Mucho se habla estos días de las ambigüedades calculadas de Puigdemont, de la inmediata suspensión de la declaración unilateral de independencia, de la votación secreta de la misma para proteger la identidad de los votantes frente a acciones judiciales, de si se votó el preámbulo o la parte ejecutiva… hasta llegar a su marcha a Bélgica huyendo de no sé sabe qué. No comentaré nada al respecto, sólo diré que todo esto me ha traído a la memoria la figura de John Hancock y una de las historias fundacionales más difundidas en Estados Unidos. Se dice que, a la hora de firmar la declaración de independencia, muchos de los padres de la patria experimentaron —como algunos sostienen pasa ahora— cierto canguelo y se demoraban en su firma… John Hancock —se dice— cansado de la demora, agarró la pluma y estampó el primero una firma de proporciones descomunales… y tras él firmaron los demás con firmas de proporciones más modestitas. Por eso, coloquialmente, cuando un norteamericano se refiere a su firma puede llamarla «my John Hancock». No compararé situaciones: de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso (Napoleón dixit) y no quiero meterme en jardines independentistas.