Fue Manuel Fraga, ministro de información y turismo quien, en julio de 1964, estableció que…
todo «establecimiento, cualquiera que sea su categoría, de los que facilitan al público comidas y bebidas deberá confeccionar un «menú turístico» (…) que se compondrá como mínimo de:
—Entremeses, o sopa, o crema.
—Un plato con guarnición, que el cliente elegirá de un repertorio compuesto, cuando menos, por tres variedades, a base de huevos, pescado o carne, respectivamente.
—Un postre a base de fruta, dulce o queso.
Se incluirá también un cuarto de litro de vino del país, o sangría, o cerveza u otra bebida y pan».
Esta disposición legal, aunque ya no esté vigente, se sigue cumpliendo escrupulosamente por las casas de comidas más dignas de confianza. No crean ustedes a cocineros como un tal Ferrán que, víctima de delirios Adriáticos, afirmó que el ibérico «Menú del Día» tenía sus días contados; no le crean: desde que el hombre hizo la mili en Cartagena y aprendió a cocinar la fama le ha nublado las entendederas y ha hecho que el pobre no dé pie con bola.
Hoy he trabajado de firme. A las 9 estaba en el juzgado esperando a una detenida y a conciliar los recuelos de guardia con tres juicios señalados para hoy. Conforme a la costumbre española el juicio de las 11 se ha celebrado a 12:30, el de las 13:00 a 13:45 y el de las 10 no sé exactamente cuándo pues he perdido la noción del tiempo. Es por eso que a las 14:15, cuando he salido del juzgado, me he determinado a comer como los hombres y me he puesto a buscar una casa de comidas que tuviese en la puerta una pizarra anunciando el iribarnesco menú del día.
Debo decir que una buena casa de comidas debe tener el menú del día escrito artísticamente en una pizarra donde, con palabras claras y siginificantes, se anuncien «albóndigas», «armóndigas» o hasta «halbóndigas» (que de esta y muchas más formas las he visto anunciadas) y, a ser posible, ilustrada con dibujos alusivos al condumio. En esto un cartagenero, Pablo Braquehais Desmont, es desde las Asturias de España, el mejor confeccionador de pizarras de bar, siendo cada una de las que pinta una efímera obra de arte.
Yo hoy quería comer con cuchara (esa herramienta injustamente olvidada por los restaurantes de lujo con la que comen las personas honradas) y, en cuanto he visto que esta casa anunciaba potaje, he entrado.
Ahora que llevo medio plato consumido empiezo a estar en paz con el creador; en cuanto duerma la siesta estaré listo para continuar con eso que llaman vida.