Candidus

Pido disculpas de antemano pero hoy quisiera contar una historia personal.

En 1991 yo era un joven abogado afiliado a un partido político que ya no existe: Centro Democrático y Social (CDS), el partido que fundó el expresidente Adolfo Suárez cuando se marchó de UCD. Sí, yo tengo un pasado político.

Eran años en que el que los dos grandes partidos ya daban claras muestras de andar enredados en asuntos de corrupción (Alfonso Guerra y su hermano en el PSOE, Caso Naseiro en el PP, por ejemplo) y era el año en el que Adolfo Suárez, tras la campaña de acoso y derribo del PP, que ahora, cínicamente, reivindica su figura, había decidido abandonar la presidencia del partido.

En aquel 1991 se celebraba el Congreso Nacional del Partido y yo andaba enfadado, no me gustaba lo que estaba viendo ni cómo iban las cosas y decidí presentar una ponencia ideológica que contenía una enmienda a la totalidad de la presentada por el aparato del partido. Contendían en aquel congreso personalidades como Raúl Morodo, Rosa Posada, Rafael Calvo Ortega, Rafael Arias Salgado… Adolfo Suárez se decía que movía los hilos tras las bambalinas y ahí aparecí yo a defender mi enmienda a la totalidad.

Esa mañana pensé un poco qué me pondría, recordé que candidato viene de «candidus» (blanco) y busqué la chaqueta más clara que había en mi armario.

Mi novia odiaba aquella chaqueta (hay que ser muy cateto para llevar chaquetas claras, decía) y yo sabía que me iba a caer un buen rapapolvos cuando se enterase pero, como padezco de achaques de etimologías, no pude resitirme al étimo de candidato y decidí que, si había que serlo, yo lo sería en todos los sentidos, hasta en el color de la ropa. Total, iba a perder, iba a gozar de mis diez minutos de atención y aquí paz y después gloria. Ya que vamos a palmar, mejor en traje de gala, pensé.

Me equivoqué, cuando comencé mi intervención… «Buenos días, me llamo José Muelas, soy compromisario por Murcia, tengo 30 años y cuando tenga 40 quisiera poder seguir votando a este partido…» empecé a notar un silencio cargado de electricidad que me indicó que mis palabras estaban llegando a los compromisarios… intervino el portavoz oficialista en una intervención que ya ni recuerdo pues yo estaba preparándome para irme y se votó. Un mar de cartulinas rojas rechazó la moción oficial y otro más de cartulinas verdes hicieron triunfar mi enmienda a la totalidad. Y se montó la mundial.

Las televisiones y los periódicos pugnaban por entrevistarme, mi chaqueta ya era evidente que sería vista por mi novia, hube de convocar sucesivas ruedas de prensa y hasta pedir prestados cinco duros a un cámara de televisión para telefonear a mis padres y decirles que no se asustasen si veían aquel follón en el telediario, que todo había ido bien y que yo estaba contento y que no se preocupasen. Eran los tiempos en que no había teléfonos móviles.

Esa noche Francisco Umbral escribió un artículo que siempre me acompañará y esos días periódicos y televisiones me dedicaron una inesperada atención. Era la vieja historia de David y Goliat, la historia del orador que, contra todo pronóstico, hace cambiar de opinión y de voto a los compromisarios.

Yo lo que quería era volver a Cartagena para casarme y ser abogado con mi novia (acabábamos de alquilar un despachito humilde en la Serreta) y eso hice para sorpresa de muchos.

Desde que llegué a Cartagena el uso de la alba chaqueta del congreso quedó prohibido y, desde 1991, ya no pude volver a ponérmela. No tanto porque mi mujer lo impidiese sino porque comencé a engordar y, de la obesidad moderada que ya padecía en 1991, pasé a tonelajes más serios.

Hoy, mientras me vestía para ir a trabajar, he visto la chaqueta (27 años colgada en el armario) y, como he adelgazado bastante en los últimos meses, he sentido la tentación de probármela y… caramba, resulta que me estaba perfecta. Me he quedado francamente sorprendido de tener hoy día el mismo grado de sobrepeso que tenía en 1991 cuando contaba tan sólo con 30 años de edad.

He dudado, he cambiado de opinión varias veces, pero, al final, me la he puesto y me he venido al despacho donde he pedido a mi amigo Joaquín que me hiciese una fotografía. Él no había nacido la última vez que me la puse.

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