No se conoce que jamás empuñase un arma, tampoco se conoce que nunca hiciese mal a nadie, sólo sabemos que la han matado por defender esas cosas que tanto molestan a los fanáticos y a quienes se creen propietarios de la verdad absoluta: Los Derechos Humanos.
Se llamaba Samira Saleh y era abogada.
Tuvo mala suerte, no nació en un país de esos donde los abogados se dedican a defender corporaciones, bancos o compañías de seguros; le tocó, por el contrario, vivir y trabajar en uno de esos lugares donde defender el derecho de los demás se paga caro, muy a menudo con la vida.
El pasado 15 de septiembre Samira publicó en las redes su opinión respecto a la destrucción de mezquitas a la que calificó de «bárbara». Y vinieron por ella, hombres del llamado «estado islámico» la secuestraron, la torturaron tratando de que se retractase de lo que ellos consideraban una blasfemia y, al negarse a hacerlo, una corte la declaró culpable de «apostasía» y el pasado lunes fue «ejecutada» (vilmente asesinada) en una plaza pública de Mosul.
Las autoridades no dejaron que se celebrase ningún funeral por ella; temen a las palabras, odian la razón y no quieren que nadie pueda oír, incluso después de muerto, el canto del ruiseñor.
El lunes asesinaron a una abogada pero lo que jamás podrán es asesinar su memoria.
Samira, allá donde estés, sigue cantando. Es nuestra última esperanza.
Por Samira mañana seguiremos adelante. Me ha recordado la novela «Mil Soles Esplendidos», pero esto es la vida real y la muerte tambien.
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La han matado, por ser mujer, por tener formación, por tener opinión y por manifestarla, Lamentablemente, sólo la primera de estas cosas, ya es un riesgo. Esperemos que todos hagamos algo más que lamentarnos. Agradezco su entrada como gesto. Un saludo.
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Gran artículo.
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