Cinco horas con Larios

Quizá sea el mundo de las ginebras uno de los que mejor ilustren la enfermedad social que nos destruye en esta segunda década del siglo: la ausencia de criterio. Hoy ser es parecer, la incultura zafia camuflada bajo los deletéreos dictados de las modas, las sedas vistiendo monas a las que se aplaude como si fueran sapiens cuando no pasan de pan paniscus y los hábitos haciendo monjes que no distinguen un salmo de un salmón. Es el tiempo de las etiquetas, no de los productos; de los envases y no de las mercancías, del continente y no del contenido, es el tiempo del marketing, el packaging y el merchandasing, el tiempo de la apariencia, de la positura y de la foto sin historia.

Hoy no estoy hablando de gobiernos y justicia —que también vendrían al pelo— sino de ginebras.

Sí, quizá el mundo de las ginebras ilustre bien esta enfermedad social del postureo. En realidad nadie o casi nadie sabe a qué debe de saber una ginebra y por qué debe de saber así pero, a pesar de ello o posiblemente a causa de ello, muchos consumidores se lanzan a adquirir carísimas ginebras que les otorguen el status de connaiseurs y así, valorarán en sumo grado un destilado coloreado de azul siempre que su precio sea prohibitivo y les permita cantar sus virtudes sin riesgo de que alguien con criterio pueda comprarlo, probarlo y decirles la verdad.

Recientemente una famosa cata a ciegas realizada en Inglaterra ha declarado que, la ginebra preferida por el grupo de selectos catadores que componían el jurado, costaba menos de 11 euros y era un producto elaborado por una cadena de supermercados alemanes. Es lo bueno de las catas a ciegas, las vestimentas de seda no disimulan monas ni los seglares pueden echar mano de ningún hábito para parecer monjes, sin maquillajes ni afeites y valorando las cosas por lo que son o han de ser, muy a menudo se pone de manifiesto que nos dan gato por liebre y bajo el nombre de ginebra, vino o agua mineral, nos están vendiendo estatus, prestigio o imagen, pero no un producto cabal y honesto.

Por mi parte les contaré un secreto: la ginebra que a mí me gusta tiene nombre de resonancias malagueñas y la elegí después de haber probado muchas otras y siempre tras mi particular cata a ciegas. Sé que a muchos les parecerá algo herético pero a mí me gusta y a esto sólo le veo yo dos explicaciones: o tengo gustos plebeyos o es muy verdad que la condición del necio es confundir valor con precio.

Perdón por el monólogo.

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