Córdoba es tierra de personas sabias y honradas y la historia nos lo demuestra con claridad siglo tras siglo.

Si de personas honestas se trata los evangelios nos darán el mejor ejemplo, el cordobés Junio Galión, quien, ejerciendo de procónsul en Corinto y siendo gentil y politeísta, salvó a Pablo de Tarso de las iras de los judíos. Es el único hispano que sale en los evangelios (en los Hechos de los Apóstoles) y no por ladrón, bandolero o corrupto, sino por hombre íntegro y de juicio.

Y si Galión ilustra la honradez, Séneca, Ossio o Maimónides, nos ilustrarán la sabiduría como pocos. Gentil y filósofo el primero, cristiano y padre del cristianismo que hoy conocemos el segundo y judío el tercero, no habrá universidad del mundo que no los tenga entre los mayores sabios de la humanidad.

Sin embargo, de entre todos, yo prefiero al musulmán Averroes.

Gracias a Averroes el mundo conoció a Aristóteles y los magistrales comentarios a sus obras hechos por el cordobés acercaron la figura del estagirita a la humanidad. Claro que, como siempre, algún cenutrio tenía que venir a estropear las cosas y fanáticos religiosos acabaron acusando a Averroes de que la filosofía contradecía a la superior autoridad del santo Corán.

Averroes, que no era hombre que se achicase, se despachó a gusto en su «Tahafut al-tahafut» («Refutación de la refutación») pero eso no evitó que, en plena época de fundamentalismo religioso en Al Andalus, fuese confinado en Lucena.

Tampoco su obra gustó a los cristianos que la condenaron por motivos parecidos a los musulmanes: porque la filosofía y la ciencia no podían contradecir a su religión.

Los defensores de Averroes, sin embargo, elaboraron la tesis de la llamada «doble verdad», según la cual hay una verdad religiosa y una verdad científica las cuales no debieran interferir entre sí.

Creo yo que la mayor parte de la gente que conozco operan así, dan a la religión un lugar pero no lo mezclan ni confunden con la ciencia, aunque no es por esto por lo que yo les hablo hoy del sabio de Córdoba.

Hoy me he acordado de Averroes porque, entre las más brillantes y sabias afirmaciones que hizo, está su recomendación a todo el género humano de que se atenga al aceite de oliva y al arroz con leche. Y es verdad que, aunque no hubiese escrito otra cosa, sólo por estas dos inconmovibles verdades debiera la humanidad diputarle por sabio.

Hoy tengo arroz con leche de postre. Supongo que a estas alturas ustedes ya lo sospechaban.

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