solventaba tirando de oficio. Nocturnidad, alevosía y puñalada en la femoral, cuatro litros de sangre sobre el empedrado y asunto resuelto.

Y ahora es cuando a usted le toca ser abogado o abogada de oficio de «La Puñales», prepara usted eximentes completas e incompletas, atenuantes, los celos, el arrebato, la obcecación… Y llega La Puñales, la pasan ante el juez y, según la canción larga lo que sigue:

«Vayan los jueces pasando
vayan firmando
que esta esperando
Lola Puñales.

(Chula la investigada)

Que no me importa la pena
ni ir a la trena
que estoy serena
y en mis cabales.

(A tomar por saco toda eximente o atenuante)

Lo maté yo a sangre fría
por hacer burla de mí
y otra vez lo mataria
si volviera a revivir.

(Y ahora a tomar por saco cualquier arrepentimiento ni zarandaja parecida, La Puñales, a lo que se vé se quedó a gusto y se refocila en su contumacia.)

Con que apunte el escribano (LAJ)
al causante de mis males,
por jurar cariño en vano

(Si al juez le faltaba un móvil ya se lo da ella)

sin siquiera temblarle la mano
lo mató Lola Puñales».

A estas alturas, usted, su abogado o abogada de oficio o está llorando sobre los formularios de solicitud de la justicia gratuita o está llamando a su mamá en busca de ayuda.

Sí, sin duda la Puñales es la peor cliente posible de un abogado. Afortunadamente aquella estirpe de mujeres se extinguió el siglo pasado, justo cuando la democracia y la libertad llegaron a nuestro país.

Sin embargo, a mí, las radios de madera y cretona de mi infancia me cantaron muchas veces historias de estas mujeres a las que yo, insensatamente, admiré… y, aunque ya no quedan, alguna vez en mi carrera profesional me he encontrado con alguna. Duras pero sentidas y de navaja en mano, quizá alguna vez escriba yo esa historia.

Les dejo con una interpretación moderna de «Lola Puñales» para que tengan una idea aproximada de cómo sonaba.

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