Soy un genio de la cocina.
Hoy estaba determinado a zamparme un muy cuaresmal trozo de bacalao y, a tal fin, he puesto a freir en la sarten dos dientes de ajo con unas guindillas para darle alegría al asunto.
Con el aceite a punto he ido al frigorífico a sacar un buen filete de bacalao cuando (¡horreur!) me he percatado de que había olvidado descongelar el bacalao necesario. De inmediato mi fértil ingenio me ha dictado la solución: «fríe un par de huevos».
Con la rapidez del rayo he echado mano a dos huevos y, al cascar el primero, he notado que estaba inusitadamente duro. No era de extrañar: en mi lucha contra el coronavirus tomé la precaución de hervir TODOS los huevos de mi frigorífico de forma que, mientras me zampaba el huevo duro —por no desperdiciar— trataba de pensar en una solución viable mientras ajos y cayena adquirían un sospechoso color negruzo.
La situación se ha tornado dramática pero mi intuición de cocinero me ha llevado a pensar en unos garbanzos que tenía a remojo. Si los frío, he pensado, en el aceite este que ya se está quemando con las guindillas y los ajos, sin duda los garbanzos adquirirán buen sabor y, visto y no visto, he arrojado un buen puñado de garbanzos a la sartén tras secarlos someramente. Pandemonium culinario, un infierno en la sartén controlado a duras penas y, seguidamente, cierta tranquilidad.
Aprovechando el momento de calma mi mente de gourmet ha colegido que, si añadía un poco de pimentón a los garbanzos, estos ganarían en sapidez y coloración de forma que los he bautizado con una generosa porción de lo que en mi tierra se llama «pimiento molío». Tras esto he emplatado los garigolos en la forma que ustedes ven, dispuesto a subir la foto a Instagram y contarles alguna pamplina carthaginesogarbancera.
Error.
El puñetero «pimiento molío» (pimentón) era del género del que llaman «picante» y, en conjunción con las guindillas, me ha provocado un efecto tal que, en este momento, San Jorge no tendría huevos a acercarse a un dragón como yo.
Ahora, con la boca quemando, no sé si beberme de postre el contenido del extintor de la escalera o implantarme una bolsa de nitrógeno líquido en la lengua.
En este momento, mientras convulsiono, tengo la completa seguridad de que, si esto no acaba conmigo, quedaré inmunizado no sólo frente al coronavirus, sino frente al Cyclon-B, el Gas Mostaza y hasta al «Agente Naranja».
La ciencia me lo agradecerá. Si no pongo ningún post más en las próximas 24 horas mándenme una botellica de vino de Montilla a Santa Lucía.