La avenida de la corrupción

Al margen de las rutas turísticas habituales que hay en mi ciudad yo tengo mis propios itinerarios alternativos para cuando me visita algún amigo. Permítanme que hoy les hable de una de estas rutas turísticas alternativas, quizá la más corta, y que es la que yo llamo con cierta malignidad la “avenida de la corrupción”.

La ruta, relativamente interesante desde el punto de vista histórico, esconde para mí algunas enseñanzas que no me resisto a contarles… Vayamos por partes o “por estaciones” como en los vía crucis.

Primera estación: el submarino de Isaac Peral.


Ubicado en la actualidad en la antigua nave de fundición del Arsenal Militar (en una plaza contigua al antiguo CIM) todos los cartageneros lo conocen; es casi un “tótem” tribal, aunque, sospecho, que no muchos conocen algunos interesantes aspectos relacionados con él.

El submarino de Isaac Peral era, ante todo y sobre todo, un arma submarina y su creación respondía a las exigencias del más avanzado pensamiento estratégico del momento en materia de guerra naval: los postulados de la llamada “Jeune École”. Armado con torpedos, propulsado por un avanzado sistema de acumuladores eléctricos y gobernado a través de complejos aparatos de profundidades precursores de la cibernética, el submarino de Peral se dibujaba como un arma definitiva capaz de otorgar a España una ventaja estratégica incontestable.

Tales ventajas no gustaban demasiado a otros países -singularmente a Inglaterra que dominaba los mares en la época- por lo que rápidamente pusieron manos a la obra para que el proyecto de Peral no llegase a buen puerto. Pronto comenzaron a ocurrir sucesos inexplicables en torno al proyecto de Peral hasta que finalmente el propio gobierno español (los sobres no son una institución moderna)1 terminó con él para sorpresa y desesperación de muchos. Peral, moralmente hundido, abandonó la armada y se dedicó al negocio de los acumuladores eléctricos, fundando una compañía cuya sede social se encontraba en Madrid, en la calle Génova número 13… Ironías del destino. Si quieren conocer las razones exactas de por qué el propio estado español acabó con el proyecto de Peral pueden consultar la bibliografía existente al respecto, pero yo les sugeriría que no dejasen pasar por alto en este tema la alargada sombra de uno de los más repugnantes mercaderes de armas de la historia: el “británico” Basil Zaharoff.

Segunda estación: la batería de cañones del Arsenal.

Apenas a unas pocas decenas de metros de donde se encuentra ubicado el submarino de Peral, frente al antiguo CIM y dirigiendo sus apagados fuegos hacia el puerto, se encuentra la batería de cañones que protegía la entrada del Arsenal. Esta batería guarda algunas sorpresas, la más llamativa de las cuales es la presencia de cañones rusos. No es difícil distinguirlos: las águilas bicéfalas perfectamente conservadas los delatan. Cómo llegaron hasta España estos cañones es la segunda estación de nuestro particular vía crucis.

Tras la Guerra de la Independencia nada quedaba de la magnífica escuadra con que contaba la Armada Española desde tiempos de Carlos III2. La construcción o adquisición de nuevos barcos se hacía indispensable y de esta necesidad y de la vileza de Fernando VII nació el llamado Tratado de Madrid de 1817.

Fernando VII, que era hombre más versado en lupanares que en navíos, en aquellos años andaba encandilado por “La Pepa”. Esta “Pepa”, obviamente, no era la Constitución de 1812 sino Pepa “La Malagueña”, una mujer en cuyo cubículo paraba tan a menudo el rey infame que incluso se tramó una conspiración para asesinar en él al abyecto monarca.

Pues bien, a espaldas de quienes entendían algo de barcos, sujetos como el rey infame, Pepa “La Malagueña”, el embajador ruso Tatischeff y otros individuos de la “camarilla” del rey cuya sola memoria produce asco, concertaron la compra a Rusia de una escuadra de cinco navíos de 74 cañones y tres fragatas de 44; ni que decir tiene que las comisiones y “atenciones” que se repartieron con motivo de tal compra fueron descomunales.3 El colofón a esta repugnante historia se puso poco después, cuando, al llegar la flota rusa a Cádiz, se pudo comprobar que los barcos eran inservibles y hubo que desguazarlos.

Pues bien, algunos de los cañones que vinieron en aquellos barcos los pueden ver todavía aquí, en esta “segunda estación” de nuestro particular vía crucis.

Tercera y última estación: el monumento a los héroes de Cavite.


Cuando llegó 1898 y los Estados Unidos decidieron invadir Cuba y las Filipinas, últimos restos del imperio colonial español, ni que decir tiene que España no contaba con la flota que hubiese podido tener si sucesos como el de la flota rusa o el del submarino de Isaac Peral no se hubiesen producido. Pero esto es España y a Cuba y Filipinas fueron “barcos con honra” cargados de españolitos que pagaron con su vida la avaricia, la infamia y la abyección de sus gobernantes.

En 1923 se erigió en Cartagena el monumento que ven en la imagen; en él están escritos los nombres de muchos de los que entregaron generosamente su vida por una España corrupta y es este el final de la ruta y del vía crucis, pues llegamos a nuestro particular Gólgota: el lugar al que conducen a los de siempre la ruindad y la vileza de quienes les mandan. Memento homo.

Como ven una ruta cortita, no más de 200 metros de distancia y menos de 80 años de historia separan el principio y el fin de la misma, aunque, bien pensado, quizá la «Avenida» no acabe aquí y aún estemos construyendo nuevas «estaciones» para este vía crucis; y es que tengo la sensación de que casi todos mis lectores son capaces de preparar una o dos rutas de la corrupción en sus pueblos o ciudades y, probablemente, con ejemplos más recientes que los de este post. Cuéntenmelo.


  1. Sólo a título ilustrativo pueden entretenerse con este artículo aunque la historia de corrupción que rodea al submarino de Isaac Peral es más amplia. ↩︎
  2. Valga un ejemplo: los efectivos en navíos, que en 1808 eran de 42 buques en buen estado, habían quedado reducidos a 16, de los cuales sólo 4 estaban en condiciones de navegar, aunque necesitando de carena y obras. El estado de personal era desastroso, debiéndoseles más de 33 meses de sueldo, y en los arsenales no quedaban más que los edificios desmantelados, sin enseres ni pertrechos. ↩︎
  3. Un, si no fuera por la abyecta acción, divertido relato de estos sucesos lo pueden encontrar aquí. ↩︎

2 comentarios en “La avenida de la corrupción

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