Vivir solo tiene de malo que uno no puede dedicar demasiado tiempo a las tareas del hogar, especialmente a cocinar, de forma que, de ordinario, lo más complicado que suelo prepararme es un filete de ternera vuelta y vuelta o un buen trozo de atún rojo en sashimi, plato este insuperable en cuanto a rapidez, pues, al comerse crudo, me ahorro incluso la vuelta y vuelta que he de dar al filete de ternera.
Hoy, como tenía tiempo y andaba hace ya días con el tole-tole de prepararme una vichyssoise, que es sopa fría muy veraniega, me he ido a la plaza del mercado y me he gobernado unos puerros bastante aceptables. Claro, al llegar a casa me he percatado de que no tenía ni había comprado ninguna de todas esas gollerías que son necesarias, según los libros de cocina, para hacer una vichyssoise reglamentaria; que si nata, que si mantequilla, que si cebollino… así que, como a la fuerza ahorcan, me he determinado a aviarme una porrusalda que es un plato mucho más español y menos melindroso que la vichyssoise.
La porrusalda, como su propio nombre indica en vasco, es una «porru» (puerro), «salda» (caldo); un plato minimalista que puedes hacer sólo con puerros en el caso de que tengas tu despensa tan vacía como la mía. Yo, como hoy tenía aceite de oliva virgen extra, me he dado un lujo y he decidido rehogar los puerros antes de proceder a su cocción.
Imbuído del espíritu minimalista del plato, tras hacer un ritual feng-sui que me ha parecido apropiado al caso, he colocado los puerros en el poyo de hornilla orientados en dirección sur-sureste según exige la tradición sintoísta y he procedido a calentar el aceite animado de un cierto espíritu budista-euskérico acorde con la naturaleza a la vez minimalista y euskaldún del plato.
Cuando el aceite ha alcanzado la temperatura adecuada he rehogado en él los puerros groseramente cortados durante el tiempo exacto de bailar un aurresku frente a la placa de inducción. Concluida la danza he arrojado mi boina super-lujo Elósegui de ala ancha sobre la olla, aunque, por efecto de la succión de la campana extractora, ha quedado adherida a esta formando un bloque inconsútil, lo que me ha parecido un muy buen presagio.
Tras esto, a fuego lento y amoroso, he dejado cocer los puerros mientras en los altavoces del ordenador sonaba en loop el Orfeón Donostiarra cantando «Maitechu Mía». Veinticinco Maitechus Mías después —y tras acordarme reiteradamente de todos los ancestros del inventor del zorcico— los puerros estaban listos.
Una vez que los he sacado de la olla los he triturado con la minipimer (irabiagailu txikia) y me ha quedado una crema que ya les digo yo que ni vichyssoises, ni natas, ni mantequillas, ni cebollinos, ni sur-le-pont-d’Avignon, ni rien de rien…
La he dejado enfriar un rato, le he picado perejil por encima y ahora, en cuanto sean las 14:30 (allons enfants de la patrie) voy a zampármela como si estuviese en Maxim’s o en Le Procope.
Vichysoisses a mí, que vivo en el Monte Sacro, amosanda.