Hará unos años, mientras comía con mi compañero Manolo y con el hijo de una compañera amiga nuestra, éste último nos contó un recuerdo de infancia que esa noche, al llegar a casa, me apresuré a escribir principalmente para no olvidarlo. Permítanme que les transcriba el recuerdo para ponerles en situación —son apenas cien palabras, pueden leerlo en treinta segundos— luego sigo con lo que venía a contarles:
«El hijo de una compañera abogada me contó, no hace mucho, que uno de sus más persistentes recuerdos de infancia era el de dormirse escuchando el sonido lejano de la máquina de escribir de su madre y despertarse, al día siguiente, oyendo cómo la máquina seguía sonando.
La imagen me pareció extremadamente tierna y que describía perfectamente el tremendo esfuerzo de esas abogadas madres por sacar adelante a sus hijos y su trabajo, dando a cada tarea el tiempo necesario y quitándoselo a ellas mismas.
Esta noche en que muchas abogadas concluyen sus recursos tras acostar a sus hijos, me ha venido esa imagen a la memoria y he pensado que es verdad, que cuando los niños duermen aún sacan el coraje las superabogadas.
Va por vosotras compañeras, sois lo mejor.»
Lo que yo no sabía entonces es que mis superabogadas antes habían tenido que ser supermadres, porque, por increíble que parezca, las condiciones en que estas profesionales viven la maternidad se cuentan entre las peores de entre las que pueden darse en una sociedad civilizada.
Antes de decirme que exagero y que las abogadas tienen las mismas dificultades que cualquier otra profesional o autónoma para dar a luz, permítame que le informe de que las abogadas, a todos esos problemas que tienen el resto de profesionales y autónomas, añaden el fantasma de los pazos procesales y el de la responsabilidad civil a que pueden dar lugar si se incumplen.
Una abogada puede tener un embarazo de riesgo, un parto inesperado, una urgencia… pero no por eso dejan de correrle los plazos procesales, esas reformas o reposiciones de brevísimo plazo, esos requerimientos a evacuar en el plazo de una audiencia, esas complejas contestaciones a la demanda que no entienden de maternidades ni de imprevistos.
Desde que el hijo de mi amiga me contó sus recuerdos de infancia he procurado escuchar con toda la atención posible las historias que me contaban mis compañeras abogadas; historias de ordenadores portátiles en la cama del hospital, de maridos corriendo en busca de un expediente que llevar a la clínica, de entrevistas en el despacho del juez con el bebé en brazos o de silletas y cunas en los despachos. Estas historias y las de lactancias en condiciones indignas hicieron aumentar mi admiración por ellas y me convencieron de que mi amigo no podía recordar los episodios más duros de la vida de su madre simplemente porque, cuando ocurrieron, él era demasiado niño para poder recordar nada.
Algo hay que hacer, no es admisible que en el siglo XXI nuestras abogadas tengan que dar a luz en semejantes condiciones, es imperativo resolver esta cuestión.
He pedido ayuda a compañeras abogadas que acaban de ser madres. Son abogadas y nadie mejor que ellas conoce el oficio este de hacer e interpretar leyes, son madres y conocen muy bien la dura condición de madres, son madres y abogadas y por eso no creo que haya nadie más capacitado que ellas para escribir el texto de una ley que remedie la situación en la que hasta ahora vienen dando a luz las abogadas.
Este es el texto de la propuesta de ley que han redactado, útil también para los casos de enfermedad de los abogados y abogadas, ahora se trata de que tú lo leas y propongas mejoras en su redacción o hagas sugerencias si las tienes. El tiempo de quejarse y no actuar ya pasó, eres abogado o abogada y de esto entiendes, no tienes excusa.
Luego llevaremos el texto a los diferentes grupos parlamentarios del Congreso para que lo tramiten como una proposición de ley y ese será el momento en el que volveremos a pedirte ayuda, pero, no lo dudes, esta injusticia, si tú quieres, tiene los meses contados.
No sé, no me parece que las abogadas tengan problemas diferentes de cualquier autónoma, incluso muchos menos, porque yo no puedo cerrar mi tienda dos meses, pase lo que pase, y ellas sí.
Me gustaMe gusta
Ellas tampoco pueden Doña Alicia, ellas tampoco. Créame.
Me gustaMe gusta
Las Abogadas no podemos cerrar el despacho más de tres días seguidos (salvo en agosto si no llevas aduntos en Instrucción)
Me gustaMe gusta
Mis más sinceros respetos a Alícia… la diferencia de las abogadas con respecto a otras profesiones es que, por ejemplo, Doña Alícia, usted cierra la puerta de su tienda a las ocho y las abogadas una vez cerrado el despacho ( ya sea a las ocho o más) seguimos ante el ordenador terminando alguna demanda, recurso o imprevisto de plazo ( ya sea en el despacho o en casa) hasta que terminemos incluso sin dormir y al día siguiente madrugamos porque a las nueve tenemos un juicio importante que tenemos que defender del Díez para después continuar la jornada tal vez con nuevos imprevistos y más estrés … pero si tienes un bebé, el juez no te va a suspender los plazos o el juicio para que lo atiendas, sino que tienes que apañártelas para estar ahí…
Mucha gente no entiende lo complicada que es la profesión de la abogacía pero, todos nuestros compañeros si lo entienden… en definitiva me parece fantástico que se luche por nuestros derechos.
Gracias compañero
Me gustaMe gusta