Hoy he probado el vino blanco de uva merseguera que compré hace unos días y, como les prometí contarles mi experiencia, aquí lo hago.
Vaya por delante que el vino es correcto y que —sin duda— lo prefiero a otras marcas más conocidas en la localidad pero, para serles franco y en honor a la verdad, debo hacerles unas consideraciones adicionales para las que me vendrán muy a propósito ciertos datos que me facilitó no hace mucho mi amigo Joaquín ( Tito Quino ) pues, en la cita que hizo a propósito de los cartageneros vinos del Plan, se les caracterizaba como blancos «rancios» y es en esa palabra donde quiero detenerme.
El adjetivo «rancio» —generalmente peyorativo— aplicado a los vinos, en cambio no lo es. Un vino es «rancio» debido a procesos oxidativos buscados deliberadamente y, conforme a lo dicho, a un vino «oloroso» de Jerez podríamos adjetivarlo de «rancio» por los procesos oxidativos que ha seguido y no creo que nadie dude de su calidad.
Recuerdo que siendo yo joven —sí, los zagales de mi generación bebíamos vino en la taberna de Paco El Macho— le pregunté a un sedicente entendido que por qué despreciaba el vino de esa bodega y me dijo: ese vino «no vale ná», ese vino dorado «está oxidado».
Hoy sé que lo que no me supo decir es que ese vino era un vino rancio, como el rancio de Rueda, el oloroso seco, el «pajarilla» de Aragón o el solera seco de Málaga. Creo que les conté no hace mucho mis experiencias en Rueda y cómo me sorprendió que la gente de allí prefiriese el vino rancio de la localidad a sus famosos blancos.
Y ahora, volviendo al blanco de Merseguera que acabo de probar debo reconocer que es un blanco bueno pero… No es rancio.
Y, para quien hizo de su pubertad y adolescencia un ir y venir de la Cofradía California a la taberna de Paco El Macho, un blanco normal no sacia su sed, porque, lo queramos o no, los hijos de los 60, de Gagarin y Laika, del Mayo Francés y la Guerra de Vietnam, de la Conquista de la Luna y la Transición, somos rancios y tenemos el paladar rancio y no estamos para blancos finústicos.
Y aunque nuestras compañeras de generación, valientes, auténticas y carne de bar como nosotros, también le daban al vino rancio yo aún las miro y no las veo oxidadas en absoluto, las veo auténticas, como el vino que servía Paco El Macho.
Un día les hablaré de este hombre y de su taberna al final de la Calle del Cañón y la Calle del Aire.
Un verdejo “ranciete”. Salut! Don José…
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A la tuya, María!
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A la suya, José!
(Comentario irónico)
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