Probablemente hemos entendido mal el patriotismo. Involuntariamente, en cuanto oímos hablar de patriotismo, inmediatamente lo relacionamos con el ejército o con la bandera o con esas pequeñas particularidades que hacen que nos engañemos creyéndonos diferentes de otros seres humanos.
Por puro patriotismo realizamos costosas ceremonias en las que nuestros soldados desfilan y en las que, profundamente emocionados, rendimos honores a aquellos que dieron su vida por la patria, sea lo que sea lo que signifique esta palabra.
Ocurre sin embargo que los enemigos de la patria no son siempre humanos. Cuando, en ocasiones como esta, el enemigo es un microorganismo no es difícil darse cuenta de que con él no acabaremos a balazos ni atacándole a la bayoneta.
Ahora el patriotismo no tiene enemigo humano y consiste, antes que nada, en cumplir con tu deber, aunque este deber sea acudir como Auxiliar de Clínica, ATS o médico, a donde el peligro es mayor: a tu centro de trabajo, a tu hospital, a colocarte en primera linea de fuego del virus, a veces con buenas armas y a veces casi sin munición.
No hay en nuestras ciudades monumentos a las enfermeras que murieron cuidando a enfermos, ni a doctores ni a auxiliares que, como los mejores soldados, hubieron de cumplir una misión que no estaba en su contrato: jugarse la vida.
Quizá ahora, que hasta los soldados han de echar una mano como médicos, sea tiempo de cambiar nuestra concepción del patriotismo y, cuando todo esto acabe y hayamos terminado de contar los muertos, empecemos a colocar en nuestras calles monumentos a enfermeras, limpiadoras, ATS, doctores y doctoras que pelearon la batalla donde debían y cumpliendo con su deber mucho más allá de lo que les exigía su contrato.
Va por ustedes.