Si en algo ha estado de acuerdo la humanidad a lo largo de los siglos es que la cultura y el conocimiento eran el primer motor de progreso para la especie humana. No es raro, por tanto, que fuesen muchas las personas que trataron de almacenar y preservar todo el conocimiento del mundo por el bien de la especie humana.
Quizá el primero en hacerlo fue un zagal de Cartagena, Isidoro, luego obispo de Sevilla, quien, al escribir sus «Etimologías» escribió la primera enciclopedia del mundo, única compilación del saber humano hasta la aparición, mucho más de mil años después, de la enciclopedia de Diderot y D’Alembert. (En la primera foto un incunable de las «Etimologías» de Isidoro).
Aunque legislaciones poco convincentes trataron de establecer derechos de propiedad sobre parcelas del conocimiento (patentes de medicamentos o de software) a los juristas eso nunca pareció preocuparles pues, nuestro trabajo, se basa en el aprendizaje, cita y análisis de opiniones y textos jurídicos ajenos. Si algún juez del Tribunal Supremo exigiese derechos de autor por citar sus sentencias sería sin duda millonario, pero la sociedad no funciona así; en el mundo forense las únicas piezas literarias a las que la ley reconoce derechos de propiedad intelectual son los informes forenses de letrados y letradas. No es, por eso, extraño que fuesen dos abogados belgas, Paul Otlet y Henri La Fontaine, unos de los más tenaces activistas en la filantrópica tarea de almacenar todo el conocimiento del mundo y lo hicieron conforme a un sistema racional de organización llamado la «Clasificación Decimal Universal» (CDU) con arreglo al que reunieron una ingente cantidad de datos en un archivo llamado «Mundaneum» (la segunda de las fotografías).
En la era de la información esta inclinación del ser humano por acaparar y compartir datos, por difíciles de conseguir que sean, puede ilustrarse (foto 3) con los servidores del CERN (Centro Europeo de Investigación Nuclear) lugar en el cual Tim Berners Lee inventó el lenguaje «html» para poder compartir e interrelacionar conocimiento dando así origen a la web que hoy ocupa nuestras vidas.
Sin embargo, si hay un lugar donde se organiza y acumula conocimiento es en Google, una industria privada a donde acudimos a buscar el conocimiento que necesitamos, pero, sorpresa.
Las fotografías dos y tres son de un fotógrafo, Philippe Braquenier, un profesional que ha dedicado parte de su vida a documentar gráficamente los lugares donde la humanidad almacena sus conocimientos.
Braquenier nunca tuvo dificultad en acceder a lugares secretos (incluso a uno de los búnkeres suecos de la segunda guerra mundial donde wikileaks guarda sus datos) pero uno, precisamente Google, le negó la entrada afirmando que nunca nadie había tebido acceso y nunca nadie lo tendría. La única foto que pudo tomar es la que ven en cuarto lugar.
Para pensar.
Un comentario en “La posesión de la cultura”