Yo los he visto y ellos me han mirado…
—¿Qué precio lleva la bandejica de higos chumbos?
—Seis cincuenta…
—¡Pero pijo! ¡Si eso es precio de caviar!
—Es que son de retallo y eso es más caro…
—¿De retallo? Fijo que están boticarios…
Obviamente no estaban boticarios, su pinta era cojonuda, pero es que a mí pagar por los higos de pala se me clava en los entresijos. Por los higos de pala se trabaja, pero no se paga.
Uno se va al campo y busca una palera, coge los higos conforme a su técnica preferida para evitar las «punchas» (la mía era la del vaso de danone), y los mete en un cubo con agua para comérselos de desayuno.
No los he comprado, cada higo salía a un euro y pico…
—Sin pelar a 5,50…
—¡Otra barbaridad!
La mujer del puesto me ha mirado con un gesto como de entre pena y comprensión. No debo ser el primero entre los de mi edad que no acabe de entender que los higos de pala vayan tan caros: los zagales de mi edad jamás pagamos nada por un higo de pala.
La cosa era que, en el campo, todas las fincas tenían una palera que, las más de las veces, la familia que moraba en la casa usaba de excusado o letrina. Las paleras crecían fuertes y exhuberantes. Nadie te ponía pegas si aparecías por allí con tu cubo a coger higos, había de sobra y si eras chiquillo hasta te ayudaban y todo las personas mayores a coger los más altos.
Luego, tras meterlos en un cubo con agua fría, te los comías mientras rezabas el Salmo 33 de San Isidoro de Cartagena que decía:
«Buenos días, higo chumbo,
amigo de mi navaja;
te corto cabeza y culo,
enmedio te hago una raja
y te mando al otro mundo»
La gracia consistía en dar con la navaja los cortes a la piel del higo coordinadamente con el rezo de la jaculatoria, al tiempo que te lo zampabas no bien rezabas lo de…
«…y te mando al otro mundo.»
No he podido pagar 6’50€ por la media docena de higos, no por el dinero en sí, es que se me clava en el alma tener que pagar por estas cosas… Pero debo rendirme. Las pobres paleras han pasado una epidemia muchísimo más mortal para ellas que el Covid para nosotros, la administración renunció a ayudar a los poseedores de paleras porque, según ella, eran una «planta exótica».
Joer, en Cartagena «exótico» es un castaño, que yo no vi el primero hasta hacer mi primer Camino de Santiago… Pero ¿una palera exótica? ¡Coño! ¡Si en los belenes hasta el tío que caga lo hace detrás de una!
Pues nada, con el rollo de que las paleras son «exóticas» han dejado morir a muchas de ellas y, claro, ahora los higos de pala van a precio de bitcoin. Una lección más.
Una lección más para que disfrutemos de esas cosas que son baratas pero sabrosas como las más caras viandas. Y si no escuchen: el día que escaseen las sardinas pagaremos por media docena de sardinas asadas lo mismo que por una cena en un tres estrellas Michelin.
Y si no, al tiempo.