Muertes olvidadas

En 2016 España registró por primera vez menos de 300 asesinatos en un año (exactamente 292, de los cuales, 44, se debieron a violencia machista).

En 2016 también, los fallecidos en accidente de tráfico ascendieron a la dramática cifra de 1.160.

Sin embargo, la primera causa de muerte violenta en España en 2016 (y en 2017, y en 2018…) fue el suicidio, con unos aterradores 3.569 fallecimientos de los cuales 907 correspondieron a mujeres y el resto a hombres.

La magnitud de la cifra no necesito ilustrarla: los y las suicidas más que duplican a los fallecidos por todas las demás causas de muerte violenta en España y sin embargo…

Sin embargo a nadie parece importarle que un número irracionalmente alto de españoles y españolas se quiten la vida, o al menos eso parece deducirse de la insignificante presencia de estos sucesos en los medios de comunicación. Y, si la cifra de suicidios parece no importar a nadie, mucho menos parece preocupar a las autoridades el por qué de esos suicidios: no hay estadísticas oficiales sobre las causas de tanta muerte a pesar de que, a día de hoy, un español tiene más del doble de posibilidades de morir por su propia mano que por un accidente de automóvil, tren, avión o incluso asesinado.

Invertimos millones en policía que nos asegure contra los delitos, en agentes de tráfico, en obras que hagan más segura la circulación en nuestras carreteras y en campañas de seguridad vial que reduzcan un número de muertos en tráfico que siempre nos parece inaceptable; pero no parecemos dedicar un euro a estudiar las causas de que españoles y españolas decidan acabar con su vida. ¿Por qué?

Sinceramente no lo sé. Quizá a los gobiernos les aterra poder descubrir que esos muertos (mayoritariamente hombres entre los 30 y los 60 años) no sean solamente personas deprimidas o enfermas y que, detrás de su depresión, de sus faltas de ganas de vivir y de su suicidio, pueda estar la penosa situación económica o vital a que se enfrentan y a la que nos han conducido una larga sucesión de gobiernos y políticos incompetentes.

Se ha hablado de los desahucios como causa de suicidios pero ¿y ese hombre sin estudios que ha perdido su trabajo a los 50 con dos hijos a su cargo?; ¿y esa mujer trabajadora del campo que llegados los 60 no ve renovado su contrato? ¿Y ese pequeño empresario arruinado? ¿Y esos ciudadanos y ciudadanas que saben que no cobrarán la pensión de jubilación como lo hicieron sus padres y que habran de trabajar hasta la ancianidad?… ¿Cuántas depresiones tienen su origen en la crisis económica o en el ninguneo de quienes mandan hacia los últimos escombros de lo que un día fue feliz clase media española?

Creo que sí, creo que les aterra descubrir que la primera causa de depresiones y de muerte en España pudiera ser esta extraña forma de vida a la que ellos mismos han conducido a las clases más populares de este país; esas que otrora fueron clase media y que ahora, desclasadas, marginadas y sumidas en la irrelevancia social, no son más que un oscuro objeto de deseo para políticos populistas y una pesadilla para los políticos wonderful de discurso políticamente correcto y postureo en los medios de comunicación.

La primera causa de muerte violenta en España merece ser estudiada, merece ser comprendida y merece ser atajada porque, como dice el credo liberal, las personas no sólo tienen un derecho fundamental a la libertad y la igualdad sino también a la búsqueda de la felicidad.

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