Los españoles y españolas nacidos en los años 60 somos hijos e hijas de madres nacidas en las décadas de los 30 y los 40 del siglo pasado, mujeres para quienes el hambre no fue una inquietante amenaza sino una dolorosa realidad. Para ellas comer no era un ejercicio ético, ni dietético, ni de estilo, ni de adscripción cultural; para esas madres, mi madre, comer era el requisito imprescindible de la supervivencia y, para todos aquellos nacidos en la España de los 30 y los 40, comer no era un ejercicio con el que demostrar su empatía por la vida animal, su conocimiento de las virtudes nutricionales de los alimentos, ni una forma de contarle al mundo que tú eras un connaisseur… Para nuestras madres, mi madre, comer era sinónimo de vivir y sus hijos iban a comer porque ellas se iban a encargar de que nada malo les pasase y, en esto, eran inflexibles.
Desde niño aprendí a comérmelo todo; el plato no podía volver con restos de comida despreciados al fregadero; lo que mi padre había ganado con su esfuerzo y nuestra madre se había gobernado con su ingenio no podía ser despreciado. El pacto entre madres e hijos estaba claro: yo me voy a ocupar de que no te falte de nada y tú te lo vas a comer todo para que yo esté tranquila de que jamás sufrirás el hambre que yo viví. Tú vas a crecer sano y, si ello implica que te zampes todo cuanto yo te ponga, mi autoridad de madre hará que no rechistes.
Yo aprendí a comémelo todo. Si hoy me sirven un plato de alubias me lo como entero y, si me ponen una paella solo para mí, moriré en el intento si es preciso pero trataré de que nada vuelva a la cocina.
A esto se denomimaba, irónicamente, en los años 50 y 60 como «la táctica del pobre»:
«La del pobre:
antes reventar
que sobre»
La patria de un hombre es su infancia y el que nace lechón muere cochino. Yo, a mis 58 años, no he logrado liberarme de la educación adquirida en los ’60 y, sistemáticamente, allá donde voy a comer me lo como todo, e incluso rebaño el plato.
Esto de «rebañar» me lo criticará algún cartagenero pues aquí se dice «repelar» y hoy, mientras tomaba esta foto, el camarero me ha sorprendido tomando la fotografía que ven y me ha dicho:
—¿Qué?, ¿Repelando el plato de habichuelas?
Las mujeres de los 80 quizá no me entiendan pero las de los 30-40-50 sí, y, cuando ellas cocinan, este gesto las hace felices.
En un mundo donde mueren más personas de sobrepeso que de hambre estas mujeres quizá parezcan una antigualla incomprensible y, quizá, sea así; pero puedo asegurarles que, para mí, ellas son mi patria y las prefiero a cualquiera de las exóticas tribus alimentarias que ahora se llevan.