La Virgen, el obispo y el clérigo tarugo

Tengo una amiga que quiere darse a la filología y ayer, casualmente, la vi muy aplicada leyendo y anotando el «Cantar del Mío Cid». La escena me reconcilió con el mundo, «aún queda gente así», pensé, y traté de pegar la hebra a cuenta de Bellido Dolfos o del famoso «huebos» que tanto se repite en la obra.

Lo del «huebos» es expresión sobradamente conocida pero, por ser de abolengo forense, debo aquí explicarme antes de seguir con mi historia:

La palabra «huebos» o «uebos» es un arcaismo desusado que deriva de la palabra latina «opus» (aunque hay quien sostiene otras teorías) y se popularizó a cuenta de la expresión forense «mandat opus» que, indicando la necesidad incontrovertible de una conclusión lógica, acabó dando lugar en castellano al castizo «manda huebos». Hacer, pues, algo «por huebos» es tanto como hacerlo «por necesidad», algo que está muy lejos del barbarismo soez «por cojones».

¿Ven como es bueno estudiar filología?

Pues bien, en el poema de Mio Cid esto de los «huebos» resulta muy llamativo pero a mí, ayer, me pilló el cuerpo con achaques de Mester de Clerecía y lo que me apetecía —y no me dio tiempo a hacer— era cercar a mi contertulia con unas cuantas cuadernas vías o tetrastrofos monorrimos que dicen los que de esto entienden.

Afortunadamente, en esta nuestra edad de hierro, lo que no puedes contar en directo puedes contarlo por whatsapp, de forma que hoy me he pertrechado de paciencia y me he dispuesto a concluir vía whatsapp la conversación de ayer; así que, aprovechando la hora de la siesta, le he mandado la siguiente misiva electrónica a mi contertulia:

«Tú que eres mujer de fe y aspirante a filóloga no puedes pasar sin leer y meterte en la mollera estos versos famosos del primer poeta conocido en lengua castellana. Nadie jamás ha explicado los milagros de la Virgen más claramente ni con menos melindres.

La historia es simple, había en aquellos tiempos medievales un clérigo seco de mollera y carente de letras (seguramente un cimarrón de Las Merindades) que la única misa que había aprendido a decir era la de Santa María, lo cual, naturalmente, era una vergüenza para el Obispo u ordinario del lugar.

Pero dejemos contar la historia al poeta:

Era un simple clérigo, pobre de clerecía
dicié cutiano missa de la Sancta María;
non sabié decir otra, diciéla cada día,
más la sabié por uso que por sabiduría.

Fo est missacantano al bispo acusado,
que era idïota, mal clérigo provado;
«Salve Sancta Parens» sólo tenié usado,
non sabié otra missa el torpe embargado.

Fo durament movido el obispo a sanna,
dicié: «Nunqua de preste oí atal hazanna.»
Disso: «Diçit al fijo de la mala putanna
que venga ante mí, no lo pare por manna.»

(Esto de que el obispo te llame «fijo de la mala putanna» es sabido desde antiguo que no augura nada bueno, así que allá que acudió el clérigo con toda su necedad y cagadito de miedo, según nos cuenta el poeta)

Vino ante el obispo el preste peccador,
avié con el grand miedo perdida la color,
non podíe de vergüenza catar contra’l sennor,
nunqua fo el mesquino en tan mala sudor.

Díssoli el obispo: «Preste, dime la verdat,
si es tal como dizen la tu necïedat.»
Díssoli el buen omne, «Sennor, por caridat,
si disiesse que non, dizría falsedat».

Díssoli el obispo: «Quando non as cïencia
de cantar otra missa nin as sen nin potencia,
viédote que non cantes, métote en sentencia,
vivi como merezes por otra agudencia.»

(Viendo el clérigo que le habían quitado el cargo por ser un tonto confeso —él mismo reconoció ser tonto al obispo— volvió sus ojos a la única que podía ayudarle, la Reina del Cielo)

Fo el preste su vía triste e dessarrado,
avié muy grand vergüenza, el danno muy granado;
tornó en la Gloriosa, ploroso e quesado,
que li diesse consejo ca era aterrado.

La madre pïadosa que nunqua falleció
a qui de corazón a piedes li cadió,
el ruego del su clérigo luego gelo udió:
no lo metió por plazo, luego li acorrió.

(La Virgen, a lo que parece, se tomó muy mal que el Obispo le tocase a su clérigo tarugo, no se sabe si por caridad o porque la había dejado sin una misa diaria)

La Virgo glorïosa, madre sin dicïón,
apareció’l al obispo luego en visïon;
díxoli fuertes dichos, un brabiello sermón,
descubrióli en ello todo su corazón.

Díxoli brabamientre: «Don obispo Lozano,
¿contra mí por qué fust tan fuert e tan villano?
Yo nunqua te tollí valía de un grano,
e tú ásme tollido a mí un capellano.

El que a mí cantava la missa cada día,
tú tovist que facié yerro de eresía;
judguéstilo por bestia e por cosa radía,
tollisteli la orden de la capellanía.

Si tú no li mandares decir la missa mía
como solié decirla, grand querella avría,
e tú serás finado hasta el trenteno día,
¡Desend verás qué vale la sanna de María!»

(¡Ole las vírgenes con salero! La Madre de Dios se lo explica clarito y en román paladino: Obispo Lozano, o le devuelves ya el cargo a mi clérigo el zoquete o de aquí a treinta días te escabecho. Es normal que, en esa tesitura, el obispo sufriese una súbita descomposición intestinal)

Fo con estas menazas el bispo espantado,
mandó envïar luego por el preste vedado;
rogó’l que’l perdonasse lo que avié errado,
ca fo él en su pleito durament engannado.
Mandólo que cantasse como solié cantar,
fuesse de la Gloriosa siervo del su altar;
si algo li menguasse en vestir o calzar,
él gelo mandarié del suyo mismo dar.

(Y tras el ataque de caguetosis del obispo, como vemos, todo volvió a la normalidad, el clérigo borrico a decir sus misas a Santa María y así hasta que se murió con placidez envidiable)

Tornó el omne bueno en su capellanía,
sirvió a la Gloriosa, madre Sancta María;
finó en su oficio de fin qual yo querría,
fue la alma a gloria a la dulz cofradría.

Y fin de la historia. La caracterización de los perspnajes —clérigo burro, obispo hipócrita y Virgen macarra— es de lo mejor que se ha despachado nunca en lo tocante a milagros.

Escribió estos versos el primer poeta conocido en lengua castellana; se llamaba Gonzalo y su patria era Berceo. Y ahora espero que, conociendo la identidad del poeta (si es que no la sabían ya todos desde el principio), comprendan ustedes que el esfuerzo desarrollado para escribir este post debe ser recompensado en la forma que Gonzalo, hace más de 800 años, nos dejó dicha:

Quiero fer una prosa en román paladino,
En qual suele el pueblo fablar a su vecino,
Ca non so tan letrado por fer otro latino:
Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino.

He dicho.

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