Cuando Manuel Benítez «El Cordobés» ganó su primer dinero como matador de toros en los años 60 lo primero que hizo fue comprarse un jamón y no precisamente para comérselo. Para Manuel Benítez aquel jamón era algo más que una pata de gorrino, era un salvoconducto; de forma que, cuando llegaba a un hotel, colgaba el jamón en la ventana y su sola presencia le aseguraba que nunca más volvería a pasar hambre. La de Manuel Benítez es como la historia de Scarlett O’Hara en «Lo que el viento se llevó» («Juro que nunca más volveré a pasar hambre») pero a la española.
Los comics de mi infancia estaban dibujados en Barcelona y su universo post-autárquico resulta alucinante visto con la perspectiva de los años.
Creo que el recuerdo de Carpanta aún está vivo en muchos. Carpanta era un pobre para quien la felicidad tenía forma de bocadillo de jamón; el hombre pasaba mucha hambre y todas sus historietas eran una persecución eterna de algo con lo que manducar. No sé cómo la censura permitía aquello porque el pobre Carpanta, además de su cierta dosis de gracia, tenía un no pequeño componente de denuncia.
Otro ejemplo de la España de aquellos años era Doña Lío Portapartes, una casera que mantenía realquilados en su casa; realquilados a los que mantenía a estrictísima dieta de garbanzos. Doña Lío era una «patrona» (se les llamaba así) que proveía de techo y alimento a hombres que le pagaban por ello una cantidad fija. Ni que decir tiene que las «patronas» no eran proclives a gastar dinero en gollerías y algunas, como Doña Lío, a fin de mejorar sus ingresos, sometían a sus realquilados a una monótona dieta de legumbres tan baratas como alimenticias.
Para Carpanta o para aquellos realquilados de mis comics un pollo asado (pollo a L’ast, le llamaban ellos, supongo que por influencia barcelonesa) era la imagen de la felicidad: era el menú del cielo en día de fiesta.
Hoy, que no tenía tiempo para cocinar, me he comprado en un asador un cuarto de uno de esos pollos «a l’ast» por el que me han cobrado tres euros.
Cuando he llegado a casa y he sacado cuentas de que, por tres euros, hoy iba yo a comer como siempre soñaron comer Carpanta o los realquilados de Doña Lío, me he quedado pensativo. Es curioso que la felicidad de los héroes de mis comics de los 60 se compre a 3 euros cincuenta años después.
Benvinguts! Passeu, passeu…