Las voces y los ecos

Quizá un cierto grado de frívola superficialidad sea el precio que hemos de pagar por tratar de vivir en una sociedad libre. Las sociedades libres dan a sus ciudadanos un amplio margen de libertad para decidir sobre qué quieren estar informados, quién quieren que les informe y cómo quieren que lo hagan. Nadie está tampoco obligado a informarse en una sociedad libre ni mucho menos obligado a leer, escuchar o ver, determinados medios de comunicación.

La capacidad de atención de un ser humano es limitada, no podemos atender a todas las noticias y estímulos que nos llegan desde los diversos medios de comunicación y, a cada momento, estamos seleccionando y filtrando la información que recibimos: desde el canal de TV que vemos, al tipo de música que escuchamos en la radio de nuestro coche o las personas que leemos en nuestra cuenta de Facebook, Tuíter o Instagram. Permanecemos en unos grupos de whatsapp y nos salimos de otros a nuestro albedrío de forma que, en general, acabamos viendo las noticias, oyendo la música o leyendo en las redes, sólo aquello que nos gusta.

El algoritmo de Facebook está optimizado para cumplir con este principio, pues sabe lo que el usuario desea leer o ver y el algoritmo se lo da incesantemente y cada vez con mayor porcentaje de aciertos. Facebook lo sabe casi todo sobre usted y, por eso, le coloca en primer lugar aquellos posts que encajan con sus gustos; Facebook pelea por su atención y tratará por todos los medios de darle una programación de su agrado y adaptada a sus gustos y aficiones, deportivas, culturales y políticas.

Si usted me está leyendo ahora es muy probable que sea porque ya ha leído algún post mío antes y el algoritmo de Facebook ha decidido ofrecerle este post en su newsfeed de hoy.

Parece que no hay nada malo en ello y, sin embargo, puede ser que esta forma de captar su atención que utilizan los algoritmos, esta forma de suministrarle información, sea el germen de indeseables situaciones de las que ya estamos viendo los primeros ejemplos.

Fue Marshall McCluhan quien imaginó un mundo donde cada ciudadano tendría su propio periódico, en lugar de Daily Mirror, le llamó Daily Me y espero que entiendan el juego de palabras. Le llamó Daily Me porque ese periódico estaría compuesto con las noticias que a cada uno de nosotros nos interesaran o nos gustaran y no otras.

Pues bien, gracias a las redes sociales estamos muy cerca de que cada uno de nosotros tenga su propio Daily Me y eso, créanme, no es bueno.

Gracias al algoritmo de Facebook leemos aquellas noticias que provienen de fuentes que antes nos han gustado, nuestros clicks y me gusta nos han ido delatando. Si alguien nos enfada o no compartimos sus opiniones, la ausencia de «likes» por nuestra parte le relegará a lugares perdidos de nuestra newsfeed y no le leeremos nunca; de forma que, finalmente, todo nuestro newsfeed estará compuesto de noticias que coinciden con nuestra forma de pensar o ver las cosas. Así, nuestro newsfeed, al cabo de poco tiempo, se vuelve una especie de eco que amplifica nuestra propia voz, lo que sentimos y lo que pensamos.

Esto no ocurre solo con nosotros sino también con el resto de los usuarios que, por efecto del algoritmo de Facebook, acaban concentrándose en burbujas o grupos de usuarios que comparten creencias, convicciones, gustos o ideologías. El algoritmo, lenta pero implacablemente, saca de nuestra vida a quienes discrepan.

Podría ser un mundo feliz, pero no lo es. Las últimas elecciones estadounidenses nos han mostrado cómo, dentro de las «cámaras de eco» formadas por los seguidores de Trump, por ejemplo, podían verterse falsedades y patrañas que nadie se encargaba de desmentir pues agradaban a los miembros de esa comunidad: el escenario para la irrupción de la postverdad estaba preparado.

Piensen, por poner un ejemplo más cercano, en Cataluña. Independentistas y no independentistas hablan y conviven en sus propios grupos como si de burbujas aisladas se tratase; no importa lo que se cuente dentro de esas burbujas, poco importa si es verdadero o falso: los «encapsulados» se retroalimentan unos a otros y entran en un proceso de radicalización que está catalizado por esas burbujas.

Nos gusta sentirnos parte de un grupo, nos molesta la discrepancia y no vemos en ella la forma de abrir una puerta en nuestra cámara, de forma que podamos escuchar una voz nueva que nos libere de los ecos redundantes que llenan nuestra burbuja; el algoritmo, además, hace el trabajo por nosotros sacando de nuestra burbuja, de nuestra cámara de eco, a toda voz discrepante y lo hace sin violencia pero con implacable eficacia.

Si todos a tu lado cantan la misma canción ponte alerta; si todos a tu alrededor comparten las mismas creencias, mantén la guardia alta; si todos miran en una dirección, trata de otear el horizonte que ellos no miran; trata de que siempre haya una puerta abierta por donde pueda entrar la voz discrepante que te dé la oportunidad de descubrir que estás equivocado, no permitas que se cree una cámara de eco a tu alrededor; porque los demócratas de verdad son esas personas que no están seguras siempre de todo, salvo de que pueden estar equivocadas.

O como dijo Don Antonio Machado

Desdeño las romanzas de los tenores huecos

y el coro de los grillos que cantan a la luna.

A distinguir me paro las voces de los ecos,

y escucho solamente, entre las voces, una.

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