Hoy es el día nacional del «Ya se han acabao las navidades», a lo que en mi tierra se suele responder con el clásico «hasta San Antón, pascuas son» y es verdad; pues, en Cartagena, la navidad no termina del todo hasta que damos de lado al turrón y los cordiales y nos acogemos al sabor del pulpo elaborado a la manera de Cartagena; es decir, ni hervido ni al horno, sino a la plancha y regado con el aliño secreto de cada maestrillo o maestrilla. El pulpo así preparado es el plato fundamental de las fiestas del barrio de San Antón (primera foto) y hasta esas fiestas llegan las pascuas en esta tierra.
Esto del pulpo a la cartagenera me ha recordado esta mañana que ya no se huele a pulpo en mi ciudad. Hace sólo unos cuantos lustros era imposible pasear por algunas zonas de Cartagena sin que te asaltase el olor a pulpo a la plancha, asalto que, si coincidía con la hora del almuerzo o de la cena, constituía un inapelable toque de fajina.
Uno de esos lugares de aroma inolvidable estaba justo en el centro de la ciudad, frente a Capitanía General, en la calle «Del Paraíso», calle que conducía desde el corazón de la vida ciudadana hasta los burdeles del barrio tolerante (hoy parque arqueológico); no sé quién escogió para esa calle el nombre de «calle del Paraíso» lo que sí tengo para mí es que lo hizo con intencion; pero volvamos al pulpo, que me pierdo. En el local que ven en la segunda fotografía de la serie que les adjunto estaba el bar al que me refiero y que durante muchísimos años perfumó la vida ciudadana con el aroma marinero y honesto del pulpo a la plancha.
El segundo local inolvidable era «El bar Taurino», en la calle «De las Beatas», más barato que el anterior, este era un bar que sólo servía pulpo. El matrimonio que lo regentaba tuvo ocho hijos cuyas fotografías decoraban el local y, para sacarlos adelante, organizaron esa hecatombe de pulpo a la plancha que se llamó «Bar Taurino». Les juro que los pulpos que se preparaban allí estaban cojonudos y que no los he probado mejores, el aliño que preparaba la jefa ha sido imitado por muchos e igualado por nadie y estoy seguro que mi memoria no me juega una mala pasada: creo no haber probado nunca un pulpo a la cartagenera que me supiese tan bien como ese.
¿Es esto de los olores y los sabores a pulpo a la plancha algo valioso y que convenga cuidar?
No les daré mi opinión, lo que sí les digo es que tanto la «Calle del Paraiso» como la calle de «Las Beatas» forman parte hoy de ese infierno en que la pretenciosa ineptitud de nuestros políticos y la avidez de estólidos constructores han convertido barrios enteros del centro de Cartagena. Acabar con imágenes, colores, olores y sabores únicos de esta tierra para substituirlos —en el mejor de los casos— por malas copias de infames originales, parece haber sido su tarea fundamental; siempre precedida, claro es, por la de legarnos una ciudad llena de solares vacíos, pues conservar nunca fue la especialidad de aquellos a los que, lo que de verdad les gusta, es destruir.
Para tomar esta mañana la foto del solar donde antes estaba el «bar Taurino» (tercera de la serie) he tenido que pedir a tres educadas prostitutas marroquíes que se hiciesen a un lado, cosa que han hecho con todo agrado, pero que, siendo las 10 de la mañana, ya les permite a ustedes imaginarse cómo están las cosas en ese barrio.
Y dejémoslo aquí, que me voy de la navidad al pulpo y de este al urbanismo. Vayan ustedes al barrio de San Antón a comer pulpo y preparen los disfraces de carnaval que la cuaresma se acerca y tenemos la Semana Santa encima.